sábado, 3 de julio de 2010

El Planeta Gris 10/12

El capitán desmejora por días. Ahora se queja de oír voces. Dice que hay alguien hablando todo el día. Como si eso fuera una desgracia, aquí encerrados mano a mano como estamos. Este hombre no aguanta nada. En cuanto no se hace según sus deseos llora. "Quítenme esa voz o me volverá loco", repite volviéndome loco a mí. Pero lo que le digo yo: aquí no estamos más que nosotros, nadie más. Y yo no doy voces, sino que hablo como un ser humano. No, él ni caso en su ensalada. Encima, no para quieto el dichoso dedo, que me pone enfermo de vueltas que le da.
Mientras, fuera, los hombres están cada vez más resignados. El motín los animó durante unas horas pero se ve que se han cansado ya y no les llega el resuello a la boca. Claro, las desapariciones no terminan aunque hayan cambiado de jefe. Tanto protestar, tanto rebelarse y para nada.
Ahora, a nuestro calabozo, tan solo llegan rumores, o nada, ni una palabra. Antes oíamos discusiones, amenazas, lo normal. Yo lo añoro a despecho del disgusto del capitán.


«–Aquí estación Alfa –la teniente Mode corrió hacia el micrófono.
–A la escucha desde base One –contestó la mujer con la voz tomada por el nerviosismo.
–Por fin hay alguien ahí.
–¿Está solo? –preguntó la teniente, últimamente cada vez más obsesionada por las desapariciones.
–Ojalá fuera así. Quedamos tres en la estación, pero yo no tengo mucho tiempo. Estoy herido. He perdido mucha sangre y, en fin, tiene mal aspecto...
–Intentaremos mandar un rescate.
–No, no. Esto no es una llamada de socorro, sino una despedida.
En el puente de mando, hubo un silencio expectante.
–Verán, quería decir adiós a alguien antes de morir.
–¿Pero no me acaba de decir que hay más gente?, ¿es que no le pueden ayudar?
–Mis compañeros han dejado de serlo. Ahora son mis enemigos –los oyentes podían sentir en su pellejo la tensión y el miedo que padecía aquel desesperado interlocutor que hablaba desde Alfa.
–Cálmese, ¿podemos hacer algo?
–Total, para cuando llegaran esto habría acabado. He programado la destrucción de la base.
–¿Va a arrastrar a los demás a su suicidio?
–No lo dude. Aquí ya no hay sitio para la piedad. La división entre nosotros se ha convertido en odio. Pero qué podíamos esperar de una misión viciada desde el principio.
–No le entiendo.
–Sabrán a estas alturas que fuimos nosotros los autores de la destrucción de la Final –el hombre esperó unos segundos a recibir algún signo de confirmación que no obtuvo–. El miedo nos dominó. Estalló un motín y los partidarios de huir vencieron.
–¿De huir?
–Verán, nuestra nodriza no sirve para volver a la Tierra. La agencia nacional a la que pertenecemos nos embarcó ocultándonos la verdadera autonomía de nuestro trasporte. Solo había oxígeno y combustible para venir. –El hombre respiraba con dificultad, y se le notaba que pasaba por un suplicio a cada palabra pronunciada–. No lo supimos hasta que, investigando las causas de una desaparición, dimos casualmente con la falta. Y, atando cabos, entendimos la jugada. En realidad no hemos venido a lo que creíamos, esto es, en misión de rescate a nuestra base Alfa. Estamos seguros de que se nos ha traído aquí por otro motivo mucho más interesado: averiguar si este planeta encierra una nueva fuente de energía o alguna materia prima desconocida. Nos sonaban raras las órdenes que traíamos de mantener vigilancia sobre la estación Megatre y de efectuar prospecciones en el suelo de este planeta. Y por supuesto que eran raras, qué ingenuos fuimos. Algún mandamás de nuestro país debió de pensar que los de Megatre habían detectado alguna riqueza inmensa. Pero, claro, un viaje de explotación es muy caro si no hay suficientes indicios. No les merecería la pena si no fuera para sacar, para forrarse. Por ello nos encargaron a nosotros hallar esos indicios, pero manteniéndonos en la ignorancia sobre nuestro auténtico cometido. Una vez confirmado el descubrimiento, ya se preocuparían de enviar una expedición minera en toda regla. Nosotros seríamos una especie de robot que precede a la verdadera colonización; un robot que poco importa se rompa.
»Simplemente nos lanzaron a una muerte segura. Pero antes que máquinas patrióticas somos humanos. Queremos vivir... —un enorme barullo de gritos y disparos interrumpió el discurso del tipo, tras lo cual sobrevino un silencio que se alargó agónico entre jadeos y maldiciones.
La teniente tomó aire para preguntar y, antes de que emitiera ningún sonido, llegó nuevamente la ronca voz del individuo.
