viernes, 25 de junio de 2010

El Planeta Gris 9/12

«–Estación Alfa, aquí teniente Mode al mando de base One. Conteste por favor –la mujer esperó con impaciencia la voz de Rod. Por ello quedó confusa durante unos segundos al oír la respuesta.
–Aquí cabo Mor desde la estación Megatre –aturdida, ordenó silencio. Hacía tiempo que se había perdido todo contacto con esa base.
–Cabo Mor. No sabíamos nada de ustedes. ¿Dónde está el comandante?
–¿Ofl? Desapareció... Como todos los demás. Ya sabe, el mal de este maldito planeta.
–Esperaba haberle hecho unas preguntas.
El cabo tardó algo más de lo que se supondría: –Pues ya no está.
–Pero usted...
–Él era el jefe de mi unidad, el responsable –afirmó la joven voz como si aquello bastara para echar el freno a esa conversación, lo que atrajo más, si cabe, el interés de la teniente y la persuadió para continuar.
–Perdimos todo contacto con nuestra nodriza y el vehículo de trasbordo. Siempre cabe la posibilidad de una avería, desde luego, pero quería contar con más puntos de vista –la mujer sospechaba alguna injerencia de Megatre o Alfa, pero se andaba con mucho cuidado. –Tiene que saber algo. Además está todo ese asunto nada explicado del acercamiento de su nave Final hacia nuestra V-50.
Tras una pausa rellena de suspiros, el hombre contestaba: –Bueno, no sé...
–Nuestra tecnología –decidió mentir– nos indica que hubo interferencias desde Megatre –no había dudas en la voz de Mode.
El cabo tomó aire pero no emitía ningún sonido.
–Diga lo que diga –añadió la teniente para meter presión– le aseguro que estamos precavidos –cualquier militar habría interpretado esas palabras de un único modo: tenemos las baterías listas para hacer blanco sobre la estación Megatre al menor síntoma de que ustedes se arman.
Al otro lado, el cabo Mor, como si estuviera haciendo un esfuerzo supremo para ello, rompió por fin a hablar.
–Yo me dirigía a ustedes para pedirles ayuda.
–Cabo, no haremos nada, en cualquier caso, sin conocer más sobre los hechos. Sería absurdo lo contrario.
Volvió a interponerse un corto silencio. La teniente, planteándolo así, dejaba libre a Mor una única salida posible: declarar que ni él ni los suyos tuvieron nada que ver con el silencio en las comunicaciones, o con el probable intento de abordaje en órbita a la V-50. El problema era que el estado de la tecnología no ayudaba a mentir. En efecto, una vez afirmada la inocencia de Megatre por parte del hombre, la teniente, y esto el cabo lo sabía, pediría la transferencia de los datos de actividad, y ahí no habría manera de ocultar nada. Mor quedaría expuesto.
–Pues... –siguió un ruido curioso, un suspiro muy profundo y a continuación algo que identificaron inmediatamente: el cabo estaba llorando.
–Tenga un poco de dignidad –el tono de Mode no medía sutilezas. Era de profundo desprecio.
–Ya lo sé. De ustedes no sacaré nada –la teniente y los muchachos ya dieron por definitivo con esta respuesta la culpabilidad de Megatre.
–No lo dude.
–Pues así revienten de una vez –sorprendió el arranque lleno de fuerza y rabia del cabo.
–Pensaré en usted cuando escapemos de la atmósfera de este mundo –añadió la mujer con sarcasmo.
–Todavía tengo cierto poder sobre su base. ¿Cómo cree, si no, que hicimos caer sus comunicaciones?
–¿Tienen alguna tecnología que no conozcamos? –la teniente no amilanó su tono con dudas, a pesar de que cabían muchas: podía ser o no un farol del cabo.
–Se lo debemos al buen hacer de alguien que conocen bien, Ofisi, quien nos proporcionó los códigos de sus sistemas de control. Huyó por miedo a que le descubrieran. Con esas claves en nuestro poder fue fácil neutralizar la radio –casi lo dijo con una euforia triunfal.
–Pero...
–Sí, señora, sí. Ofisi era un espía. Tenemos muchos en su país. Y en puestos que ni se imagina.
–Pero, ¿de qué me habla?
–Todavía no se entera de nada ¿eh?. Con esos códigos de su sistema de control teníamos pleno poder sobre ustedes, el que todavía tengo. No se llamen a engaño, no temblaré si he de hacerles callar o, incluso, ejecutar la orden de destrucción de su propia base One. Estoy habituado, mejor dicho, entrenado para ese trabajo. Si me eligieron para venir no fue porque cumpliera con un perfil de rescate, lo hicieron porque pertenezco a las tropas de choque; yo y el resto de mis camaradas. Nuestras órdenes no eran venir en rescate de nuestra gente aquí, sino a iniciar la guerra.
Hubo un estremecimiento en el puente de mando al oír estas palabras.
–Pero, ¿Qué guerra? ¿Por qué?
–Por lo de siempre: el dinero.
–¿Es que hay algún mineral desconocido en este planeta Gris? –preguntó Mode con algún titubeo.
El otro rio sin ganas.
–¿Este planeta...? –comentó casi con desprecio Mor–. Lo que queremos conquistar es la Tierra misma. La disculpa para empezar las hostilidades la crearíamos nosotros. Somos voluntarios para una operación suicida y nuestra misión era provocar el inicio de la guerra. De aquí saltaría la chispa a la Tierra.
–Pero es una estupidez. Nos aniquilaríamos los unos a los otros.
–En absoluto. Hemos inventado una nueva arma secreta y estamos seguros de la victoria.
–Y nosotros también. ¿Qué creían? ¿Que el resto seguiríamos sin evolucionar? –la teniente dejó pasar un suspiro y continuó preguntando.
–¿Esa provocación era el abordaje de la V-50? –escupió Mode.
–Sí. Todo dependía de que eso saliera bien. Pero no fue así. El plan, en sí mismo, era bastante sencillo: la V-50 tenía que ser tomada por mis compañeros desde la Final, a la que ustedes se supone que, por impedir el abordaje, debieran haber destruido. Incluso, habíamos mandado, en el módulo de transporte y con objeto de dar veracidad a la amenaza de conquista de su nave en órbita, tropas de refuerzo a nuestra Final, héroes en busca de la inmolación por la causa.
»La idea no era nada complicada. Luego, en la Tierra, los nuestros, que han procurado durante los últimos meses plantear un discurso victimista, apretarían el botón rojo.
»Este era el plan, pero se torció por donde no nos imaginábamos. El capitán de ustedes, a pesar de la clara amenaza, no hizo nada, no dio orden de destruir a nuestra Final. Fueron otros los que sí lo hicieron por él. La orden de aniquilación partió de Alfa –a saber qué les impulsó–. Pero necesitábamos un acto de guerra con ustedes. Tuvimos que falsear las pruebas balísticas para convencer en la Tierra de que en realidad disparó la base One, que la orden la dio su capitán Mecach. Los datos falseados ya están mandados. Si sale bien, es cuestión de horas que nuestro gobierno declare la guerra. Y entonces, barreremos todo...
–Nosotros –interrumpió escandalizada la mujer– responderemos con los nuevos rayos nucleares. ¿Se da cuenta de que puede haber desaparecido toda vida de nuestro planeta?
»Una última cosa, Cabo, ¿también bloquearon nuestra comunicación con el vehículo de trasporte orbital? –la teniente y los demás ya daban por hecho la relación de la base Megatre con la misteriosa desaparición del módulo de trasbordo.
–No sé de qué me habla. Nosotros lo preparamos todo para tomar su nodriza. De su vehículo de trasbordo ustedes sabrán. –Luego en un tono claramente triunfalista el cabo refunfuñó: –Y de sus rayos nucleares me río yo.
–Malditos imbéciles –la mujer hizo una pausa para pensar y, entonces, continuó con toda la firmeza que fue capaz de imprimir a sus palabras– rápido, en nombre de la humanidad, deme el control sobre las comunicaciones con la V-50. Tengo que recuperar la conexión con Tierra. Puede que aún estemos a tiempo de explicar, de evitar la guerra. Hablando lo lograremos.
Pero nadie contestó. La conversación quedó interrumpida tras lo que parecía el ruido de un fuerte viento rasgando el micrófono. Ya no volvieron a recibir mensajes, ni perturbaciones de la base Megatre. Todos sospecharon que las desapariciones habían acabado finalmente con su tripulación. Con todo, ningún sentimiento de pesar causó.

