domingo, 13 de abril de 2014

Aquí hay pasta y libros saltarines

Así pues, el rey Alfonso envía una embajada a Roma, al papa Aldebrando (Gregorio VII), para que implantara la celebración del rito romano en todo su reino. En 1077, en la ciudad de Burgos, lucharon dos caballeros, uno por el rey en defensa de la ley de Roma y el otro en defensa de la ley de Toledo. Venció este último. Mientras los contendientes luchaban se encendió un fuego en la plaza y se echaron en él los dos misales, el romano y el toledano. Se implantaría el oficio de aquel misal que saliera indemne del fuego. Pero como quiera que el toledano dio un gran salto fuera del fuego, al punto el rey, airado, lo devolvió al fuego de una patada diciendo: “allá van leyes do quieren reyes”.

Hay libros que nacen con estrella y van a tener una vida envidiable y larga. Hay otros que no: son los perdedores. Todo juega en su contra y nada les va a salvar.

El rito mozárabe, visigótico o toledano, presente en la Península durante la Edad Media, va a tener que ceder su lugar a la nueva liturgia romana. Y todos los libros relacionados con aquel están condenados. Ese misal de rito visigótico (toledano) que salta -inocente él- para salvarse de la quema se encuentra con los intereses de Estado, que lo devuelven de una patada al fuego consumidor.

Roma amenaza al rey con quitarle reino, matrimonio (y heredero oficial) y la propia legitimidad monárquica (excomunión). En fin, un rescate de la troika de la época. Las soberanías territoriales, sean del carácter que sean, ya real-personal, ya nacional-ciudadana, se diluyen frente a un poder internacional. Alfonso VI está atado, y, aunque se resistió todo lo que pudo, no va a decir otra cosa que amén: es una marioneta. Si tiene que recortar el rito toledano, lo hace (o si las conquistas sociales, pues también). Bueno, el rito, y el dinero, claro. Que el Papa juega pero no gratis, o, para ser precisos, juegan, que en realidad son dos: Gregorio VII y el Abad de Cluny, el otro papa de la época.

En Roma y en Borgoña (patria de Cluny) oyeron el tintineo de las parias, y dijeron: aquí hay pasta. Y, a lo que parece, se las ingeniaron bien para meter las manos y hacer de Alfonso un rey pagano. Bueno, para paganos los hispano-musulmanes, que fueron quienes aportaron la guita con las parias.

Afortunadamente, en muchos otros lugares se preocuparon por conservar aquellos códices perdedores y hoy, incluso, podemos escuchar el canto de los oficios del rito visigótico. Quizá no fueran, estos, libros tan perdedores al fin y al cabo. Quizá algo quede después de tanto recorte (aunque no será por el empeño del político pragmático y la troika de turno).