martes, 15 de octubre de 2013

De momento, creo que esta bitácora se cierra

Lo llevo pensando desde hace unos meses. Y creo que ya no lo voy a postergar más.

Se puede decir que se ha presentado un invitado no querido: el agotamiento de la creatividad. Al principio recuerdo que se me venían a la cabeza cosas que decir y, enhebrando una con otra, lograba publicar esas hebras de imaginación. Así el blog iba avanzando poquito a poco. Pero últimamente no sucedía. Como si, desnudo, antes me moviera con total libertad, desembarazado para realizar cualquier quiebro a cada momento según me pluguiera; y, en cambio, atado por las cuerdas de la esterilidad o embutido en una rígida escafandra de tópicos, casi sin visión y sin holgura, caminara extraviado ahora. Por eso he decidido poner punto a esta aventura.

Muchas gracias a los lectores y, sobre todo, a los comentarios. La bitácora es un motor que funciona con gasolina, y la gasolina son tanto vuestras lecturas como observaciones. Realmente, la posibilidad de recibir los puntos de vista de los internautas es lo extraordinario de los blogs. No serían lo mismo sin esta característica. Y lo digo no solo como receptor de ellos, también como emisor.

Prefiero anunciar el cierre a dejar ese último capítulo de los inquisidores del Languedoc congelado en el tiempo, lo que en sí mismo daría un mensaje de continuidad impropio. Por otra parte, tampoco estaría mal concluir así, con una anotación más, un haz de luz lanzado al infinito del tiempo o lo que blogger permitiere.

Como no es exactamente una despedida, porque seguiré leyendo y participando en vuestras bitácoras, no hay casilla de comentarios esta vez.

martes, 3 de septiembre de 2013

La burocrática máquina de uniformar

Era duro que te preguntara la Inquisición.
Muy duro y una mala cosa. Querían saber todo. Qué ceremonias habías presenciado, en qué casas y cuánto tiempo habías permanecido, qué palabras exactamente pronunciaste. También deseaban conocer las creencias y el ceremonial de los conciliábulos heréticos. Y una vez lo sabían todo de ti, volvían a la carga pero para preguntarte lo mismo respecto a otros. Era muy serio porque si salía mal, podías acabar de ceniza en alguna pira.

Los testigos se mostraban colaboradores (a la fuerza ahorcan). Hablaban lo que sabían, de quien sabían. Alguno trataba de hacerse el sueco sobre las identidades de compañeros de herejía, pero tampoco podía callar totalmente. Había que dar algo al inquisidor: algún nombre, alguna dirección, algún dato. Y entonces ¡ay de aquel al que el tribunal echara la zarpa! Ese no se salvaba.

Para los pesquisidores la sensación diferiría. Aquella serie interminable de interrogatorios carecería probablemente de sorpresas. Las mismas preguntas, respuestas parecidas; los mismos métodos persuasivos, reacciones similares. Personajes de cualquier extracción social, en apariencia dispares, se comportarían de idéntica manera ante el verbo del interrogador. Total, un pelmazo. Puede que los inquisidores, en el fondo, se aburrieran terriblemente.

Aunque a veces saltaba la chispa de la vida.

  • -Pregunté a muchos hombres y mujeres, qué sé yo a cuántos y quiénes, si creían en aquel Dios que hacía el viento y la lluvia. Y a los que me respondieron que sí, que sí creían, yo les contestaba: por tanto creéis en el culo y la vulva.

          -No lo hacía por ofender a Dios, [señor inquisidor]. Era por gastar una broma.



  • -Ya que me insiste, señor, le diré que muchas veces, sí: meé en la tapia del cementerio y no menos en la pared de la iglesia. Ah, y en sus vidrieras también.

          -Porque tengo enfermedad y no me aguanto el pis.

Este singular reo pudo ir sorteando el interrogatorio con respuestas más o menos ingeniosas, pero donde le pillaron fue en un asunto de cierta importancia: reconoció (a saber cómo le forzaron a ello) haber dicho que Dios no era quien daba los bienes temporales sino que era el hombre el que se procuraba los alimentos con su trabajo.

Desconozco la suerte que corrió Gauberto de Aula de Benacio, quien respondía así (está un poco novelado, mas no desvirtuado) al dominico Ranulfo en la festividad de Todos los Santos de 1273. El Tribunal de la Fe buscaba valdenses o cátaros, o lo que fuera, en Languedoc, y los encontró, vaya que sí. Y si algunos se libraron fue como si no, porque no les quedarían ganas de diferenciarse por sus creencias. Es un poco arriesgado hacer generalizaciones, pero, en cierto modo, la Inquisición trató de uniformar la sociedad. Como una plancha. Me pregunto si hay, hoy en día, una maquinaria tan poderosa que sin violencia la iguale.

Este y otros testimonios de la implacable búsqueda están recogidos en el libro Inquisidores y herejes en el Languedoc del siglo trece.

lunes, 3 de junio de 2013

"Cada día mueren miles en el frente y yo dirijo un enorme aparato para un par de casos"


La frase que encabeza la anotación pertenece a la película, de 1957, El diablo ataca de noche: cine negro ambientado en el torbellino de la Segunda Guerra Mundial. Un policía investiga una serie de asesinatos que parecen obra de un solo individuo. Lo que pasa es que, en sus pesquisas, de pronto entra un invitado no querido: las SS. Si ya es difícil emprender una investigación criminal en tiempos de paz, en donde el agente tiene que arremangarse los brazos para meter la mano en la sentina de la sociedad, en tiempos de guerra todo se complica y se confunde. El país supedita su horizonte vital al esfuerzo bélico y la verdad queda subordinada a éste.
El personaje que pronuncia la frase que intitula estas letras se pregunta qué sentido tiene su trabajo: ¿Qué más da una pequeña muerte más detrás de las líneas, a quién le importará cuando los compatriotas están cayendo heroicamente en el frente? La respuesta más sencilla es no complicarse la vida, tratar de hacer la vista gorda. Lo tienen más fácil que en tiempo de paz, pues bajo el horror universal, quién va a reparar en uno local, minúsculo.


Unos años después de que Robert Siodmak rodara en Alemania El diablo ataca de noche, Anatole Litvak dirige La noche de los generales (1968), en donde los sospechosos son nada menos que varios generales alemanes y el abnegado policía un oficial de menor rango. Por último, quería reseñar también un tercer título, más reciente, de 2011: Silencio en la nieveGerardo Herrero, su director, nos cuenta otra historia detectivesca, esta vez durante la campaña de la División Azul en la Unión Soviética. En pleno frente ruso.

Los protagonistas de estas tres películas son tipos anodinos, funcionarios que se limitan a cumplir sus funciones de siempre: dar con el asesino. Pero bajo la guerra estas han cambiado, a pesar de lo cual, ellos no se adaptan. En este entorno se han alzado a la cabeza de la estructura social nuevos personajes que hacen de lo bélico razón de estado, lo que lo vuelve del revés todo, incluso la propia alta función de la policía que es perseguir a los victimarios hasta ponerlos a disposición judicial.
Claus Holm en el film de Siodmak, Omar Sharif en el de Litvak y, finalmente, Juan Diego Botto interpretan a unos investigadores que bregan contra corriente en un ambiente preñado de violencia y donde la vida tiene tan escaso valor.