miércoles, 23 de junio de 2010

El Planeta Gris 8/12

–Señor, deberíamos contactar con Tierra –el jovencísimo alférez intervino, desesperado por la pasividad de Mecach.
–¿Con Tierra? Nunca.
–Pero hemos de lanzar un mensaje de socorro. La situación es desesperada.
–Por eso, muchacho –el chaval, confuso, se puso rígido. –Ahora es cuando nuestra carrera puede despegar. ¿Es que quieres quedarte en alférez toda la vida?
–Señor, es que quiero tener una vida larga.
El capitán arrugó el ceño y dio un grito furibundo que se oyó en toda la estación.
–Es usted un cobarde degenerado. ¿Qué manera de hablar es esa? –Nadie articuló palabra en el puente de mando–. Estúpida manía de hacer bromas: que quiere una vida larga. Muy gracioso. La risa le perderá, se lo digo yo. Les perderá a todos –voceó el tipo encarándose a la totalidad del personal allí presente–. De momento –volvió a mirar al alférez– a usted lo relevo de sus funciones. Tendrá más tiempo para decir bobadas con sus compañeros, que seguramente le reirán las gracias, pero desde el calabozo. ¡Que lo encierren! –gritó a los guardias que custodiaban el puente de mando.
–Pero señor.
–¡Fuera, fuera de aquí! –el capitán se arqueó del esfuerzo para gritar con toda la fuerza de los pulmones. Su expresión daba espanto de tan contrahecha por la ira mientras los brazos le giraban nerviosos como si repartiera porrazos al aire. Los hombres lo miraban estupefactos. La pareja que vigilaba la entrada obedeció la orden y se llevaron en volandas al aturdido alférez.
–No te preocupes chico, que esto no es normal –le animó uno de los escoltas–. Ahora mismo vamos a hablar con la teniente. Lo tiene que saber. Seguro que ella tendrá una buena respuesta si todos estamos unidos –el soldado que hablaba miró de reojo a su compañero y al alférez, a quien todavía no terminaba de llegarle la sangre al cerebro de tan perdido que lo tenía. De hecho no contestó con la cabeza como sí lo hizo el segundo escolta.

