viernes, 28 de noviembre de 2014

Otra de supersticiones

Que se lo pregunten a Nicolás Simon.

Cathalina Berna, llamada 'Cambrona', de una aldea francesa, hizo circular en su entorno la noticia de que había sufrido un "accidente" con Nicolás. La denuncia llegó a la justicia. Tomose declaración a los testigos, que coincidieron en la misma ocurrencia. Todos ellos dijeron haber oído al acusado confesar que el "accidente" era obra del demonio y, así mismo, como demostración del prodigio, que la mujer pariría cuatro diablos en forma de ranas (se aporta en la deposición testimonios de quienes oyeron croar en el vientre de Cathalina).

El cirujano de Cressi, Sr Dolignon, se encarga de ponernos al corriente sobre lo que siguió. El día que se puso de parto 'Cambrona', se presentaron en su casa el alcalde, el propio Sr. Dolignon, la comadrona, y curiosos. Por si acaso, se hizo suficiente acopio de agua bendita, "con la qual nos inundaron", se queja el cirujano. Le dieron un poco a la parturienta, y ahí empezó el prólogo, pues la mujer se puso a morir: estalló en alaridos y muecas que llenaron de espanto a los curiosos.

Luego, la comadrona comenzó su tarea. "Sacó una rana, y después otra". Y, claro, "las ranas, libres ya del Tártaro en que estaban detenidas, empezaron a saltar por el quarto, haciendo que saliesen de él los más tímidos". Tras el revuelo, volvió una calma tensa que permitió continuar. La comadre, bañada en agua bendita la mano, siguió haciendo el trabajo duro con todos los escalofríos que imaginarse uno pueda. Sacó otras dos ranas, la última muerta "a pesar de su naturaleza diabólica". Entonces, como accionados por un resorte, ya no hubo más ocasión para la templanza. "Huyeron de la casa" todos y quedose el Sr. Dolignon únicamente. Este pidió permiso y comprobó por sí mismo que la hechizada parturienta no tenía signos internos de haber parido niño o niña, rana, sapo o príncipe.

El proceso judicial se realizó y de él salió libre el acusado. Pero ya se había realizado otro juicio paralelo entre los aldeanos crédulos de la zona, el cual dictaminó su culpabilidad. Y Nicolás Simon tuvo que abandonar su domicilio.

Que le pregunten a él si cree en meigas. Dirá que no, que sólo cree en un gran guiñol, con alguien (para él, Cathalina Berna) tirando de los hilos, no de fibra, sino de miedo; y moviendo con ellos a las marionetas, nosotros. A ese titiritero, con los medios actuales, hoy enseguida lo descubriríamos, creo.

Bueno, siempre nos quedará un Dolignon. Él está seguro de sí mismo; ha construido una definición de superstición y funciona como un coche bien afinado que nunca le atropellará. Aunque, una vez en marcha, ese coche va solito.

Fuente: Mercurio histórico y político de febrero de 1774.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Noticias

La revista Mercure historique et politique de octubre de 1736 inserta copia de unas líneas aparecidas en el Glaneur de unos años antes, refiriendo los sorprendentes hechos acaecidos en una región de Hungría.

Todo da comienzo con la muerte de un tal Arnold Paule, que fue aplastado por un carro de heno. Una serie de extraños decesos se sucedieron en los siguientes días. Alguien recordó que el bueno de Arnold fue hostigado años antes, cerca de la frontera turca, por un vampiro. Y temiendo que aquel mal se le hubiera contagiado, decidieron exhumar sus restos y los de sus presuntas víctimas. Efectivamente, el cuerpo de Arnold Paule reunía todos los signos de ser un vampiro. Sus cabellos, sus venas atiborradas de sangre. Otros ejemplos periodísticos de este jaez: el Mercure galant de 1694, que trae un reportaje sobre las stryges rusas o upierz. O Tournefort, un naturalista a caballo entre el XVII y el XVIII, quien delata a los traviesos brucolacos griegos.

Tal vez, por su tenor y número -hasta el punto de parecer una epidemia-, estas noticias debieron de sorprender en una Europa que quería emerger al Siglo de las Luces. Efectivamente la reacción de los ilustrados empezó pronto. A mediados de siglo, el benedictino Antoine Augustin Calmet (un estudioso de la Biblia metido a historiador y analista del vampirismo) -quien llama revinientes a los vampiros- ya los desacredita ("se trata de una ilusión"), si bien su esfuerzo crítico va a resultar insuficiente para otros pensadores posteriores. Y a Feijoo, en sus Cartas eruditas y curiosas, le traiciona la impaciencia por el trajín que se traen los revinientes "que van, y vienen, que salen de los sepulcros a hacer sus correrías, y se vuelven a ellos a su arbitrio..., alternando [aquí Feijoo se define muy poco receptivo] como quieren, los dos estados de muertos, y vivos".

Voltaire, hacia 1764, se indigna de que en la Europa de Shaftesbury, Locke, d'Alembert, o Diderot, todavía estemos con estas supersticiones. Su escándalo se vuelve sarcasmo: "hubo agiotistas, mercaderes, gentes de negocios que chuparon [no de noche sino] a la luz del día la sangre del pueblo; pero no estaban muertos, sino corrompidos. Esos verdaderos chupones no vivían en los cementerios, sino en magníficos palacios". Y arremete contra la propia Sorbona por haber aprobado la revisión histórica del vampirismo escrita por el mencionado Calmet.

Del mismo parecer que Voltaire es el autor de un artículo de la revista Miscelánea de comercio, política y literatura, en 1820, quien se extraña de que "las novelas y las composiciones dramáticas han hecho de moda los vampiros, que de algunos meses a esta parte son el objeto de todas las conversaciones" (bueno, por ahí andaban Polidori y su compañero Lord Byron). No le parece sino muy tibio al articulista el esfuerzo crítico del dicho Calmet, si bien le disculpa "por que la revolución que se ha efectuado después en el espíritu humano, no estaba entonces [en el tiempo de Calmet] más que comenzada".

Desde la publicación de la noticia en 1736 hasta su definitivo descrédito en esta última crónica han pasado no ya unos años, sino un mundo entero. El hombre moderno ha arrumbado las estructuras socioeconómicas y mentales del poder señorial, ha derribado los límites de sus pretéritas creencias, y ha avanzado en el camino de la independencia de juicio y de la ciencia por el método de poner en duda todas las rémoras que le obstaculizaban.

Hay muchas clases de vampirismo. Además de los propios, también están los que chupan la savia de su porvenir a la Humanidad. Habrá que estar atentos a sus intentos de irrumpir de nuevo. No sabemos qué forma adoptará la superstición, o qué definición, cuando vuelva a llamar a las puertas de nuestra Historia en el futuro.

Para la elaboración de esta anotación consulté varias páginas web. Ahora me resulta imposible enumerarlas.