viernes, 25 de junio de 2010

El Planeta Gris 9/12

«–Estación Alfa, aquí teniente Mode al mando de base One. Conteste por favor –la mujer esperó con impaciencia la voz de Rod. Por ello quedó confusa durante unos segundos al oír la respuesta.
–Aquí cabo Mor desde la estación Megatre –aturdida, ordenó silencio. Hacía tiempo que se había perdido todo contacto con esa base.
–Cabo Mor. No sabíamos nada de ustedes. ¿Dónde está el comandante?
–¿Ofl? Desapareció... Como todos los demás. Ya sabe, el mal de este maldito planeta.
–Esperaba haberle hecho unas preguntas.
El cabo tardó algo más de lo que se supondría: –Pues ya no está.
–Pero usted...
–Él era el jefe de mi unidad, el responsable –afirmó la joven voz como si aquello bastara para echar el freno a esa conversación, lo que atrajo más, si cabe, el interés de la teniente y la persuadió para continuar.
–Perdimos todo contacto con nuestra nodriza y el vehículo de trasbordo. Siempre cabe la posibilidad de una avería, desde luego, pero quería contar con más puntos de vista –la mujer sospechaba alguna injerencia de Megatre o Alfa, pero se andaba con mucho cuidado. –Tiene que saber algo. Además está todo ese asunto nada explicado del acercamiento de su nave Final hacia nuestra V-50.
Tras una pausa rellena de suspiros, el hombre contestaba: –Bueno, no sé...
–Nuestra tecnología –decidió mentir– nos indica que hubo interferencias desde Megatre –no había dudas en la voz de Mode.
El cabo tomó aire pero no emitía ningún sonido.
–Diga lo que diga –añadió la teniente para meter presión– le aseguro que estamos precavidos –cualquier militar habría interpretado esas palabras de un único modo: tenemos las baterías listas para hacer blanco sobre la estación Megatre al menor síntoma de que ustedes se arman.
Al otro lado, el cabo Mor, como si estuviera haciendo un esfuerzo supremo para ello, rompió por fin a hablar.
–Yo me dirigía a ustedes para pedirles ayuda.
–Cabo, no haremos nada, en cualquier caso, sin conocer más sobre los hechos. Sería absurdo lo contrario.
Volvió a interponerse un corto silencio. La teniente, planteándolo así, dejaba libre a Mor una única salida posible: declarar que ni él ni los suyos tuvieron nada que ver con el silencio en las comunicaciones, o con el probable intento de abordaje en órbita a la V-50. El problema era que el estado de la tecnología no ayudaba a mentir. En efecto, una vez afirmada la inocencia de Megatre por parte del hombre, la teniente, y esto el cabo lo sabía, pediría la transferencia de los datos de actividad, y ahí no habría manera de ocultar nada. Mor quedaría expuesto.
–Pues... –siguió un ruido curioso, un suspiro muy profundo y a continuación algo que identificaron inmediatamente: el cabo estaba llorando.
–Tenga un poco de dignidad –el tono de Mode no medía sutilezas. Era de profundo desprecio.
–Ya lo sé. De ustedes no sacaré nada –la teniente y los muchachos ya dieron por definitivo con esta respuesta la culpabilidad de Megatre.
–No lo dude.
–Pues así revienten de una vez –sorprendió el arranque lleno de fuerza y rabia del cabo.
–Pensaré en usted cuando escapemos de la atmósfera de este mundo –añadió la mujer con sarcasmo.
–Todavía tengo cierto poder sobre su base. ¿Cómo cree, si no, que hicimos caer sus comunicaciones?
–¿Tienen alguna tecnología que no conozcamos? –la teniente no amilanó su tono con dudas, a pesar de que cabían muchas: podía ser o no un farol del cabo.
–Se lo debemos al buen hacer de alguien que conocen bien, Ofisi, quien nos proporcionó los códigos de sus sistemas de control. Huyó por miedo a que le descubrieran. Con esas claves en nuestro poder fue fácil neutralizar la radio –casi lo dijo con una euforia triunfal.
–Pero...
–Sí, señora, sí. Ofisi era un espía. Tenemos muchos en su país. Y en puestos que ni se imagina.
–Pero, ¿de qué me habla?