Me ha defraudado la teniente. Se ha rebelado y los chicos la han seguido. Tan sólo yo me he mantenido fiel a nuestro capitán, y por eso me han encerrado con él. Estamos los dos juntos en la misma sala que ocupó ella.
El capitán no lleva bien el arresto. Le veo inquieto, y a la menor, explota, o sin venir a cuento también. Se rompe a gritar, insulta, pero no a mí –menos mal– sino a lo que se le ponga por delante. Y como está siempre ante la puerta, la tiene por enemiga. La golpea con una desesperación que asusta y pide que se le devuelva el mando. No le harán caso, seguro.
Ahora el nuevo jefe quiere tratar de comunicarse con la Tierra. Y lo ha de hacer desde V-50. Pero para eso necesita un módulo de transporte. Y sólo queda uno en uso, el de la base Alfa. Vamos a comprar el billete de avión. ¿Nos lo querrán vender?

martes, 22 de junio de 2010

El Planeta Gris 7/12

–¿Qué le pasa cabo? –el aludido empezó a tartamudear
–Creo que hay algo. Es esa nave nodriza de Megatre, la Final, señor. Ha variado su curso en órbita.
–¿Y bien?
–Lleva rumbo hacia nuestra propia nodriza, la V-50. ¡La va a interceptar, señor! Además, hace unas horas se ha acoplado a la Final un módulo de transporte cargado de hombres procedentes de Megatre.
No hacía falta ser un militar experimentado para deducir de todo ello los preparativos para un ataque. El capitán se quedó un momento en silencio, mirando sin mirar, como escuchando del más allá y, a continuación, se expresó del siguiente modo: –Muchachos, creo que debemos considerar la propuesta que recibíamos el primer día, la de unirnos. Olvidar juramentos, rencillas y procurar por la supervivencia de todos nosotros. Vamos a permitir que esa nave extranjera se acople a la nuestra como gesto de buena voluntad.
Aquello cayó sobre la tropa como una granada de mortero, salpicando a todos la metralla del escándalo. El cambio de opinión del jefe significaba el abandono a su suerte de los compañeros que aún quedaran en la V-50.
–Pero señor, con el debido respeto, –tomó la palabra el alférez, para sorpresa del capitán, haciéndose eco del pensamiento de toda la tripulación– creo que deberíamos defender nuestra nodriza, que al fin y al cabo es suelo patrio, contra cualquier asalto exterior ¿Quiere que desintegremos a la Final? Desde aquí tenemos armas para hacerla saltar en pedazos.
–¿Pero qué dice, desgraciado? –explotó el capitán. –¿Quiere que organicemos la guerra mundial aquí mismo?
–Yo creía que... –y el joven levantó el arma con gesto duro.
–¿Pero a qué viene esto, loco? Váyase ahora mismo antes de que le acuse de llevarnos al desastre –el otro obedeció sin chistar, aunque sin entender nada. La tripulación salió de allí murmurando y muy poco contenta con la abulia del capitán.