—He tenido suerte. Era mi compañero de litera en el viaje. Cometió un error. Vi su reflejo y pude disparar antes. Es así como nos hemos ido matando poco a poco, aumentando el revanchismo a cada nueva baja. Un goteo del que habríamos escapado de haber robado una nave para volver a casa; eso nos hubiera dado una esperanza de salir adelante.
»Y eso fue lo que tratamos de hacer. La única oportunidad para nosotros era apoderarnos de la V-50 o de la nodriza de Megatre. Pero mala cosa cuando la Final trató de acoplarse a la de ustedes. Imaginamos que lo hacían porque tampoco ellos contaban con reservas para el viaje de vuelta –la teniente no le reveló la verdadera razón de la maniobra de la Final y nadie en el puente hizo por ello, así que el hombre siguió sin distracción alguna con su relato de los hechos–. Ante el temor a que culminaran el abordaje y, a continuación, se largaran dejándonos a nosotros aquí los destruimos antes del acoplamiento.
»La decisión de abrir fuego resultó tan dolorosa que nos trabó en un violento motín entre los partidarios de salir como fuera y los disciplinados que deseaban morir cumpliendo las órdenes. Vencimos los primeros y, ávidos, destruimos a la Final. Creíamos que con esto acabarían los problemas. Pero la semilla de la violencia había germinado. No bastaría con aniquilar a la Final, había que completar la tarea.
–Teníais que acabar también con la base One, ¿verdad? –la voz de la teniente sorprendió a su tripulación.
–No teníamos otra solución. Si os oponíais a compartir la V-50 con nosotros, cosa razonable dadas las estrecheces de los viajes interplanetarios, habríais escapado solos; y no estábamos dispuestos a dejaros partir sin más. Por eso nos lanzamos a tomar vuestra base y a eliminaros si hacía falta. Pero las heridas entre nosotros, mal cerradas, generaron desconfianzas y nuevos roces. Nuestra misión nació condenada y mientras dure nos alcanzará el mal. Un pequeño grupo de entre nosotros quiso llegar a un acuerdo con vuestra base. Pero no actuaban en nombre del resto. Pretendían salvarse únicamente ellos sin contar con los demás. Traición, diréis. Por supuesto. Sin embargo hay algo de mi país que ignoráis. Nosotros, al contrario que vuestras naciones, no nos debemos a un estado, sino a un clan. En esta misión, vienen gentes de tres clanes, y en la lucha fratricida por destruir a la Final, uno se enfrentó a los otros dos. Los vencedores causamos mucho dolor en el derrotado, del que murieron muchos, y la sed de venganza fue lo que los lanzó a pactar con vosotros para dejarnos a los demás abandonados aquí. Hubo una nueva pelea. Y luego otra más.
Un espaciado silencio en la comunicación levantó la alerta en el puente de mando.
–He oído un disparo –se desvió del tema la solitaria voz desde la base Alfa–. Quizá un enemigo menos y una oportunidad más de vivir. Pero olvido la maldición del planeta. Esos malditos remolinos..., dicen que preceden a las desapariciones. Aquí veo varios...»
Hubo un pequeño ruido a través de los altavoces y, a continuación, una deflagración apenas visible desde las escotillas de la base One. La cuenta atrás del explosivo había llegado a cero.
Pero la teniente ya no observaba nada sino que se quedó pensando unos instantes sobre lo último.
–Unos remolinos... –repitió–. No puede ser –lo dijo abriendo mucho los ojos y mirando a su alrededor como si esperara dar con uno allí mismo. Luego, recuperada en parte la compostura, se dirigió a los operadores de rastreo.
–Quiero que me hagáis un filtrado al perímetro usando la presión como variable única –Mode estaba visiblemente nerviosa.
El operador de la computadora introdujo el programa ad hoc que daría por resultado la visualización del entorno de la base sustituyendo las radiaciones perceptibles al ojo humano por el estado barométrico.
La pantalla parpadeó con pereza, pero finalmente apareció lo que se deseaba. No había nada especial. Lo único extraño era la multitud de pequeñas borrascas pululando alrededor de la nave, moviéndose continuamente.
–Ahí los tenemos.
–¿Qué quiere decir, señora ?
Ignorando la pregunta del subalterno, la teniente, a continuación, habló con el operador de comunicaciones.
«–Sí, es posible –boqueaba por contestación, con los ojos como platos, el joven desde su puesto.
–Pues ponte a trabajar en ello
–Los chicos no lo entenderán.
–Ya estás tardando. Hay que destruir como sea nuestra nodriza.»

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