jueves, 30 de octubre de 2014

Savall


Quedé perplejo en su día ante una película, un musical podría decirse a juzgar por el protagonismo que adquiere el arte de Orfeo en su contenido. Todas las mañanas del mundo me atrapó desde la oscura primera secuencia y me introdujo, muy bien y derechamente, hacia los iconos de la música francesa de la época que retrataba. Vaya, que si era lo que pretendían los franceses con dicho filme, conmigo tuvieron éxito, pues escucho desde entonces a estos maravillosos maestros con placer.

Ignorante en estos temas, oí que la banda sonora la había interpretado un -todavía para mí- tal Jordi Savall. Entonces, sin internet, la información corría a otro ritmo, así que llenar mi curiosidad costó mucho más tiempo de lo que me hubiera supuesto ahora. Con los años escuché más veces, y más, de este violagambista universal.

Savall fue sacando adelante una producción discográfica verdaderamente prolífica y muchas veces curiosísima. Ediciones muy cuidadas, con libros bellamente ilustrados y contenidos valiosos, fueron sucediéndose: desde la música del Nuevo Mundo al Mediterráneo, pasando por el mundo céltico. Qué digo hasta el Mediterráneo, hasta el Extremo Oriente más bien, pues hasta de allí nos trae música en su disco aniversario de Franciso Javier. Con su mujer, Montserrat Figueras, abrieron caminos con una persistencia y un ritmo de vértigo. Hesperion, la Capella Reial, nombres unidos al suyo a lo largo de décadas, han ido dejando un reguero de miguitas por el que los perdidos íbamos encontrando la senda.

Quién sabe si, con más apoyos institucionales, hubiera podido llevar a cabo empresas arriesgadas, como una integral de los más grandes, Victoria y Guerrero, pero se encontró con "tal desinterés e ignorancia" que hubo de renunciar (ahora tengo una integral de Victoria, debida a un director australiano, muy buena por cierto).

En fin, muchos discos curiosísimos y oportunos, y, claro, un lujo de ejecución.

Para mí era como una figura de leyenda, un mito, de ahí la ilusión que tenía por verlo. Y lo vi (de milagro: lleno contundente en el auditorio). Muy serio en el escenario, daba respeto; luego, concluida la actuación y con el boli en la mano, su rostro amable infundía confianza a los espectadores que acudían a él buscando la complicidad en el arte de la música con el maestro, el arte de todos.