Por si lo dudábamos, todo sigue a peor.
La Final, cuando estaba a punto de alcanzar a nuestra V-50 para abordarla, ha explotado en el espacio, alcanzada por un misil o una emisión energética, y nosotros no hemos disparado. Lo más extraño fue la reacción de nuestro superior. Yo, lógicamente como adjunto suyo, estuve en todo momento al lado de él, y no dejó de parecerme chocante. Era como si las bajas de aquella nodriza extranjera lo fueran nuestras. ¡Qué gestos! Ha sufrido un shock muy fuerte que le ha hecho doblarse de dolor, justo como si la desintegración de la nave le hubiera provocado una herida. Luego no se ha meneado, y así ha pasado las últimas horas. La verdad es que los muchachos hemos reaccionado al revés. De estar aguantando el temor a un abordaje a nuestra V-50, pasamos a la alegría por la explosión de la Final. Nadie ha comprendido el bajón de nuestro jefe y él, de vernos tan contentos, nos ha tomado más ojeriza aún. De ello dan fe las malas contestaciones y el tono a mala leche con que nos habla. Incluso, a veces, nos dice "criaturas blasfemas". No tenía ni idea de que el hombre fuera tan religioso.
Todo esto ha vuelto envenenado el ambiente. Si alguien de la tripulación se cruza con el capi, es que ni lo miran. De hecho, varios se pasan a consultar a la teniente encerrada. Le vienen con la queja de que el capitán no actuó contra lo que parecía una invasión a nuestra nave. Veo muchas caras largas a mi alrededor. No sé, la fidelidad es un asunto muy variable. La gente era uña y carne con nuestro capitán, ahora eso está tan lejos.
Para colmo, Ofisi, el sustituto de Peps en Comunicaciones, ha desaparecido también. Pero no ha sido lo de los demás. Esta vez sí que hay rastros, al menos en el video de la cámara de despresurización. Se le ve tomar una escafandra, abrir la escotilla al exterior y marcharse hacia el oeste del planeta. Lo único interesante que hay yendo por ahí es la estación Megatre. Aún no ha vuelto. Nos preguntamos todos qué significará este misterio. El nuevo operador de comunicaciones ha descubierto que Ofisi desconectó el canal de trasmisión con el exterior. Así era imposible hablar con la nodriza o con el módulo de desembarco. Ahora da lo mismo porque, aun restablecido a su ser el mecanismo, no logramos conexión con la V-50. La gente ya da por sentado que los de la base Megatre se tienen algo entre manos en contra nuestra y no olvidan que el capitán dio luz verde al abordaje de nuestra nodriza por ellos. Pero entonces, ¿quién nos ha echado un cable? Si nosotros no destruimos a la Final y los de Megatre no se van a suicidar, sólo queda la estación Alfa.

lunes, 21 de junio de 2010

El Planeta Gris 6/12

La teniente Mode y su marido, nuestro experto en comunicaciones Peps, han sido arrestados por orden del capitán hasta nuestra vuelta a la Tierra, acusados de desobediencia. El jefe ha cogido y ha elevado a segundo a un joven alférez recién bañado en la academia del aire. Todavía en leche, de puro tierno, se partiría de un soplo. No hay más que verle la cara: miedo hasta en el pelo.
La oficial encerrada dijo que protestaba por cómo el superior al mando está llevando la crisis, haciendo caso omiso a las oportunidades que se ofrecen. ¡Menuda regañina! Nada menos que "protestaba".
El capitán tiene caparazón por piel y no se le meneó un pelo a pesar de la pataleta de la otra. Dijo que le había venido gran sentimiento por el lío montado y que la teniente tenía algún mal en la sesera, lo que haría constar como atenuante de su traición. Yo, que estaba junto al capitán, como sargento asistente suyo, no vi sentimiento alguno en él. Pero así quedó bien.
Siento mucho el arresto. Confiaba en la segunda a bordo para salir de esta. Ahora empiezo a dudar que lo logremos. Y no lo digo por decir. Esta mañana el cabo que patrullaba por la sentina del transporte de desembarco ha desaparecido. Por las bravas.
A partir de ahí todo ha ido a peor. Al tratar de comunicar el hecho a nuestra nave nodriza en órbita, la V-50, no han contestado. Lo que nos ha llenado de preocupación. El capitán ha despachado a un grupo en un transporte de desembarco para que vaya allí arriba a investigar lo que ocurre.


–Señor, hemos perdido contacto con la nave de desembarco también.
Los hombres en cubierta que rodeaban al capitán murmuraron entre sí, consternados. Algunos levantaron la voz, preguntándose por los compañeros que subían hacia la V-50. El capitán, haciéndose permeable al sentimiento general, abrió canal con el módulo que acababa de partir. Nada, ninguna voz atendía a su llamada.
El alférez se atrevió a sugerir al capitán que había otras maneras de establecer contacto.
Lo intentaron usando canales de emergencia, incluso recurrieron a antenas independientes desplegadas por el terreno. La señal no llegaba, quizá bloqueada por alguien, especuló un soldado.
–Nos habríamos dado cuenta –opinó Ofisi, el compañero de Peps, de comunicaciones.

Ayer, el capitán parecía dar por muertos a los chicos que iban en el transporte de desembarco y hoy, al enfocar los detectores a la zona del espacio donde debería de estar dicho transporte ya no había nada. A no ser unos restos en suspensión. No nos atrevemos a pensarlo, pero tiene toda la pinta de que esos pedazos son los de nuestra nave de desembarco. Todos nosotros, incluido el capitán nos llenamos de pesar. Sí, el capi también, a pesar de lo distante que parece, a veces, hacia nosotros, que de tan desapegado se diría que no es un patriota.
Por lo demás, seguimos como antes, sin recibir señal alguna de nuestra nodriza. La gente empieza a murmurar y a ver peligros por tadas partes. Nuestra falta de comunicación con la V-50 puede deberse a una avería, por supuesto, pero existen más causas, por ejemplo un sabotaje. Que ¿quién se metería en ese fregado? De todas las bases que hay en este planeta, únicamente hay dos operativas aparte de la One: la Alfa y la Megatre. El resto no da señales de vida. Teniendo en cuenta las armas que hay a disposición en cada una de esas dos, se pueden volar estaciones, naves, transportes de desembarco, todo. Tenemos que cuidarnos por nosotros mismos y no ser ingenuos.