Imágenes: El diablo ataca de noche, La noche de los generales, Silencio en la nieve.

domingo, 26 de mayo de 2013

"Alcohol is free"


"Vamos muy bien
borrachos como cubas"
Siniestro Total
 
El desastre económico que se ha cernido sobre Grecia es como una tormenta que los arrastra y estraga. Y ellos casi no pueden hacer nada.
 
Han navegado con el viento a favor durante años, un auténtico bálsamo. Y, claro, a lo bueno todos nos acostumbramos. Es como un dulce sueño, o una adorable embriaguez en whisky, la bebida favorita del mundo occidental que llegaba por la Vía Egnatia. Quién se va a resistir al encanto de este néctar de los nuevos dioses. Nadie, nosotros tampoco.
 
Pero tiene sus peligros. Los puntos cardinales fallan, las referencias son borrosas, el rumbo deja de ser un objetivo fijo para convertirse en una nube de indeterminación. El alcohol que nos gusta nos trastorna y ni sabemos cómo avanzar a buen puerto. El extravío es seguro.
 
Pero te acaban encontrando en ese sueño maravilloso, y, al despertar, lo que era un mar en calma resulta ser una galerna en medio de la cual estamos nosotros. Ebrios y mareados como vamos, alguien desconocido aparece de pronto y nos empieza a gritar para dirigirnos. Ya no trae whisky, sino que nos pone guardias de tráfico, alcoholímetros y semáforos en el mar embravecido.
 
Desgraciadamente nuestros conductores no nos han llevado ni nos llevan por buen rumbo. Así sucumbiremos.

 
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Fuente:
RTVE para el video
Imagen: Catedral de Burgos
Letra de la canción griega del Festival de Eurovisión 2013: Aftersounds, Wiwibloggs

lunes, 13 de mayo de 2013

Sus libros 2/2


Mapa con el curso del río Arno

Dejo sus libros y me asomo a los propios escritos del dueño de tan dispares gustos literarios. Parecen borradores, llenos de letras ribeteando los dibujos en una mezcla, a veces caótica, que acomoda asuntos totalmente distintos en una misma hoja. Observaciones sobre todo tipo de temas, desde la munitoria, al estudio de las olas; desde el mecanismo de un reloj a la elaboración de un faraónico proyecto de navegabilidad del Arno para dar salida al mar a Florencia. Desde cómo volar, a cómo practicar túneles bajo tierra. No hay barrera al talento de este hombre. No lo conozco pero seguro que es un constructor, un hacedor que opone a la naturaleza el ingenio humano. Y su herramienta principal, con la que piensa, con la que aplica el intelecto a lo que hace, es su dibujo. Cavila, no en forma discursiva, sino gráfica, como si fuera un pintor. Pero, claro, no puede ser un pintor. Si lo fuera, además de ingeniero, relojero, matemático, filósofo..., ya es que sería un genio.

Finalmente y lo que me lleva a rechazar a este hombre—, encuentro unos textos abominables, escritos por él, en donde, en ciertos asuntos, antepone la experimentación al crédito debido a nuestros antepasados. Cómo se atreve, desde su vileza de ser humano, a atentar contra el principio de autoridad. Qué sabrá él de nada, mortal como es. ¡Bah!

Nada fructífero puede resultar de una mente que no reconoce límites. ¿Dónde iría a parar la humana condición si sus individuos creyeran que puede hacerse cualquier pregunta? En fin, espero que, en el futuro, todavía queden correligionarios míos con la clarividencia necesaria para encauzar las cosas convenientemente.
 
Fuente: exposición y catálogo de El imaginario de Leonardo. Códices Madrid de la BNE

viernes, 10 de mayo de 2013

Sus libros 1/2

La resurrección de la antigua sabiduría griega y romana [del Renacimiento], había hecho a muchos hombres demasiado confiados en su propia razón e inteligencia, que creían no tenía que ser dirigida por una autoridad superior
 
José María Pemán
 

"Cosmogrofia di Tolomeo"
No puedo evitar, cuando entro en una casa, echar un vistazo a la librería. Y si la ocasión es propicia, acercarme a mirar por menudo los anaqueles. Puede que, en este impulso, haya algo de interés egoísta por descubrir alguna obra que me venga bien o, por qué no admitirlo, también un poco de cotilleo. Y es que ellos nos ofrecen un complemento estupendo a la persona, una foto de sus intereses y formas de pensar. En definitiva, a través de ellos, los libros, se conoce mejor a su propietario.

Por eso me acerco al arcón, donde el dueño ha ordenado su biblioteca. Curioseando, cojo uno al azar y lo abro, Vida y fábulas de Esopo, una edición veneciana nada menos que del gran Aldo Manucio. Lo deposito con todo el cuidado que me merece, y escojo, a continuación, otro ejemplar, de encuadernación algo forzada por un lápiz entremetido en sus páginas. Qué mágníficas letras, grandes y claras. En el íncipit, el afamado autor, Leon Battista Alberti, presenta su tratado sobre arquitectura. Luego me entretengo con otro volumen, esta vez algo antipático de leer por su apretada composición: una Historia natural de Plinio. Por si no fuera poca tanta variedad, bajo él me topo con un Donato, que pocos aprendices de latín desconocerán y, con idéntico fin, otro libro, esta vez de Prisciano. Pero veo varios más, de matemáticas, y muy manoseados; seguro que hay en ellos alguna vinculación con el tratado de arquitectura.
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"Plissciano gramaticho"
Con tanta libertad como me permite la ausencia del dueño de los libros de viaje en Milán en donde ya estuvo una temporada, hace diez años, hasta que depusieron a los Sforza en 1499, voy desgranando su vida a partir de tan aparentemente dispares intereses. De las lecturas que el azar me está seleccionando, he ya deducido que se trata de algún arquitecto o ingeniero, amante del latín y la mecánica del mundo. Cosas todas apropiadas para un temperamento tranquilo que contempla la naturaleza con el gusto de la razón.

Luego, en un descuido, cae a mis pies un libro que me deja sorprendido. Al abrirlo se libera de la presa que ejercen sus páginas una nota de cuidada letra. No puedo por menos que atender a su contenido. Una especie de currículum vítae, una solicitud de trabajo. Dice en el billete el autor, ser un gran ingeniero militar capaz de infligir al enemigo toda clase de "daños y confusión" con sus soluciones prácticas, incluyendo entre estas, la construcción de unos "carros cubiertos seguros e inatacables". No sé lo que quiere decir. Luego ojeo el libro sin interés, un tratado sobre la guerra y la ingeniería militar.
De re militari

Fuente: en Sus libros 2/2

miércoles, 10 de abril de 2013

Diálogo imposible 4/4

Cuando ya anticipábamos la total incomprensión recíproca en que iba a terminar el debate entre los dos señores, va el antiliberal y toca un tema...

