miércoles, 7 de julio de 2010

El Planeta Gris 11/12

Ya son dos días desde que no viene nadie abajo, ni siquiera para darnos de comer o limpiar esto un poco. Cuántos pajaritos no tendrán un trato mejor en sus jaulas. Vaya compañerismo.
¡Que aquí hay dos bocas que valen tanto como las demás! ¡Bah!, ni aun gritando me querrán oír. Pues no imagino lo que sería de no tener a mi lado al capi. Vamos, que a Neno no le harían ni caso, allá me pudriera, pues sólo soy un triste sargento. Aunque tanta bobada con la jerarquía y al jefe me lo meten también bajo la alfombra como a un piojo.
Menos mal que lo que es falta, falta, tampoco sentimos. El capitán no va a morirse por no comer a lo que veo. Sigue igual, o de eso tiene pinta, pendiente como está de sus cosas. A ver si no, las voces siguen ahí. Se queja, protesta, se desgañita el hombre. Sufre su tormento día y noche, que no en silencio. Pero por encima de toda la tabarra que me da, hay algo de él que no sabía y que viene a confirmarme que todos somos un cofre de sorpresas. El tío se ha destapado. Yo pensaba que esta gente no creía más que en números pero no; resulta que el capitán me ha salido religioso. Se pone en pie en medio y no hace sino rezar y rezar hasta que cae de rodillas roto de aguantarse quieto tanto tiempo. Bueno, claro, es todo lo que nos queda por hacer, que otra cosa no va a arreglar nada.
Esas costumbres antiguas pasaron a los vídeos de historia al principio de los viajes espaciales. De hecho nunca había visto antes a nadie en este plan. Pero yo creía que lo del rezo era otra cosa. Y es que el hombre le pide perdón a su dios por no sé qué, en vez de tratar de sacarle alguna ayudita.


«Soy lo último de la misión de salvamento a la base One. Bueno, digo lo último por que el capitán Mecach está tan ido que no lo cuento. Me llamo Olo, alférez de academia.
Después de unas horas de arresto, fueron mis compañeros los que me sacaron del tugurio en que por cortesía del capitán purgaba. Una vez fuera del encierro, los chicos me pidieron que hiciera lo que pudiera, que ellos no conocían cómo poner todo esto a funcionar para huir. Primero quise saber, para orientarme, aquella parte de los acontecimientos que ignoraba, pues no fuera a influir algo del pasado en la suerte del futuro. Atento escuché.
La teniente, en el puesto de oficial al mando tras el motín contra el capitán, se volvió loca. Eso fue lo primero que los muchachos me contaron. Una lástima –se mortificaban– poner tanta fe en quitar al otro tirano, a Mecach, para elegir a la teniente, y no pararse a pensar en cuál convenía.
Por lo visto, la teniente Mode no tuvo mejor ocurrencia que arruinar la única posibilidad de salir vivos de este maldito planeta destruyendo la V-50 en órbita. Por supuesto mataron a la teniente –quedé horrorizado ante la franqueza con que me lo revelaban– y, a continuación, se hicieron con el control de la nave. Pero la maldita oficial, contando con Peps, –siguieron contándome– antes de morir logró su objetivo. La nodriza, única escapatoria hacia la Tierra, es un montón de cachitos minúsculos en órbita.
No añadieron más a su relato aquel rebaño de tripulantes. Los contemplé impávido y sin creerme todavía lo que acababa de oír. Ellos me miraban como esperando que sacara de la manga un crucero interestelar. Y yo no sabía si todavía les parecía poca la ración de motines que llevaban.
Desde entonces no hay nada por hacer. Sin trasporte, sin comunicación, sin medios de subsistencia y, encima, desapareciendo de poco en poco, qué remedio cabe: "que cada uno se encomiende a su ánimo por que del planeta no saldremos nunca", eso fue lo que les dije. No puedo quejarme: no se me enfrentaron.
Lo que sucedió no se desvió un milímetro de lo que había pronosticado. Las desapariciones nos mermaron; hombre, algunos dieron la campanada y acortaron por el camino de en medio, suicidándose. Los demás, sumisos, aceptamos lo que hay.
El capitán permanece encerrado en su prisión –y en ello no me ha de envidiar, pues yo también lo estoy en la base–. Vivo como si él ya la hubiera palmado pues hace días que no lo veo ni le llevo su rancho, pero el tío aguanta y aguanta vivo. Le oigo gritar como un energúmeno, se queja todo el día de molestias en la cabeza. Creo que habla con alguien. ¡Pobre diablo! Pobres diablos los dos. Me pregunto quién desaparecerá antes, él o yo. Prefiero serlo yo; total para lo que le importaría a él, de loco que está. Aunque si le tocara antes, no le echaría ni un pensamiento tampoco. Estamos tan centrados en lo nuestro que no nos entretiene ni el mal ajeno. Si al menos conociera, le pediría que nos matáramos recíprocamente, pero ni para eso vale».

Creo que ya no hay nadie en la estación. Aún hacía algún ruido de vez en cuando el muchacho ese, el alférez Olo. Pero desde hace unas horas no nos llega ni mu. Seguro que le ha pasado factura la manía de este planeta por hacer desaparecer a todo bicho.
Si es que me lo estaba temiendo. Tan solo el capitán y yo en toda la nave, y seguro que también en todo este asco de planeta. No sé si él lo sabe, como está tan mal...
La voz que lo atormenta ha vencido a su entendimiento; aunque aún le llegan oleadas sueltas de lucidez, lo que es peor pues una rabia le coge y la emprende a cabezadas contra la pared, que no pararía de cascarse si no se desmayara. Yo en esos casos me quedo mirándolo abobado aunque, ¡maldita sea si a mí me duele menos! De cada sesión de frontón no le perdonará a él la jaqueca, que lo que es a mí puedo asegurar que tampoco. Se quiere matar y más me mata a mí. Lo que será el compadecer a alguien de verdad.
Yo creo que se torció desde que le apartaron de jefe. Yo no entiendo mucho de eso pero me imagino que para una persona acostumbrada a mangonear, perder el mando así tan a lo tonto, por un motín, no debe de ser muy saludable. Será como perder una parte de sí o como si le birlaran su razón de ser, parecido a quedarse sin alma. Y es que, al igual que pide le saquen la voz esa de dentro, también se desgañita por que le devuelvan la jefatura de la nave. Mala cosa esto, pues es tarde para que alguien obedezca salvo yo, claro.
Al final los chicos decidieron destruir la nave nodriza. Les costó lo suyo pues por gritos no nos faltó ración, y golpes y disparos. Tras la violencia, el pepinazo y adiós V-50. Así de simple. De un quiero y lo hago. ¿Entonces los que esperábamos volver, qué? Pues nos aguantamos y morimos aquí. Así de sencillo.
Me desespero. ¿Que obedecieron a la teniente?, es que eran tontos. Si no hacemos por nuestra salvación entonces a qué jugamos. ¿A algún ideal? El ideal es nuestro pellejo. No hay otra cosa por encima y si la hay es que no lo está.
No sé si tiene algo que ver la de veces que repetía la teniente lo de sacrificarse por la Tierra o algo así de absurdo. Sacrificio, sacrificio, gritaba hasta la ronquera como si eso fuera muy importante. Desde luego si de ello viene la voladura de la nodriza más les hubiera valido que se comieran su sacrificio y me dejaran volver a mí, aunque fuera solo.

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