jueves, 19 de julio de 2012

Duelos

La entrada que la bitácora de Igor, Antigua Vamurta, dedicó a Pushkin me recordó una anécdota sobre la inclinación de los hombres hacia el conflicto. Parece que lo buscamos.

En una controversia política en un parque de la ciudad, las opiniones de cierto caballero, de mediana edad, sobre la nación inglesa en conflicto con las colonias americanas ofenden a uno de los oyentes, un comerciante inglés, quien, en tono bastante exaltado, demanda una satisfacción por las palabras insultantes contra su país, y desafía al caballero que tan mal hablaba de Inglaterra a un duelo de sangre.
Este, que no conocía de nada al indignado inglés, no sabe cómo calibrar la situación. Decide, empero, no entrar en una espiral de violencia. Así que expone abiertamente sus ideas sobre cómo considerar el problema del imperialismo de unas naciones sobre otras, sin apelar al patriotismo sino a la concepción cosmopolita de la humanidad.
El inglés, en un gesto que le honra ciertamente pues implicaba apertura de mente, terminó pidiendo perdón al caballero desconocido. Ambos se dieron la mano.
—Me llamo Green, caballero, Joseph Green. Comerciante. ¿A quién tengo el honor de escuchar?
—Immanuel Kant, soy profesor de filosofía.
Así se dio inicio a una franca amistad que duró hasta que Joseph Green falleció. Las ideas del menudo profesor de filosofía sobre la paz no podían sino ofender al caballero inglés, y probablemente a mucha más gente. En un opúsculo titulado Sobre la paz perpetua, escribe el célebre pensador de Königsberg frases como esta: "un Estado no es un patrimonio. Es una sociedad de hombres sobre la que nadie más que ella misma tiene que mandar y disponer". O "Los ejércitos permanentes deben desaparecer totalmente con el tiempo" (aunque, aclaremos, para él es lícito defenderse de agresiones). No era, pues, ni un hombre proclive a la violencia, ni un convencido del imperialismo entre las naciones.

Kant pensaba que, como requisito previo para la paz, la forma de gobierno republicana debería ser la constitución de todo Estado. En aquellas naciones con constituciones republicanas, los hombres son ciudadanos y, por tanto, ellos eligen si quieren ir a la guerra. En cambio, en aquellas otras compuestas de súbditos, "la guerra es la cosa más sencilla del mundo, porque el jefe del Estado no es un miembro del Estado sino su propietario, la guerra no le hace perder lo más mínimo de sus banquetes, cacerías, palacios de recreo, fiestas cortesanas, etc."

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