Estos políticos filósofos me asombran con una nueva ciencia: la llamada aritmética política. Sus principios son contrarios a la Aritmética. En esta, dos y dos cuatro son, pero en la política no, sin que yo pueda decir si son cinco o siete, porque no he podido averiguarlo por más diligencias que he hecho. Los oyentes que quieran satisfacer su curiosidad, diríjanse a la casa del autor, aquí en Cádiz.

Entonces Gallardo le contesta lo siguiente:

En la aritmética política todo es tan cierto como dos y dos son cuatro, hogaño, antaño y siempre. Y si en Cádiz hay alguno que diga lo contrario, y anda suelto, por auto de buen gobierno se le debe luego enjaular.

Dicho esto, y para sorpresa de todos los presentes, los dos hombres, como si hasta ahora no se hubieran comprendido, cobraron repentina conciencia de las palabras el uno del otro. Y dándose ambos la vuelta, pues hasta este instante se habían enfrentado sus espaldas, echáronse la mirada, menos torva que otras veces, y con esas, cada cual torció a su barrio. La aritmética política, mejor dicho, su corrupta inteligencia, es lo que dulcificó finalmente la antipatía que se profesaban.

Sin más, me quiero despedir de ti hasta que las circunstancias nos puedan reunir. Espero que nada malo te aleje de nosotros y podamos de nuevo abrazarnos sin la opresión de ningún enemigo extranjero. En cuanto a nuestra amiga, debo decir que, tras una charla muy juiciosa, he concluido que no es una fanática del liberalismo. Es más, aceptó escuchar, con neutralidad, mi propuesta de enseñarle el orden tradicional de las cosas. De hecho, ya desde hace una semana, dedica una hora diaria de su tiempo para que yo le imparta tal magisterio (supongo que no te molestará). Y no sé si será la vehemencia de mis métodos pedagógicos o que principian a arraigar en ella las correctas convicciones de mi ideario, el caso es que no veas lo aplicadamente que se toma la lección.
De tu amigo, casi hermano.
Un abrazo.

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Fuente: si hubo espectadores de algún encuentro entre Gallardo y el desconocido absolutista, bien pudiera ser. El texto de estas cuatro anotaciones es una ficción inventada sobre el contenido de dos obras; unas veces plagiando de forma literal el original, otras trascribiéndolo muy libre y, en todo caso, sin aviso de transición de una forma a la otra.
Las palabras en cursiva proceden de Diccionario razonado, manual para inteligencia de ciertos escritores que por equivocación han nacido en España, obra de clara ideología antiliberal y cuyo autor no está claro (recientemente atribuida a Justo Pastor Pérez, furibundo absolutista). Las subrayadas, a su vez, están tomadas de Diccionario crítico-burlesco, escrito por Bartolomé José Gallardo, liberal convencido; quien lo redactó para contestar a la anterior, al Diccionario razonado, publicado un tiempo antes. Ambos libros son producto de la España de 1811, una España en la que, aún bajo la invasión, se estaba discutiendo sobre lo que habría de ser el régimen de gobierno del futuro y la propia naturaleza del estado. Desgraciadamente aquellas discusiones no terminaron bien, sobre todo para algunos de los contemporáneos. Gallardo fue prueba de ello. Significado en la defensa del liberalismo, ideología vehementemente perseguida por Fernando VII, tuvo que buscar su camino fuera del país.

domingo, 7 de abril de 2013

Diálogo imposible 3/4

Yo, como te imaginarás por mis simpatías antirreformistas, me hallo mucho más cerca de las razones del desconocido que de las de Gallardo. Pero quiero desaparecer de esta misiva para seguir contándote, sin influencias por mi parte, lo que siguió, que fue, nuevamente, el turno del desconocido:

Sí, por fin llegamos a Napoleón. Un enemigo para los verdaderos patriotas.
Algunos aquí deben tener dudas sobre el lado en que militar, porque no lo dudéis él es el jefe de todos esos nuevos filósofos, de esos charlatanes. Bonaparte es fruto, resultado y producto de todas las especulaciones y operaciones más sublimes de la filosofía. Bajo su mando de terror tendremos que darnos prisa en admitir las doctrinas de esos nuevos regeneradores. Recibamos, pues, bajo su férula, las ideas liberales, derroquemos el fanatismo, miremos con horror la superstición, purifiquemos y reformemos la religión, abatamos el despotismo, y bla, bla, bla.

Me pareció intuir que Gallardo, como si preso de una repentina cólera, quiso darse la vuelta para enfrentarse a su interlocutor. En vez de eso, dando una gran voz, el bibliotecario le contestó de esta manera:

En realidad mi adversario habla así porque lo confunde todo. De sus posesiones lo despojan las bayonetas francesas. De sus esperanzas los políticos liberales que él llama filósofos. De aquí que franceses y liberales, para él y los suyos, sean todos unos. Como ante los primeros capitularon, han creído asegurar mejor el golpe tirando a los liberales. Y así contra estos últimos descargan toda su furia.
¿Queréis una aclaración en toda regla respecto a Bonaparte? Muy bien, yo os la daré. Dice mi contradictor que es nuestro líder. Se engaña o, peor, os engaña. No me atrevo a celebrar como virtud el fraude piadoso con que mi adversario, suponiendo enemigos de Dios a los filósofos (porque no lo olvidéis lo son de él), trata de hacerlos odiosos delatándolos al pueblo por discípulos de Napoleón. Pero yo os digo algo. Llamar jefe de los filósofos a Bonaparte es como llamar a un lobo jefe de las ovejas, o sea, insultar con amargos sarcasmos a la filosofía y a la humanidad. La doctrina de Napoleón no está en los libros de filosofía. Muy al contrario, en ellos no hay página que no sea una reprobación de los pensamientos, palabras y acciones de este tirano.

No creas que ni entonces calló la boca el desconocido antiliberal, sino que, poseído por un espíritu animoso del que se sabe en el lado de la razón, así continuó:

Ahora lo confundimos todo, dice este hombre. Desde luego, estos filósofos, ensoberbecidos ellos, nos deben tomar por tontos. Insisten en nuestra estupidez como si nuestros estudios y títulos académicos nada valieran. Es más, se mofan de ellos, preciados de que su verdad es la verdad. ¿Qué diríais si yo os dijera que después de setenta siglos de tanto discurrir, se han ido todos nuestros antepasados al otro mundo, tan ignorantes como el día que nacieron? Que los hombres de tantas naciones, después de haberse debanado los sesos, después de haber estudiado y escrito tanto, nada han sabido hasta este feliz momento en que han aparecido al mundo estos nuevos filósofos. Seguramente, contestaríais indignados que no puede ser. Y claro que no.
Nosotros no nos perdemos en la confusión en la que nos quieren. Sabemos qué se proponen esos sofistas del nuevo conocimiento. Sus ideas, que son las ideas liberales, vienen a decir que no había necesidad de perder el tiempo en la fe de nuestros padres, que el juramento de conservar la religión católica se cumplía con echar abajo la Inquisición.
Pues bien, queridos míos, a esto hay que responder que de los doce millones de almas, que comprende la España, los diez millones ochocientos mil y pico largo, queremos que el Santo Oficio se conserve. Lo que pasa es que aunque la nación lo quiere, ellos, los liberales, parece que lo detestan. ¿Y solo porque se les antoje anularemos el tribunal de la fe? Despotismo.

