jueves, 17 de junio de 2010

El Planeta Gris 5/12

La teniente hizo como se le ordenó y después, dirigiéndose al sargento Peps de transmisiones:
–Dime una cosa ¿se puede mantener una charla con la base Alfa sin que se entere nuestro capitán?
Peps se tomó su tiempo.
–Si ellos quieren, podrían descubrirte y te buscas un consejo de guerra.
–Ya me ocupo yo de que no me delaten. En cuanto a los de aquí, tú, chitón.
–Ahora me lo buscas a mí por complicidad.
–Tú hazlo.
–Siempre igual, tan impulsiva. ¿Es que estás tan segura de lo que haces?
–Tú no tienes que encargarte de las vidas de tus compañeros. Eso es lo que no me permite dudar.
–Querrás decir que eso es por lo que no te permites dudar. Lo importante para ti es fingir seguridad. Si realmente te ocuparas de lo que dices no darías prioridad a las apariencias, sino a las razones.
La mujer tomó del brazo a Peps con fuerza, produciéndole un arañazo en el antebrazo con la alianza, un calco de la cual llevaba él en su dedo anular.
–No necesito lecciones, sino hechos. El capitán ha despreciado una ayudita que podemos echar de menos, y ya que él es tan digno, habré de aceptarla yo –ella levantó la otra mano libre para poner punto final al tema y añadió– con que ocúpate.
–A tus órdenes –pronunció remarcando las sílabas con enfado el de comunicaciones. Ella respondió encarándose de mal humor, aunque no añadió palabra.

«–Soy la segundo de la base One, teniente Mode. Mi oficial superior, el capitán Mecach, me ha dado permiso –mintió Mode– para tratar ese delicado asunto que proponían, ya saben, el de unirnos. Según me ha dicho, su código de honor no le permite hacer esto. Prefiere delegarlo en mí. –La voz de la oficial, en todo momento fuerte y clara, nada mostraba de los nerviosos vistazos que echaba hacia la puerta.
–Me da igual si su jefe tiene escrúpulos –contestó Rod–. La Tierra, ahora, dista una eternidad de este maldito rincón y los juramentos y demás deberes que nos atan también. Estamos solos ante algo que desconocemos, con que mejor nos irá si nos olvidamos de las reglas y nos centramos. Si no es con su jefe, con usted y todos felices.
–Vayamos al grano –exclamó, por fin, el parlanchín Rod mientras a la teniente se le abrillantaba la frente de sudor, algo fuera de lugar en el ambiente aún frío de la estación–. Ya se habrán percatado de que no hay signos de lucha. Así que, para explicar la desaparición de las tripulaciones de nuestras bases, descartaremos la agresión –Peps manejaba los botones con extremo cumplimiento. No en vano, lo que hacía era borrar toda prueba de aquella comunicación, que de descubrirse les pondría en un feo aprieto a él y a Mode.
–Hace dos días, justo cuando ustedes llegaron a la órbita de estacionamiento, uno de mis hombres desapareció –Rod hizo una pausa, y prosiguió– así, por las buenas. No tengo que decir que fue infructuoso cualquier esfuerzo por saber de él.
–Pudo ser víctima de alguna trampa natural.
–No, no lo entiende –respondió con pasión el comandante de la estación Alfa–. Desapareció dentro de la base –incluso Peps, sorprendido dentro de su concentración, levantó la cabeza un momento hacia la teniente.
Ésta, algo aturdida por la revelación, continuó: –Habrán hecho indagaciones, coartadas de sus compañeros. Quizá una pelea.
–Por supuesto. Hay tres testimonios discutibles. Estamos en ello. Hasta que nuevas conclusiones no nos devuelvan la confianza, los hemos encerrado.
–¿Han tomado alguna medida?
–¿Medida? –un suspiro de desaliento asaltó, desde el auricular, los ánimos de los dos oyentes–. Verá, hoy ha vuelto a suceder. Ha sido en la otra estación, la Megatre. Su comandante, Ofl, nos ha puesto al corriente. Pero el suceso se ha producido con cinco individuos. Dos en perímetro externo y tres dentro. Y yo me pregunto, ¿es que todos se van a matar entre sí y a ocultar los cadáveres?»
–¡Teniente! –el grito de Mecach casi desencajó los pobres nervios de Peps, quien trazó una curva de borrado que casi acaba con las trasmisiones de todo el planeta.

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