jueves, 17 de junio de 2010

El Planeta Gris 5/12

La teniente hizo como se le ordenó y después, dirigiéndose al sargento Peps de transmisiones:
–Dime una cosa ¿se puede mantener una charla con la base Alfa sin que se entere nuestro capitán?
Peps se tomó su tiempo.
–Si ellos quieren, podrían descubrirte y te buscas un consejo de guerra.
–Ya me ocupo yo de que no me delaten. En cuanto a los de aquí, tú, chitón.
–Ahora me lo buscas a mí por complicidad.
–Tú hazlo.
–Siempre igual, tan impulsiva. ¿Es que estás tan segura de lo que haces?
–Tú no tienes que encargarte de las vidas de tus compañeros. Eso es lo que no me permite dudar.
–Querrás decir que eso es por lo que no te permites dudar. Lo importante para ti es fingir seguridad. Si realmente te ocuparas de lo que dices no darías prioridad a las apariencias, sino a las razones.
La mujer tomó del brazo a Peps con fuerza, produciéndole un arañazo en el antebrazo con la alianza, un calco de la cual llevaba él en su dedo anular.
–No necesito lecciones, sino hechos. El capitán ha despreciado una ayudita que podemos echar de menos, y ya que él es tan digno, habré de aceptarla yo –ella levantó la otra mano libre para poner punto final al tema y añadió– con que ocúpate.
–A tus órdenes –pronunció remarcando las sílabas con enfado el de comunicaciones. Ella respondió encarándose de mal humor, aunque no añadió palabra.

«–Soy la segundo de la base One, teniente Mode. Mi oficial superior, el capitán Mecach, me ha dado permiso –mintió Mode– para tratar ese delicado asunto que proponían, ya saben, el de unirnos. Según me ha dicho, su código de honor no le permite hacer esto. Prefiere delegarlo en mí. –La voz de la oficial, en todo momento fuerte y clara, nada mostraba de los nerviosos vistazos que echaba hacia la puerta.
–Me da igual si su jefe tiene escrúpulos –contestó Rod–. La Tierra, ahora, dista una eternidad de este maldito rincón y los juramentos y demás deberes que nos atan también. Estamos solos ante algo que desconocemos, con que mejor nos irá si nos olvidamos de las reglas y nos centramos. Si no es con su jefe, con usted y todos felices.
–Vayamos al grano –exclamó, por fin, el parlanchín Rod mientras a la teniente se le abrillantaba la frente de sudor, algo fuera de lugar en el ambiente aún frío de la estación–. Ya se habrán percatado de que no hay signos de lucha. Así que, para explicar la desaparición de las tripulaciones de nuestras bases, descartaremos la agresión –Peps manejaba los botones con extremo cumplimiento. No en vano, lo que hacía era borrar toda prueba de aquella comunicación, que de descubrirse les pondría en un feo aprieto a él y a Mode.
–Hace dos días, justo cuando ustedes llegaron a la órbita de estacionamiento, uno de mis hombres desapareció –Rod hizo una pausa, y prosiguió– así, por las buenas. No tengo que decir que fue infructuoso cualquier esfuerzo por saber de él.
–Pudo ser víctima de alguna trampa natural.
–No, no lo entiende –respondió con pasión el comandante de la estación Alfa–. Desapareció dentro de la base –incluso Peps, sorprendido dentro de su concentración, levantó la cabeza un momento hacia la teniente.
Ésta, algo aturdida por la revelación, continuó: –Habrán hecho indagaciones, coartadas de sus compañeros. Quizá una pelea.
–Por supuesto. Hay tres testimonios discutibles. Estamos en ello. Hasta que nuevas conclusiones no nos devuelvan la confianza, los hemos encerrado.
–¿Han tomado alguna medida?
–¿Medida? –un suspiro de desaliento asaltó, desde el auricular, los ánimos de los dos oyentes–. Verá, hoy ha vuelto a suceder. Ha sido en la otra estación, la Megatre. Su comandante, Ofl, nos ha puesto al corriente. Pero el suceso se ha producido con cinco individuos. Dos en perímetro externo y tres dentro. Y yo me pregunto, ¿es que todos se van a matar entre sí y a ocultar los cadáveres?»
–¡Teniente! –el grito de Mecach casi desencajó los pobres nervios de Peps, quien trazó una curva de borrado que casi acaba con las trasmisiones de todo el planeta.