Me atrevo a especular, a partir de la inoportuna carraspera que le sobrevino a nuestra común amiga, alguna incierta sensibilidad de su parte contra el sagrado tribunal (tú lo calificarías de nefando). Esto puede representar para mí algún inconveniente. Ya sabes que pretendo ganarme el pan en el servicio al inquisidor de mi ciudad, y necesito a mi lado a una mujer que me apoye, no que tosa a la sola mención del Santo Oficio. Reconozco que esto te puede conceder alguna ventaja en la particular carrera que sostenemos los dos por su amor. Pero no te alegres prematuramente, que en las dificultades me crezco.
Y no creas, que no me despisto. Ahora vino el turno de Gallardo, el liberal, quien, como imaginarás, no sufriendo callado esta defensa del insigne tribunal de la fe, se despachó como sigue:

Ellos no quieren que pensemos. Más aún, se han arrogado del pensamiento, expidiendo de su mano las licencias de pensar, negándoselas a los que no fueran ángeles de su coro y acusando de todas las calamidades a los liberales. Una enorme injusticia cuando, desde Torquemada, el español que quisiera pensar tenía que encerrarse debajo de cien cerrojos, y aún no estaba seguro de los esbirros del despotismo espiritual.

Acabado su parlamento, Gallardo bebió un sorbito de agua de un vaso. Adivina qué bella joven se lo tendió. Sí, ella. Quizá te enternezca, puede que sí. Yo lo deploro, en cambio. Tan distintos tú y yo, tan iguales. Somos casi hermanos desde niños, y si la tierna edad pudo disimular nuestros desafectos, estos levantaron una barrera insoslayable en cuanto la juventud los evidenció. Pero solo nos alejamos por ideas, que no de sentimientos. De lo cual da fe el hecho de que, llegado el momento de poner la vista en una mujer, y aun rivales políticos y todo, nuestro corazón ha elegido a la misma dama. Lo cual, si cabe, me empuja a ejercer esta función de notario con más perfección. Solo datos. Con todo lo que ya llevo descrito, no dirás que, a pesar de mi interés en el tema, estoy tergiversando algo para indisponerte con ella. Pero dejo ya este excurso, y me centro en lo que el desconocido habló entonces. Un tema muy querido por ti, por cierto:

Porque ¿qué es la libertad para estos nuevos filósofos? Pues consiste en decir, hacer, pensar, escribir e imprimir libremente sin freno ni sujeción a ley alguna todo lo que les dé la gana, tener derecho a ser católico, deísta, ateísta, moro, judío, sin que nadie les estorbe.

Dios que hizo al hombre racional y sensible y no piedra dura, le crió para vivir, no para existir solamente. Y ¿qué es vivir sino ejercer con toda la plenitud posible las facultades de que el cielo nos dotó? Alma y potencias nos dio el Criador para discurrir, bien que con peligro de errar. De libre albedrío nos dotó, porque nuestros aciertos quiso que fuesen meritorios, y más aceptas nuestras buenas obras.

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Fuente: ningún diálogo en cursiva o subrayado de esta anotación y de la que sigue me pertenece. Están tomados de las obras que se referirán en Diálogo imposible 4/4.

jueves, 4 de abril de 2013

Diálogo imposible 2/4

Ahora paso a dar testimonio de la intervención del eminente desconocido, defensor del Trono, la Religión y el orden sagrado de nuestros ancestros a quien, estoy seguro, tú llamarías "ese cuervo déspota":

Hay tres especies de patriotismo. El de la primera está formado por los que a trueque de conservar pura su religión y mantenerse leales a su soberano Fernando, no han dudado en rechazar con gallardía cualquier trato con el invasor abandonándolo todo incluso a riesgo de morirse de hambre. Dejemos aparte al segundo tipo, por no venir a nuestro interés esta noche, y volquémonos con el de la tercera especie, el patriotismo científico. Este es el que sabe unir todos los extremos y atar todos los cabos. Ha logrado tener a su disposición dos tesorerías, la de Pepe Botellas y la de la nación española. Cuando se acabó la de Pepito, se ha ido sin tropezar a la otra como si toda la vida hubiera estado en Cádiz. No le importa haber tenido trato con Napoleón para que venga aquí y tercie con los pobres ingenuos de la primera especie de patriota. Y en Cádiz, no ha desaprovechado momento para hablar mal de los frailes y verter trozos enteros de libros heréticos. ¿Ya se han imaginado quiénes son estos ilustres señores de la tercera especie? Sí, esos, los filósofos.

Que cambiamos de color dice este vocero del antirreformismo. Perdonadme que me sonría de esa acusación cuando unas veces hemos visto, según el viento que soplara, a un siervo del Señor subir a la cátedra de la verdad a proclamar rey por la gracia de Dios a nuestro legítimo monarca el señor don Fernando VII; y subir, si es que había moros en la costa, a proclamar a Napoleón en el nombre del mismo Dios. Vosotros los que nos acusáis de acomodarnos al sol que más calienta, ¿es que tenéis el descaro de asestar vuestros tiros a los mismos que os defienden contra la tiranía?, ¿a vuestros mismos hermanos? Las armas que os dimos para defensa de la religión, ¿las volvéis ¡aleves! contra la patria?
¿Por qué no saltáis contra los verdaderos enemigos extranjeros?: los que allanaron la casa del Señor, los que profanaron sus santas imágenes, los que robaron, quemaron y convirtieron los templos en establos.


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Fuente: ningún diálogo en cursiva o subrayado de esta anotación y la que sigue me pertenece. Están tomados de las obras que se referirán en Diálogo imposible 4/4.

martes, 2 de abril de 2013

Diálogo imposible 1/4

Querido amigo.
Hace mucho tiempo que no nos llegan noticias tuyas. Lo último que supimos fue de tu enrolamiento en las partidas de un guerrillero por la zona de Salamanca. Aquí todo el mundo lo conoce, pero ya sabes que soy muy despistado. Además hay otros asuntos que reclaman mi atención. Por lo que me dicen, andáis por aquellos caminos causando algún estrago a las tropas francesas. Espero que no te hayan herido en ninguna acción y encuentres un hueco para que te ponga al corriente de las noticias de aquí, pues, aun distanciados yo y tú en las ideas, sé que sientes por Cádiz, y las deliberaciones que toman lugar bajo su amparo, la más alta consideración hasta el punto de atribuirle creo que equivocadamente, y aun sin pegar un solo tiro, tanto menoscabo sobre nuestros enemigos como puedan infligirle cuantas celadas y batallas les opongan guerrillas y tropas. Te paso a relatar, pues, el clima general de la ciudad donde, como sucede contigo y conmigo, hay disensiones entre nosotros los partidarios de la tradición, y vosotros los del liberalismo. De paso, te hablaré de cierta amiga que ambos conocemos muy bien.