–Todavía no se entera de nada ¿eh?. Con esos códigos de su sistema de control teníamos pleno poder sobre ustedes, el que todavía tengo. No se llamen a engaño, no temblaré si he de hacerles callar o, incluso, ejecutar la orden de destrucción de su propia base One. Estoy habituado, mejor dicho, entrenado para ese trabajo. Si me eligieron para venir no fue porque cumpliera con un perfil de rescate, lo hicieron porque pertenezco a las tropas de choque; yo y el resto de mis camaradas. Nuestras órdenes no eran venir en rescate de nuestra gente aquí, sino a iniciar la guerra.
Hubo un estremecimiento en el puente de mando al oír estas palabras.
–Pero, ¿Qué guerra? ¿Por qué?
–Por lo de siempre: el dinero.
–¿Es que hay algún mineral desconocido en este planeta Gris? –preguntó Mode con algún titubeo.
El otro rio sin ganas.
–¿Este planeta...? –comentó casi con desprecio Mor–. Lo que queremos conquistar es la Tierra misma. La disculpa para empezar las hostilidades la crearíamos nosotros. Somos voluntarios para una operación suicida y nuestra misión era provocar el inicio de la guerra. De aquí saltaría la chispa a la Tierra.
–Pero es una estupidez. Nos aniquilaríamos los unos a los otros.
–En absoluto. Hemos inventado una nueva arma secreta y estamos seguros de la victoria.
–Y nosotros también. ¿Qué creían? ¿Que el resto seguiríamos sin evolucionar? –la teniente dejó pasar un suspiro y continuó preguntando.
–¿Esa provocación era el abordaje de la V-50? –escupió Mode.
–Sí. Todo dependía de que eso saliera bien. Pero no fue así. El plan, en sí mismo, era bastante sencillo: la V-50 tenía que ser tomada por mis compañeros desde la Final, a la que ustedes se supone que, por impedir el abordaje, debieran haber destruido. Incluso, habíamos mandado, en el módulo de transporte y con objeto de dar veracidad a la amenaza de conquista de su nave en órbita, tropas de refuerzo a nuestra Final, héroes en busca de la inmolación por la causa.
»La idea no era nada complicada. Luego, en la Tierra, los nuestros, que han procurado durante los últimos meses plantear un discurso victimista, apretarían el botón rojo.
»Este era el plan, pero se torció por donde no nos imaginábamos. El capitán de ustedes, a pesar de la clara amenaza, no hizo nada, no dio orden de destruir a nuestra Final. Fueron otros los que sí lo hicieron por él. La orden de aniquilación partió de Alfa –a saber qué les impulsó–. Pero necesitábamos un acto de guerra con ustedes. Tuvimos que falsear las pruebas balísticas para convencer en la Tierra de que en realidad disparó la base One, que la orden la dio su capitán Mecach. Los datos falseados ya están mandados. Si sale bien, es cuestión de horas que nuestro gobierno declare la guerra. Y entonces, barreremos todo...
–Nosotros –interrumpió escandalizada la mujer– responderemos con los nuevos rayos nucleares. ¿Se da cuenta de que puede haber desaparecido toda vida de nuestro planeta?
»Una última cosa, Cabo, ¿también bloquearon nuestra comunicación con el vehículo de trasporte orbital? –la teniente y los demás ya daban por hecho la relación de la base Megatre con la misteriosa desaparición del módulo de trasbordo.
–No sé de qué me habla. Nosotros lo preparamos todo para tomar su nodriza. De su vehículo de trasbordo ustedes sabrán. –Luego en un tono claramente triunfalista el cabo refunfuñó: –Y de sus rayos nucleares me río yo.
–Malditos imbéciles –la mujer hizo una pausa para pensar y, entonces, continuó con toda la firmeza que fue capaz de imprimir a sus palabras– rápido, en nombre de la humanidad, deme el control sobre las comunicaciones con la V-50. Tengo que recuperar la conexión con Tierra. Puede que aún estemos a tiempo de explicar, de evitar la guerra. Hablando lo lograremos.
Pero nadie contestó. La conversación quedó interrumpida tras lo que parecía el ruido de un fuerte viento rasgando el micrófono. Ya no volvieron a recibir mensajes, ni perturbaciones de la base Megatre. Todos sospecharon que las desapariciones habían acabado finalmente con su tripulación. Con todo, ningún sentimiento de pesar causó.

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