miércoles, 23 de junio de 2010

El Planeta Gris 8/12

–Señor, deberíamos contactar con Tierra –el jovencísimo alférez intervino, desesperado por la pasividad de Mecach.
–¿Con Tierra? Nunca.
–Pero hemos de lanzar un mensaje de socorro. La situación es desesperada.
–Por eso, muchacho –el chaval, confuso, se puso rígido. –Ahora es cuando nuestra carrera puede despegar. ¿Es que quieres quedarte en alférez toda la vida?
–Señor, es que quiero tener una vida larga.
El capitán arrugó el ceño y dio un grito furibundo que se oyó en toda la estación.
–Es usted un cobarde degenerado. ¿Qué manera de hablar es esa? –Nadie articuló palabra en el puente de mando–. Estúpida manía de hacer bromas: que quiere una vida larga. Muy gracioso. La risa le perderá, se lo digo yo. Les perderá a todos –voceó el tipo encarándose a la totalidad del personal allí presente–. De momento –volvió a mirar al alférez– a usted lo relevo de sus funciones. Tendrá más tiempo para decir bobadas con sus compañeros, que seguramente le reirán las gracias, pero desde el calabozo. ¡Que lo encierren! –gritó a los guardias que custodiaban el puente de mando.
–Pero señor.
–¡Fuera, fuera de aquí! –el capitán se arqueó del esfuerzo para gritar con toda la fuerza de los pulmones. Su expresión daba espanto de tan contrahecha por la ira mientras los brazos le giraban nerviosos como si repartiera porrazos al aire. Los hombres lo miraban estupefactos. La pareja que vigilaba la entrada obedeció la orden y se llevaron en volandas al aturdido alférez.
–No te preocupes chico, que esto no es normal –le animó uno de los escoltas–. Ahora mismo vamos a hablar con la teniente. Lo tiene que saber. Seguro que ella tendrá una buena respuesta si todos estamos unidos –el soldado que hablaba miró de reojo a su compañero y al alférez, a quien todavía no terminaba de llegarle la sangre al cerebro de tan perdido que lo tenía. De hecho no contestó con la cabeza como sí lo hizo el segundo escolta.

Me ha defraudado la teniente. Se ha rebelado y los chicos la han seguido. Tan sólo yo me he mantenido fiel a nuestro capitán, y por eso me han encerrado con él. Estamos los dos juntos en la misma sala que ocupó ella.
El capitán no lleva bien el arresto. Le veo inquieto, y a la menor, explota, o sin venir a cuento también. Se rompe a gritar, insulta, pero no a mí –menos mal– sino a lo que se le ponga por delante. Y como está siempre ante la puerta, la tiene por enemiga. La golpea con una desesperación que asusta y pide que se le devuelva el mando. No le harán caso, seguro.
Ahora el nuevo jefe quiere tratar de comunicarse con la Tierra. Y lo ha de hacer desde V-50. Pero para eso necesita un módulo de transporte. Y sólo queda uno en uso, el de la base Alfa. Vamos a comprar el billete de avión. ¿Nos lo querrán vender?

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