Y nada mejor que sus fiestas para pulsar el estado de la ciudad.
A este convite que paso a relatarte llegué por casualidad. Pasaba por la casa de nuestra común amiga y oí ruido de platos y música. Debía de haber alguna cena especial a la que no fui llamado, lo que me extrañó sobremanera dada la confianza que con ella sabes que tanto tú como yo tenemos. Y si bien seguramente encuentre razones para que no se te hiciera llegar la invitación (al fin y al cabo, los peligros de la guerra con los invasores franceses hubiesen convertido tu viaje hasta aquí, a Cádiz, en una aventura peligrosa), en cambio, para mi caso, que resido a unas manzanas de ella, no puedo hallar justificación a su desplante. Pero, sin nada mejor en qué invertir la noche, y por revancha del que es despreciado, decidí colarme, lo que hice hasta dentro.

Allí mezclados vi charlando, como si se dieran un respiro, liberales y no liberales, y lo hacían con tan buen ánimo como si fuera el Paraíso Terrrenal. Se hablaban sin aspavientos, compartían bebida y mantel como buenos hermanos. Parece como si la paz hubiera vuelto a nuestros ánimos, de natural crispados.
Demasiado engañoso todo.

En esto entraron dos individuos de buen porte. Al uno, por la mucha gente que me estorbaba no le pude reconocer, pero al otro sí, vaya, pues se puso de cara a mí. Era el bibliotecario de las Cortes, el liberal Bartolomé José Gallardo. Ya sabes cómo es de apasionado (bueno, tú lo llamarías apasionado pues compartes sus ideas, yo, que soy de signo contrario, lo tengo por diablo contumaz). Pero quiero apartarme de juicios de valor. De todas formas, como bien me reconocerás, el bibliotecario Gallardo no desaprovecha ningún momento para soltar una arenga contra el orden sagrado de nuestros padres, que él llama despectivamente despotismo y Antiguo Régimen. Aquí encontró buena ocasión. Ambos, el hombre que no pude reconocer y el bibliotecario, se pusieron espalda contra espalda en medio del salón, como dos que no se sufren ni para verse. Y entonces empezó un diálogo entre ellos, un diálogo de enemigos enconados que, sin embargo, no abandonan afortunadamente las formas en ningún momento. Empezó el desconocido y siguió el liberal Gallardo, y así, alternándose el uno y el otro se brearon verbalmente sin inmutarse, con la frialdad de un abogado ante el juez. Rompió las hostilidades el individuo que no reconocí, que a juzgar por sus razones era sin duda uno de los míos, un partidario auténtico de nuestro Rey, de nuestra Tradición con mayúsculas. Y fue como sigue:

Yo os voy a enseñar lo que hay detrás de las palabras de los nuevos filósofos, los liberales. Y lo haré mediante el humor y la ironía. No podía ser de otro modo, dada la inconsecuencia de estos filósofos en, por una parte, arrumbar todo principio de autoridad, pero, al mismo tiempo, profesar votos de obediencia a las nuevas ideas liberales. El yerro que reprueban en sus enemigos, resulta ser el vicio en que ellos mismos tropiezan. Pero no os preocupéis, que yo aclararé esta y otras muchas sinrazones de esa gente, empezando por sus palabras. Os pondré en camino de entender el lenguaje nuevo de tales doctores.
Ellos quieren que detestemos de nuestros padres, y quememos todos los libros sin exceptuar los que malamente, según estos señores -los liberales-, hemos llamado hasta ahora libros santos. ¿Que por qué hay que desecharlos? Sencillo: estos sabelotodo de nuestro tiempo, estos monos, ecos de otros monos nacidos en Francia, nos quieren enseñar que tales libros no contienen sino cuentos fabulosos para mantener la credulidad de los hombres débiles. Creamos, pues, por dar gusto a nuestros nuevos maestros, que no hay Dios.

Entonces se hizo el silencio. Nada largo pues, inmediatamente, comenzó Gallardo a hablar. En vano atendí a sus gestos por si detectaba alguna huella de ofuscación. Nada noté. A esa temperancia de ánimo acompañó la inmovilidad de su postura: no se volvieron para enfrentar sus ojos, ni siquiera insinuaron un leve giro en sus cuellos. Tal la distancia con que acostumbran a tratarse.

Estos antiliberales, estos hombres que quieren volvernos a las cavernas, nos llaman eufemísticamente filósofos. Pero nosotros nos llamamos liberales. Ellos hacen mofa de nuestras razones, nosotros les desafiaremos con iguales armas.
Que no hay Dios, ponen en nuestra boca. Quisiera yo creer que todas esas algaradas que nuestros teólogos levantan no son sino simulacros de la guerra que preparan contra los impíos de allende las fronteras: pues sería de risa tener enfrente a los enemigos del Señor, y venirnos a convertir a nosotros que nos preciamos de católicos. Si es para juego, ya parece que va siendo pesado.

Por cierto que nuestra común amiga, que normalmente suele mezclarse entre sus invitados con perfecto comedimiento sin delatar predilección por ninguno, vino a colocarse junto al demonio liberal Gallardo. No sé si fue el azar el que la quiso acercar a ese diabólico individuo, o es que sus inclinaciones ideológicas se retratan mejor en las del loco juicio de los filósofos, del que sabes soy íntegro detractor, y del que te sé partidario acérrimo.


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Fuente: ningún diálogo en cursiva o subrayado de esta anotación y las que siguen me pertenece. Están tomados de las obras que se referirán en Diálogo imposible 4/4.

miércoles, 27 de febrero de 2013

La segunda oportunidad de Muntaner 3/3

Tras un momento de silencio que permitió a Bernardo asimilar aquel descubrimiento, el anciano prosiguió.

—¿Quieres devolvérmelo? Si es así, tráelo. No me importa darte el dinero que pagaste, pues seguro que acabaré vendiéndolo.

Pero el muchacho no quiso. Vovió a recordar lo extrañado que se sintió por aquel diez. Quizá incluso vergüenza pasó, mas luego, un oculto deseo le fue ganando hasta que, finalmente, le acometió el ansia por más dieces. Y, para ello, el libro mágico le podía venir bien. No se desprendió de él.

Ganose la enemistad de sus antiguos camaradas, pero eso a él no le importó. Estaba sintiendo en su interior una nueva ilusión. Jamás había destacado en los estudios; sí en cambio, bien que de otra forma, en su círculo antiguo, el que ahora le volvía la espalda. Si debería de haber sentido alguna congoja por ello, sus nuevas amistades ya se encargarían de aliviársela.