El Planeta Gris 4/12

–Perdone, señor. Ya sé que no le gustan las interrupciones, pero creo que es importante –la teniente se disculpó en el umbral del despacho que ocupaba Mecach, quien se encontraba sentado a la mesa con aire reflexivo delante de un tríptico, diríase que orando.
–Hemos captado unas señales un poco extrañas. Es el nuevo XRT-1, ya sabe, el analizador de clima. Parece que el planeta tiene gran actividad atmosférica a ras de suelo. Está todo plagado de pequeños vórtices de presión, como pequeñas borrascas que se mueven de forma... anárquica.
–Así que nos las habemos con otro enigma... –el capitán se levantó como un resorte y se acercó hacia la puerta.
–Teniente, ¿me oye?
–Sss... sí, señor –la mujer salió del ensimismamiento, abstraída como estaba en el curioso movimiento de los dedos de su superior.
–Bien, espero de mi gente la profesionalidad que por lo visto esos disolutos de Alfa –cabeceó Mecach hacia los altavoces– no conocen.
La teniente atisbó por encima del hombro de su jefe, pues un destello procedente del tríptico atrajo su atención. Pero tan sólo era un revuelo de polvo bajo el foco de luz.
–Quiero a los hombres vigilando un perímetro.
La mujer, volviendo a la conversación, daba su conformidad: –Muy bien, sacaré a los de comunicaciones para que levanten una barrera de sensores alrededor.
–No me ha entendido. Quiero a un destacamento ahí fuera, bien atento.
La oficial pestañeó sorprendida. No solía ser habitual en misiones de riesgo exponer a los hombres cuando las máquinas los podían sustituir sin menoscabo.
–Pero señor, los sistemas electrónicos pueden detectar mucho mejor cualquier presencia sospechosa. Si he de ser sincera, estaríamos más seguros bajo la protección de la tecnología. Por no hablar de ese viento que convierte una ronda en el exterior en un infierno...
–Ahora quiero descansar un rato –cortó el capitán, dándose la vuelta.
–¿Y esos vórtices?
–Cumpla mis órdenes –gritó malhumorado Mecach, sin por ello girar la cabeza.

