sábado, 17 de julio de 2010

La esquina de la biblioteca 1/7

El crujido lo alertó y, soltando la vieja foto de la estantería, bien marcada con sus dedos, se puso a fingir interés por unas postales coloreadas del siglo pasado.
En aquel extraño ángulo de la sala de lectura sucedían cosas extraordinarias. Para empezar, no era normal que costara tanto moverse. Era como si, contra toda lógica, faltara sitio.

Una vez, Migue me preguntó si es que los muebles estaban más juntos allí que en el resto de la biblioteca. Que, si no supiese decir, midiera, a no ser que no tuviera valor para hacerlo delante de la gente. Yo no soy ningún gallina. Cogí la cinta métrica del costurero y me puse a ello.

La anchura del pasillo vino a coincidir con la del resto. Luego no cabía achacar a mayor estrechez el apuro que se oponía a todo movimiento del cuerpo.

Pero las apreturas no son invento mío, como dice él. Quise llevar a Migue a que lo viera para que me creyese. Pero él sí es un gallina. Mejor para mí. Así no comparto con nadie el secreto.
Las cosas raras que tiene ese rincón asustan a algunos. Un día vi a unos niños que jugaban a cogerse. Yo leía un Mortadelo, y uno de ellos, dando en mi pie, rodó hasta la Esquina. Empezó a mover las piernas asustado y a gritar que le agarraban de los pies. Su madre lo vino a recoger y no volvió a menearse. Ni siquiera lo he vuelto a ver. Desde entonces mejor, sin gritos ni carreras. Lo de andar tropezándote no es más que lo primero con que te da en los morros la esquina. Están también los libros y las cosas que ponen sobre la estantería. Como esas fotos antiguas. Mire quien mire, siempre sale en ellas. La gente se queda pegada y no se lo termina de creer. Algunos dicen que hay una cámara oculta y los mayores se ríen. Pero no hay truco. Lo he preguntado al bibliotecario.
Aquí los encargados son dos: un señor y una chica que canta todo el rato. El bibliotecario es un tipo huesudo y largo. Cuando anda entre las mesas siempre pilla de mala manera a la gente. Unas veces a un marmota roncando, otras a un grupo de cotorras de cháchara y, si hay suertecilla, a uno con móvil. Pero en realidad él no les regaña. Sólo pasa al lado, hace un gesto y se arregla todo. No sé cómo pero también funciona con el dormilón.
Pero lo raro de esa esquina también le toca al ordenador. Tienen en la biblioteca, para colocar los libros, un orden que va del 0 al 9. Todos llevan uno de esos números puesto en el canto. Cada uno es un tema, como en otras bibliotecas. Pero la Esquina dichosa tiene que ser muy suya, pues está marcada con un -1. No hay ninguna otra biblioteca que tenga ese número —yo no me chupo un dedo, estas cosillas ya me las sé—. Me puse a buscar en el ordenador uno de los libros del rincón. No me apareció nada, así que me dejé de bobadas y fui directo al jefe a preguntar.

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