Algunos de sus viejos amigos, los que más le querían, tuvieron disgusto de aquel distanciamiento, y trataron de tender puentes, incluso renunciando a la vida que habían llevado. Pero ya Bernardo había puesto proa a su nuevo destino y quería abandonar cualquier contacto con todos ellos, su pasado. El proceso de desapego fue imparable e, incluso los más íntimos, cansados de tanto rechazo, terminaron por apartarse de él pues se había vuelto totalmente desconocido.

A Bernardo, una vez seguro en semejante decisión de olvidar lo que había sido, le ocurrió un imprevisto. El libro parásito dejó de funcionar y ya no le ofrecía versiones noveladas, que tanto disfrutaba, de sus estudios. Las páginas de la mágica obra, antes feraces campos de letras, ahora brillaban como un deslumbrante desierto blanco y, por más que la arrimara a otros textos, no absorbía nada de ellos. Bernardo se estaba desesperando porque veía con vértigo que todos los planes que se había forjado últimamente se le resquebrajaban y las circunstancias lo conducían inevitablemente a volver con su gente de siempre.

No funciona gritó el indignado Bernardo entrando en la tienda como un ciclón.

¿O eres tú el que ya no vales para usarlo? le contestó muy seco el librero, sin demostrar ninguna sorpresa por la repentina llegada del mozo, ni tampoco por su queja.

Don Ramón, ¿qué hago con este albarán? preguntó el mancebo de la librería que salía de la trastienda en ese momento.

Bernardo, abstrayéndose de la conversación entre los otros dos, observó, por primera vez, el letrero lleno de polvo que coronaba el espejo tras la máquina registradora: Ramón Muntaner, librero de viejo.

Ya solos nuevamente, el propietario de la tienda continuó: has abandonado tus antiguas lealtades. El libro lo sabe y tampoco quiere seguir tu camino. Tienes que volver y esforzarte; darles una oportunidad a los de tu pandilla. Puede que algunos quieran seguirte aún.

Bernardo, como si lo considerase natural, pasó por alto preguntar cómo sabía eso don Ramón.

El libro es mío. Hace lo que quiero se defendió el chaval.

De eso nada. Él elige a su dueño. Y ahora te ha dejado. De hecho, lo más probable es que su esencia ya no esté en ese opúsculo que te vendí. Puede que haya huído. ¿Qué te diré?, a saber en dónde ha arraigado, el alma de qué nuevo libro habrá usurpado.

Estas cosas no tienen alma bramó el joven apuntando a las estanterías combadas de peso, ya harto de que el viejo no se centrara en su problema.

Son cosas los libros, ¿verdad?, sin sustancia personal. Intercambiables unos con otros. ¿Te has preguntado por ti? Te has dejado comprar por nuevos intereses, muchacho. ¿Por tanto, quién habla de alma aquí? Si esta no es más que un producto que se vende y se trueca, entonces estamos hablando de cualquier cosa pero no de alma. Ese libro parásito te ha leído y, para él, Bernardo no es más que una cosa carente de sustancia, un objeto intercambiable, como un canto rodado. Y una piedra, lógicamente, no lee terminó don Ramón con una sonrisa oscura.

Bernardo, tras esta y más pláticas con el librero puesto que este se las arregló para que aquella encontrara continuidad, se dejó convencer y volvió con sus antiguos camaradas. En cualquier caso, sin el libro, como el señor Muntaner le recomendó, no tenía más remedio. Y si bien no tuvo la alegría de que le siguieran todos los de la pandilla, al menos sí lo hicieron unos cuantos, los más íntimos, los que más le amaban.

El señor Muntaner se marchó a otra ciudad. Y Bernardo no lo volvió a ver nunca —eso fue lo que más sintió—. En cuanto a la pérdida del libro parásito... Bueno, no fue más que un inconveniente, aunque, sin duda, lo hubiera hecho todo con mucha más facilidad acompañado de ese maravilloso objeto.

domingo, 24 de febrero de 2013

La segunda oportunidad de Muntaner 2/3

El choque fue salvaje. Una cosa era leer las acciones de una batalla en redacciones novelísticas dotadas de más o menos realismo, y otra aquello que estaba contemplando. Los jinetes, aterrorizados, apenas pudieron hacer nada por defenderse. Con sus monturas trabadas en el barro, se habían convertido en una fácil presa para los ágiles peones que se estaban moviendo a su antojo. La ventaja que el humedal había dado a los soldados desarrapados fue determinante. La victoria fue suya.

Bernardo estaba pensando cómo aquella brillante y orgullosa gendarmería de espuelas de oro se había dejado caer en la trampa mortal que era el lodazal, cuando, nuevamente, algo, quizá una patada de alguien por detrás, lo hundió enteramente en el blando suelo.

Entonces levantó la cabeza, y otra sorpresa más grande aún se llevó. Estaba con un boli en la mano en lo que parecía un aula la de su instituto, poniendo punto final a varias hojas escritas por ambas caras. Reconoció la letra al instante, no otra que la suya propia. Allí, nadie más que él y el profesor de historia, quien por cierto le estaba requiriendo el examen.

Vaya, Bernardo, no creía que el tema de los almogávares te inspirase tanto comentó este de una manera insultántemente irónica.

Luego, sus compañeros le preguntaron que a qué venía escribir tanto, si jamás dejó puestas más de tres palabras en ningún examen. ¿Que de qué iba? "¿Es que te has vuelto un pelota?".

Ya le empezó a fatigar tanta insistencia. Y respondió la verdad:

No tenía ni idea. Pero ayer leí un libro de fantasía, y se lo he calcado entero. Tal cual.

Eso tranquilizó a su feligresía, y después se fueron todos juntos a celebrar el cero seguro. A la semana tenían las notas. Bernardo, un diez. Sin más. Perfecto, desnudo de todo adorno, indiscutible.

Lo primero que pensó fue que alguno de sus amigos craqueó el sistema y cambió su nota. Pero todos le juraron y perjuraron que no. Confuso, tras sacar a pasear más de una vez los puños para hacerse respetar como el más tenaz "suspendedor" de su curso, decidió dar una vuelta antes de llegar a casa. Sin proponérselo, terminó en la librería.

¿Qué tal?, ¿te gustó el libro que te vendí?

¿Esa novela? ¿La de batallas?

Ya veo que te lo terminaste. Pero no era ninguna novela, sino un libro parásito. Sí, sí, no pongas esa cara. A ver, dime, ¿dónde lo leíste?

Bernardo no entendió la pregunta. El viejo se vio obligado a repetirla.

Pues contestó el joven sobre los apuntes de historia. La expansión de la Corona de Aragón por el Mediterráneo y la Compañía Catalana en Grecia y Bizancio entonces el chico abrió mucho los ojos. ¿Quiere usted decir que lo que me vendió...?

Exactamente interrumpió el librero. Es un libro parásito. Se alimenta de otros libros que tenga cerca. Copia su contenido, y le da un formato de novela. Y de las buenas, diría. Ha convertido tus apuntes en un cuento de fantasía, solo que histórica, real. En algunos casos, incluso, llega a producir un efecto tan vívido que el lector no se reduce a leer, sino que vive lo que lee.

miércoles, 20 de febrero de 2013

La segunda oportunidad de Muntaner 1/3

No hay nada divertido en estos libracos.