miércoles, 16 de junio de 2010

El Planeta Gris 3/12

Toda la mañana nos la hemos pasado registrando las instalaciones con gran cuidado. Yo estoy de asistente del capitán, así que no me pilló la faena. Menos mal. Sobre todo por lo de reconocer el exterior. Algunos tuvieron que echar un vistazo fuera de la base y no es un plato de gusto. El planeta es feo, feo como él solo. Ni vegetación, ni apenas relieve a la vista, lo único que echa a la cara es un viento cambiante. Te arrastra de un lado y, tan pronto como amoldas el cuerpo contra él, cambia. Con lo que, si no andas listo para buscarte nuevo apoyo, estás en el suelo. Ya me burlaré de los chicos que salieron de inspección pues, de tanto vaivén, parecían bailar con una pareja invisible. Y como se me reboten, ya les diré: con Neno no contéis para bailar, que este menda solo quiere chicas de pareja, no huracanes.
Al final, tanto mareo para nada. Era de esperar. Esa asquerosa ventolera lo remueve todo a cada momento. Si alguien hubiera salido o entrado a la nave, cualquier huella, en unas horas, habría quedado borrada. Para mí que es inútil ensuciarse los pies dando paseos al airecito. Hombre, quedan los rastros olfativos, pero tanto da. Todo lo arrastra el vendaval. Otro asunto es el de la sala de embarque, ahí no hay que complicarse, porque está vigilada por video. Cuando pasamos las imágenes, con la esperanza de encontrar el porqué de la huida del personal, nos topamos con una sorpresa. Los registros visuales están a oscuras. De hecho no existen: ni visuales, ni nada de nada. Un negro absoluto en las memorias hasta el mismo momento en que atracamos nosotros. Aunque suene absurdo es la primera vez que la base es ocupada. Recibimos, a la tarde, con su típica curva de sonido peluda como todas las de su país, comunicación de la base Alfa. La más cercana a la nuestra. Reunidos en el centro de control nos dispusimos muy atentos.
«–Aquí el capitán Mecach –contestó nuestro oficial.
–Vuer en chas qui puerinidat... –siguió un discursito incomprensible durante un rato. Yo pensé que nuestro jefe entendía aquella jerigonza por la cara de concentración que ponía, hasta que un golpe de su puño en el botón azul del traductor nos sacó de nuestro error.
–¡"Megagüen"! ¿Quién está ahí? –preguntó Mecach. Durante unos segundos la cháchara del otro se cortó; pensamos que ofendido por la grosería de nuestro oficial.
–¿Qué narices ha dicho? –fue todo lo que oímos, por el comunicador, al de la estación Alfa, ahora ya en nuestra lengua.
–Ah, por fin. No hemos entendido una jota. Nuestro traductor no iba bien –mintió Mecach–. Ya vuelve a funcionar. ¿Con quién estamos hablando?
–Pues me podían haber cortado antes. Les he soltado todo el formulario de salutación prescrito por las leyes internacionales –contestó de mal humor, o al menos así lo intuimos, el de la base Alfa–. ¿Hace falta repetirlo?
Nuestro capitán permaneció unos segundos en silencio.
–Eso decídanlo ustedes, que yo obraré en consecuencia –se oyó un gruñido desde el otro lado y el traductor soltó un chirrido quejumbroso. A continuación escuchamos la retahíla: todo el discurso que las Naciones Unidas había creado para estas ocasiones. La verdad es que la pieza cuadraría mejor en un brindis diplomático que lo que lo era en el espacio y bajo el temor de no se sabe qué amenaza. Me consta que nadie en misión espacial lo lee completo, sólo las tres primeras palabras. El resto se obvia por no agobiar. El capitán, sin embargo, no transigió con la costumbre, y digo yo que no será tan novato como para desconocerla. Más bien querrá echarle un pulso a la paciencia del otro. Es juguetón nuestro jefe.
Tras el larguísimo saludo, el oficial se presentó. Era el comandante Rod.
–Sabemos que llevan varias horas en su base –no preguntó por nuestro descenso, falta de cortesía nada habitual. Recién llegados como estábamos, un poco de mano izquierda sí se le echaba de menos.
–Y ¿cómo es eso?, ¿nos espían? –bramó nuestro capitán.
–Maldita sea, llevamos varios días aquí en alerta con los detectores al máximo para que no se nos pierda ni una señal. Y si digo que ustedes hace nueve horas que atracaron, es que fue así –Rod andaba justito a punto para el ataque de nervios–. Les hemos concedido ese espacio de tiempo para que vayan haciéndose a la situación. Ahora ya sabrán que no hay, ni hubo nadie en la estación One. Nosotros y los de Megatre estamos igual que ustedes.
–Ah, ¿sí? –la frialdad de nuestro jefe podía llegar a ser ambigua.
–Déjese de posturitas puritanas. Ahora estamos solos a varios años-luz de nuestra casa y algo desconocido nos amenaza. Creemos que lo más razonable es unir fuerzas.
–¿Qué está insinuando?
–Que procuremos aparcar diferencias y por unos días seamos un solo país.
–Está llamándome traidor a la cara ya sólo por escuchar semejante desatino. Ustedes únanse, únanse los unos con los otros. Hagan esas cosas si el apetito es lo que les pide. Yo creo que es una indecencia lo que se proponen pero allá cada cual –nuestro capitán se estiró la chaqueta y entrechocó parcialmente los talones. Su rigidez nos hizo estremecer, no tanto por el desaire hecho al tal Rod como por la soledad a la que nos condenaba. Sus gestos de militar íntegro eran de auténtico libro, casi como sacados de manual.
–Bien, esas tenemos, ¿eh? Hagan como quieran –el traductor hablaba todo llano, sin gritos ni suavidades, y si notábamos baches era más por imaginados que oídos. Sin embargo nuestra imaginación ahora estaba muy calenturienta.»

domingo, 13 de junio de 2010

El Planeta Gris 2/12

Dejando un retén en la nave, el grueso del personal de la V-50 hizo el descenso en el módulo de desembarco. Poco antes de arribar a la estación One, la teniente propuso al oficial al mando, el capitán Mecach, guarecer a los chicos tras los escudos, por si había algún peligro.
El capitán se encogió de hombros: –haga como quiera, teniente. Le cedo el mando.
–Es misión de rescate, señor. Normalmente promesa de medalla –exclamó la oficial sorprendida del desinterés de su superior.
El capitán la miró de reojo y, un tanto a rastras, decidía dirigir él personalmente la operación.
El atraque se produjo sin problemas. Tampoco los sistemas de enganche y presurización protestaron, salvo por un ligero desajuste entre las canalizaciones que se tradujo en una corta alarma. A más de uno le entraron ganas de adelantarse a la orden de disparar de tan crispados que iban los ánimos. No obstante el pequeño susto, todo lo demás funcionaba con normalidad.
–Escudos a toda potencia –ordenó Mecach. Inmediatamente la transparencia de las defensas se colapsó hacia un color lechoso y algunas chispas saltaron. Los chicos se apartaron un poco porque ninguno deseaba abordar la base con un agujero en su traje espacial. El de la carga de los escudos era siempre un momento delicado, pues no eran raros los casos de explosión.
–Abran –las compuertas se accionaron.

