domingo, 13 de junio de 2010

El Planeta Gris 2/12

Dejando un retén en la nave, el grueso del personal de la V-50 hizo el descenso en el módulo de desembarco. Poco antes de arribar a la estación One, la teniente propuso al oficial al mando, el capitán Mecach, guarecer a los chicos tras los escudos, por si había algún peligro.
El capitán se encogió de hombros: –haga como quiera, teniente. Le cedo el mando.
–Es misión de rescate, señor. Normalmente promesa de medalla –exclamó la oficial sorprendida del desinterés de su superior.
El capitán la miró de reojo y, un tanto a rastras, decidía dirigir él personalmente la operación.
El atraque se produjo sin problemas. Tampoco los sistemas de enganche y presurización protestaron, salvo por un ligero desajuste entre las canalizaciones que se tradujo en una corta alarma. A más de uno le entraron ganas de adelantarse a la orden de disparar de tan crispados que iban los ánimos. No obstante el pequeño susto, todo lo demás funcionaba con normalidad.
–Escudos a toda potencia –ordenó Mecach. Inmediatamente la transparencia de las defensas se colapsó hacia un color lechoso y algunas chispas saltaron. Los chicos se apartaron un poco porque ninguno deseaba abordar la base con un agujero en su traje espacial. El de la carga de los escudos era siempre un momento delicado, pues no eran raros los casos de explosión.
–Abran –las compuertas se accionaron.

Tras un minucioso registro no hallaron a nadie. Todo el personal de la base había desaparecido, sin embargo los vehículos de transporte bajo atmósfera se encontraban en sus emplazamientos. Otra cosa distinta era el trasporte de desembarco como el que les trajo desde la nave V-50. No fueron capaces de hallarlo, ni detectaron señal de él a pesar de que el reglamento de exploración espacial prescribía la presencia de, al menos, uno perfectamente listo para su uso. Revisaron los trajes: no permanecerían en su sitio muchos más de la mitad, del resto no olieron ni señal. Eso sí, las muestras de aire pasaron los controles de los sensores: la estación era perfectamente habitable.
–Teniente –la aludida se presentó de inmediato ante su capitán. –Reúna a los muchachos.
La segunda de a bordo llamó a la tripulación, que fue poco a poco acudiendo a la gran sala común. Una vez presentes todos, y tras recibir permiso de Mecach para dirigir la arenga, les habló así:
–Bueno, chicos –ni la mujer ni nadie estaban para frivolidades– hay que saber qué ha pasado aquí. Y si no lo conseguimos, pues volvemos a buscar. La atmósfera del planeta es irrespirable, así que los nuestros no estarán en un pisito por ahí fuera.
–Puede que se los hayan llevado –repuso un joven alférez.
En el planeta había, al menos, seis bases de otras tantas agencias nacionales, dos de las cuales, como la One, acompañadas en aquellos mismos instantes por misiones de rescate. Pero el territorio de cada una era suelo patrio –lo mismo que las naves–, inviolable por tropas foráneas. La hipótesis del muchacho tenía un significado muy concreto: casus belli.

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