En la mesa, abierto por la mitad, el libro de historia. Unos dibujitos en la página venían a ilustrar el contenido de aquella lección. Sin embargo, el desinteresado estudiante no se cuidaba de ellos; demasiado apegados al texto como para suponer ningún reclamo. En la miniatura se veía a unos hombres de aguerrido aspecto e indumentaria caballeresca subiendo a un barco.

Bernardo abandonó la mesa y se acercó a la ventana. A finales de enero, el tiempo oscilaba ambiguo entre dos mundos antagónicos el del suave y tranquilo invierno, el de la abrupta primavera inminente sin determinarse por ninguno de ambos extremos. Así andaba él mismo, entre dos realidades: la de sus amados libros de fantasía y el tostón de los de la escuela; volar, y obedecer.

Su padre lo había llevado esa misma mañana a una librería de viejo. El librero, demasiado cicunspecto hasta duro cuando recibió su mirada, incluyó un prehistórico opúsculo, ajado por el manoseo, entre el lote de antigüedades que su progenitor compró.

Este es para su hijo. Lo apreciará —había sentenciado el tipo, entre irónico y catedrático.

Bernardo lo había dejado en la mesa, orillado en la esquina. Una tentación continua a su falta de voluntad por el estudio. Al final la curiosidad ganó la partida. Atrájolo hacia sí para echarle una ojeada. Primero dedicó un tiempo a estudiar sus cubiertas, que no revelaron nada de puro desgastadas. Luego se decidió a abrir al azar, para lo cual usó de improvisado atril el libro de historia que estudiaba.


Algo lo empujó de cara al suelo en donde se hundió. El duro parqué de casa, de pronto y afortunadamente para su nariz, se había reblandecido y más parecía un tremedal que otra cosa. Levantó el rostro totalmente enfangado y, atónito, miró hacia lo que parecía una llanura, al fondo de la cual brillaba con singular protagonismo un estanque natural. Hacia allí se dirigían unos caballos a galope tendido. Sus jinetes, bien armados y enfundados en corazas, cargaban contra una formación de hombres desarrapados que iban a pie, un grupo de mendigos llegó a pensar el chico a partir de la humilde indumentaria que les protegía (Chronica, o descripcio dels fets, e hazanyes del inclyt Rey don Jaume Primer,... o en los dos idiomas Crónica catalana de Ramón Muntaner).

Bernardo se tapó la cara porque pensaba que los caballeros iban a barrer a los desarrapados peones y no quería ser testigo del horror. Trató de huir, lo que resultó imposible en el barrizal. De pronto, unos asustados relinchos lo arrancaron de sus esfuerzos por ponerse en pie. La carga de caballería se había cortado abruptamente sobre el barro. Los animales, aterrados, estaban chapoteando, y avanzaban a duras penas bajo su carga de hierro. Algunos tropezaron, otros cayeron estrepitosamente llevándose al suelo a su jinete. La mayoría, sencillamente, atenazados por el barrizal, apenas podían moverse.

Entonces, el grupo de soldados desarrapados, viendo a su enemigo tan atascado, lo acometieron con decisión. A su grito, "desperta ferro", y ebrios de una furia que aterró al muchacho, se echaron, con lanzas cortas y una especie de cuchillos largos, sobre sus inmovilizados enemigos.

miércoles, 6 de febrero de 2013

El maestro nacional

Las lágrimas habían arqueado sus ojos, otrora agudos y perspicaces. Su espíritu se instaló definitivamente en una permanente melancolía, y su forma de vivir se construyó con los recuerdos luminosos del pasado..., unas voces alegres, niños que extendían sus manos hacia el trozo de pan blanco tan escaso en aquellos años, la luz cegadora del páramo en los campos agostados de la meseta.
La niñez truncada por el sonido lejano de unos sordos y secos disparos tras la vereda del cementerio.
Fue la última vez que vi a mi padre.
De él guardo su reloj de bolsillo, una pequeña enciclopedia -El tesoro de las escuelas-, las lentes, una foto de juventud con su sonrisa prometedora y puesta en el futuro, y, sobre todo, la honestidad que le acompañó hasta el final sin que nadie se la arrebatase.
Una vida arrancada. Su voz silenciada para siempre.
Tan solo, como único testigo, un hermoso espino blanco que florece en primavera, renovando el ciclo de la vida.

lunes, 21 de enero de 2013

Si todos son iguales, ¿para qué hacer nada?
(Frases)

Hay quien baja los brazos, derrotado, porque el desánimo se adueña de su corazón. La contundente vastedad de las dificultades actúa de freno tanto externo como interno. Es decir, no solo las condiciones ambientales nos pueden constreñir, es que, además, las acabamos por asumir como si fueran condiciones esenciales a nosotros y, por tanto, ineluctablemente irreductibles. Sentencias como: todos los políticos son iguales, por lo que es perder el tiempo luchar contra ello. O esta otra: forma parte de la debilidad humana el robar, son las que nos esclavizan.
Por ello, en estos momentos de escándalo público, de despertarse cada día con una nueva fechoría de los gestores de la cosa pública, me gustaría traer unas frases de la obra Vida de don Quijote y Sancho, de Unamuno, que, me parece, vienen al pelo.

"La más miserable de todas las miserias, la más repugnante y apestosa argucia de la cobardía es esa de decir que nada se adelante con denunciar a un ladrón porque otros seguirán robando, que nada se logra con llamarle en su cara majadero al majadero, porque no por eso la majadería disminuirá en el mundo.
Sí, hay que repetirlo una y mil veces : con que una vez, una sola vez, acabases del todo y para siempre con un solo embustero, abríase acabado el embuste de una vez para siempre."
Nuestras cadenas, efectivamente, pueden ser reales, externas a nosotros. Pero las peores cadenas son las que nos atan por dentro a una mansa aceptación de lo inaceptable. Desenmascarar a un solo ladrón es recompensa suficiente, por más que no lo parezca. Con ello se le aparta, lo que no es baladí y, además, se renueva en la denuncia el compromiso de toda la sociedad a favor de ella misma.

martes, 15 de enero de 2013

Palabras


Entre idas y venidas de gente armada, durante la tormentosa Alta Edad Media peninsular, nadie era capaz de garantizar nada. Ni siquiera una sede episcopal. Y no achaquemos exclusivamente tal inseguridad a la reñida pugna entre los núcleos cristianos y el Emirato, después Califato, cordobés. Ya que también influyó la competencia que los propios monarcas del norte se hicieron entre sí.

La diócesis de Oca tuvo una difícil andadura desde el siglo VIII. Primero, desplazada al norte por la invasión musulmana, luego, nuevamente en el camino de la restauración; más tarde, pasado ya el ecuador del siglo VIII y merced a una traumática nueva coyuntura política que le pudo costar la vida a un rey, otra vez recluida en el norte. A finales del siglo IX o principios del X, fue por fin restaurada, pero de aquella manera, en el lugar llamado Valpuesta. Lejos, por tanto, de su localización original. Luego, las vicisitudes políticas produjeron la división y, finalmente, extinción de la diócesis a finales del siglo XI, absorbida por la cátedra de Burgos.