Tras un minucioso registro no hallaron a nadie. Todo el personal de la base había desaparecido, sin embargo los vehículos de transporte bajo atmósfera se encontraban en sus emplazamientos. Otra cosa distinta era el trasporte de desembarco como el que les trajo desde la nave V-50. No fueron capaces de hallarlo, ni detectaron señal de él a pesar de que el reglamento de exploración espacial prescribía la presencia de, al menos, uno perfectamente listo para su uso. Revisaron los trajes: no permanecerían en su sitio muchos más de la mitad, del resto no olieron ni señal. Eso sí, las muestras de aire pasaron los controles de los sensores: la estación era perfectamente habitable.
–Teniente –la aludida se presentó de inmediato ante su capitán. –Reúna a los muchachos.
La segunda de a bordo llamó a la tripulación, que fue poco a poco acudiendo a la gran sala común. Una vez presentes todos, y tras recibir permiso de Mecach para dirigir la arenga, les habló así:
–Bueno, chicos –ni la mujer ni nadie estaban para frivolidades– hay que saber qué ha pasado aquí. Y si no lo conseguimos, pues volvemos a buscar. La atmósfera del planeta es irrespirable, así que los nuestros no estarán en un pisito por ahí fuera.
–Puede que se los hayan llevado –repuso un joven alférez.
En el planeta había, al menos, seis bases de otras tantas agencias nacionales, dos de las cuales, como la One, acompañadas en aquellos mismos instantes por misiones de rescate. Pero el territorio de cada una era suelo patrio –lo mismo que las naves–, inviolable por tropas foráneas. La hipótesis del muchacho tenía un significado muy concreto: casus belli.

miércoles, 9 de junio de 2010

El Planeta Gris 1/12

Algunos dirán que me conformo con cualquier cosa. Y es verdad, que ya sólo por llegar aquí me doy por contento. Después de recorrer el camino de ida, lo que queda es el de vuelta, ¿y no he de creerme feliz por tachar días del calendario? Otros habrá dispuestos a discutirme la buena de que falta menos para volver a casa. Pero el caso es que esta es una verdad bien fácil de entender: cuantos más días pasen menos quedan para la vuelta. Y yo soy un tipo sencillo, Neno, un sargento vulgar asistente del jefe, y mis pensamientos están tan al alcance de la mano como creer que llegar a nuestro objetivo, el Planeta Gris, es haber llegado muy lejos, tanto como a la mitad de nuestra misión.
Ahora empieza una aventurilla que nos dará para unos días. De momento nuestra nave de salvamento V-50 lleva gravitando en órbita estacionaria, a este planeta, desde hace cuarenta y ocho horas. Hemos de ser prudentes. Hay que hacer un sinfín de comprobaciones antes de zambullirnos en su atmósfera. Si hubiese sido un viaje normal de abastecimiento a nuestra base One no habríamos elevado el estándar de prudencia tantos puntos, prácticamente hasta el nivel de viaje exploratorio, pero teniendo en cuenta los motivos de nuestra misión hemos de andar con cuidado. Cabe la posibilidad de que, tras lo que sucediera, se comporte como un planeta desconocido.
Mas qué será lo que aprieta a nuestros competidores en la Tierra que cuando llegamos aquí, ya había otros dos vehículos espaciales echando raíces, abajo, en el suelo. Eran de otras naciones.
Imagino cómo han hecho para llevarnos tanta ventaja, pues deberíamos haber llegado con ellos. Desde luego no hay ninguna magia funcionando, porque conocer el incidente y preparar la excursión, más o menos, a todos nos sale por lo mismo en tiempo. De modo que sólo hay una variable en la que se puede ahorrar horas: la seguridad de la tripulación. Y ya sé yo que hay agencias espaciales y agencias espaciales. La única diferencia entre unas y otras no consiste en la tecnología sino en las ganas de traer de vuelta vivos a los astronautas. A muchas les llega con los datos enviados. Si en el camino, lo que no viene son los testigos, tanto les da. De momento yo trabajo para una empresa que sí se toma en serio la supervivencia de la tripulación.
Bueno, parece que bajamos. He de cerrar este diario.

lunes, 7 de junio de 2010

A la sombra de la muerte

Bajo las frías noches de diciembre, la Laguna Fría arropa su cuerpo en hielo. En la orilla, hay un hombre inmóvil. Aguarda.
La limpia superficie del agua, de pronto, se convierte en oleaje que va creciendo hasta que, en la convulsión, forma un torbellino del que surge algo: una forma hecha de llanto y muerte.
El solitario individuo da una orden con el brazo y la forma se inclina sumisa ante él.

Despertó, angustiado por la pesadilla, en la tienda de campaña, tardando unos segundos en recordar que había ido a pasar, lejos de su familia, el fin de semana. Conducido por un terrible presentimiento se incorporó para despabilar a sus amigos. Pero ni zarandeándolos, ni chillando lograba su objetivo. Finalmente, les palpó el cuello sin encontrar pulso. Boqueando se arrastró afuera, envuelto en una mortaja de sudor, con la certeza de que él tenía alguna culpa.
Acercose al pantano, que se extendía indiferente hasta el mismo campamento. Al refrescarse la cara, el agua le devolvió el reflejo de su rostro. Era el del individuo ante el que se postró aquella forma del sueño.

Entonces despierto en mi casa.