Naturalmente, la constitución de una sede episcopal requiere un complejo entramado institucional y, sobre todo, un extenso patrimonio. Constancia de esto último son, para el Obispado de Valpuesta, sus becerros; libros en donde los copistas fueron reuniendo con paciencia y, a veces, no poco descaro -por las falsificaciones-, las escrituras de propiedad pertenecientes a la institución valpostana. En sus páginas, de vez en cuando, nos sorprende la aparición de algún término o construcción que ya no es latín, sino un incipiente romance.
 
Aquí se puede leer (pertenece al folio 110v. del Becerro gótico de Valpuesta) un fragmento de un documento fechado en el inquietante verano de 939. Dice: potro castanio et pielle (un potro castaño y una piel, que constituyen el precio en especie por la venta de una viña al obispo y socios). Emiliana Ramos Remedios comenta que, en esta última palabra -pielle, algo confusa por la marca de agua del sistema Pares-, se ha producido la diptongación del término de origen, pelle, para reformularse en el de pielle, que ya no es latín sino romance.
 
Es posible que la anotación de hoy en esta bitácora no tenga más pretensiones que la de un hueco ejercicio de búsqueda. Lo que pasa es que contiene algunos elementos que me llaman la atención. Por una parte, cómo lo removemos todo; lo dinámica que es la acción humana. Nos apropiamos de las lenguas, aprendemos a pensar con ellas y, cuando menos lo esperamos, las cambiamos y dejan de ser lo que fueron para convertirse en otra nueva. No hay piedad, ni concesiones. Parece que todo pasa, todo es una solución de compromiso; incluso el propio idioma, que podría ser idiosincrasia de un pueblo, se deja atrás en busca de otro que lo sustituya. Lo vamos torciendo, enderezando, lo desviamos, congelamos, segamos de su tronco ramas que olvidamos, nada nos frena porque sus hablantes nos volvemos más sabios o menos, más esclavos o libres, más personas... Estas palabras que se bambolean entre el latín y el romance reflejan una imagen congelada en el tiempo, puede que muerta ya, pero, al mismo tiempo, no dejan de ser un fotograma más de la evolución: el río del lenguaje que va buscando su senda entre los meandros del pergamino.
 
Por otra parte, he de confesar que me resulta emocionante pasar la vista sobre esos leves trazos, legados por alguien que los redactó en la segunda mitad del siglo X. Alguien que no es una leyenda, ni una crónica, sino una persona tan real como yo. Un nexo directo con un punto de nuestro mapa del tiempo, carente de intermediarios. Nadie me ha presentado al obispo Diego y C.ía, ni a Gontroda -el que le vendió la viña-, pero esta ventanita al pasado, que es este documento, se me abre justo en el momento, tan anecdótico, del negocio, lo que dota a su lectura de una especie de intimidad con ellos.
El término latino era fraxinum
Si bien la fábrica actual de la iglesia es gótica pudo haber un templo previo, románico. De hecho consta en el propio Becerro un documento de 1092 para encargar las obras al maestro Arnaldo -ya sin categoría catedralícia, por cierto, pues la había perdido unos años antes-, pero casi nada queda de él.
 
 
Los fragmentos de texto, en letra visigótica, del cartulario proceden del impagable recurso Pares.
La foto del capitel románico: Valpuesta (Vallis Pósita)

martes, 8 de enero de 2013

Letras

En aquel pueblo, lejos del frente, se vive con miedo. El vecindario soporta, aterrorizado, la acción de unos facciosos que eligen, según criterios propios, quién va a ser el siguiente represaliado. Allí el tiempo es una sucesión de horas de angustia enlazadas en días sin futuro. Nadie está a salvo de que, ya en los olivares o volviendo de la faena con el estómago vacío y el sol poniéndose, ya perezoseando en un poyo a salvo del feroz calor, en cualquier momento los facciosos le echen mano. En ese instante, al incauto se le habrá acabado la suerte.

Pero lo peor viene cuando se cierne la noche. Los abuelos, sus hijos y nietos se reúnen, en silencio, tras haber sorteado, una jornada más, a la caprichosa fatalidad. Nadie se atreve a decirlo, nadie quiere alterar a nadie -sobre todo el sueño de los más pequeños-, pero todos saben que la orda depredadora no descansa. Los facciosos esperan a que sus presas estén arrinconadas en el hogar para actuar. Será tanto más fácil, sobre todo si la víctima tiene progenie. Se rendirá para no poner en riesgo, en el forcejeo, a la familia.

Cierto día, llega un tipo despilfarrado, un gañán con maneras de hambre, silencioso e infeliz. De abarcas para no muchos trotes, y pantalones remendados no más que como el resto de su persona; quién le hubiera prestado atención. Ocupa la vieja posada, en cuya puerta el desconocido cuelga un cartel sucio y gastado por la intemperie; apenas se lee. Pero el forastero se pone manos a la obra para que nadie tenga ni un segundo de duda sobre lo que ahí dice. Letras que entran, vaya si entran. Las inciales de la organización más letal del país, ahora en pleno centro del pueblo.

Los facciosos también han visto al forastero. Va con un martillo y clavos enderezando las sillas que le han prestado y la mesa que todavía aguanta en pie, secuaz del antiguo posadero. Observan su trajín por la vieja posada con la misma atención que una manada de corzos dedicaría a vigilar a un lobo merodeador. Él, en cambio, concentrado en su trabajo de acondicionamiento, no presta atención a sus atentos espectadores. Ellos han leído el cartel y conocen la organización que designa; significa peligro. Poco a poco, se van dispersando ante aquellas letras como las brumas nocturnas al despuntar el día.

La voz corre y la gente se va pasando por la posada reconvertida en local de la federación a la que representa el forastero. Todos le piden un carné. A medida que más y más vecinos del pueblo se afilian, las violencias de los facciosos menguan, los golpes, las detenciones, los "paseos" nocturnos van cesando. Los días recuperan su rutina y las noches el descanso.

A veces el forastero se da una vuelta por las calles. No va con nadie. Camina sin acudir a ningún destino en concreto. Todos lo ven pasar, y casi nadie le dice nada. Quizá por respeto, o acaso miedo. Detrás de él una algarabía de niños lo sigue de cerca, aunque no tanto. Espían sus movimientos; los aprenden como si fueran datos importantes para sus vidas. Los padres no les han dicho nada sobre el hombre. Pero a ellos no les hacen falta explicaciones. Saben que ahora pueden dormir sin inquietud pues el misterioso desconocido ha llegado de lejos para proteger sus sueños. No saben si, antes de que llegara al pueblo, su héroe pudo haber traído, al contrario que a ellos, el desvelo a otros niños lejos de allí.