miércoles, 7 de julio de 2010

El Planeta Gris 12/12

–Ya sabes, Uggggggllll, que la misión era de ida. No podemos sacarte de ese cuerpo. Estás atado hasta que se consuma y tú puedas liberarte.
–Por favor, no me dejéis con él. No lo quiero seguir teniendo dentro de mí.
–Te equivocas. Eres tú el que estás en él, en el sargento Neno, en concreto te infiltraste a través de los pulmones, y, desde allí, navegaste hasta su cerebro, el cual controlas. Pero el humano no se entera de que está poseído por ti. Solo oye y ve la imagen que, manejando sus neuronas, le presentas de ti mismo, pero el tipo la toma por real. De hecho, ahora piensa que hay dos personas en esta celda, él y tú. Cuando, en realidad, solo hay una, él. Pues tú estás en su interior.
–Liberadme, os digo, de ese bobo. Yo os traje a los humanos y sus naves. Yo me sacrifiqué, lo di todo. Y no sabéis lo que me ha supuesto. Soportar durante años terrestres su sentido del humor, tan ligero, tan descarado. Y lo peor, no puedo dar vueltas. Me mareo, encerrado en esta carcasa de carne, que se desencaja si hago un torbellino. Ahora sacadme esa voz o me volveré loco.
El trastornado capitán Mecach, seudónimo terrestre de Uggggggllll, usurpador del cuerpo de Neno, se abalanzó sobre la pared dispuesto a agarrar a alguien. Pero sólo se dio de frente con ella. Y del topetazo cayó al suelo conmocionado.
–Majestad. Está sufriendo. Perderá el juicio en pocos días. Deberíamos dormirlo hasta que el humano al que posee muera. Así será más fácil para él.
–Sea, narcotizadlo. La técnica de la posesión de cuerpos es muy complicada y no la dominamos del todo. Uggggggllll siguió todos los pasos para apoderarse del cuerpo del sargento Neno. Luego, en ese cuerpo humano, falsificó una carrera militar bajo la identidad de capitán Mecach. Pero la usurpación produce efectos que desconocemos. De algún modo Neno debe de seguir ahí dentro, aunque no lo detectemos.
»Hay en esto una dificultad nada despreciable. No atenderla sería posible, pero reñido con la virtud de un buen creyente. Uggggggllll sucumbe bajo la debilidad de un cuerpo material, se estrella ante la inconsistencia del organismo de un humano. ¿Por qué un cuerpo gaseoso como somos nosotros no puede dominar completamente a uno material como el del sargento Neno? El gas siempre es superior al estado sólido: esa es la principal enseñanza de nuestro demiurgo, la que nos ha transmitido la iglesia a lo largo de los siglos. Si ahora un simple humano, que es todo cuerpo, se resiste a caer sojuzgado bajo la más perfecta consistencia aérea de uno de los nuestros es que hay algo contrario a la fe jugando aquí. La casta sacerdotal habrá de reunirse para encontrarle solución.
–¿Y si no la hubiera? –le interpeló un súbdito.
–No, no pienses así que durarás poco –le reconvino con suavidad el rey alienígena–. Lo que pasa es que no comprendemos bien. Tú dices que nuestro demiurgo es limitado, que se le plantean imposibles. Yerras al pensar así. Él no tiene obstáculos, pero nosotros no vemos la totalidad como él la ve. Por ello si creemos hallarnos ante contradicciones eso es porque estamos mal situados, o no entendemos, o se nos pasa un detalle importante. La realidad ha de darnos el síntoma del problema y debemos obrar para salvaguardar nuestro culto, pues realidad y demiurgo son lo mismo. Por lo tanto, ¿que el escollo consiste en que la doctrina se opone a la realidad? Sólo hace falta darle vueltas al problema en un concilio. Los padres proveerán una acertada solución para que lo formal no encarcele lo importante que es nuestro dios.
El rey se apartó un momento de sus ministros para reflexionar sobre los acontecimientos de los últimos días.
«La misión ha sido un fracaso. Hemos subestimado a los humanos, más inteligentes de lo que pensábamos, y más miserables también. Tan solo una de las tres nodrizas vino con suficientes reservas para el viaje de vuelta. Eso reducía nuestras posibilidades de llevar adelante el plan, pues únicamente la V-50 podía sernos de utilidad. Intentamos tomarla dos veces y en ambas todo acabó en la muerte de los nuestros. En la primera, entramos, aprovechando nuestra invisibilidad, en el vehículo de trasbordo que nuestro Mecach envió. Allí los nuestros cerraron las comunicaciones con la base One. Luego —y ese fue el error— mis súbditos trataron de eliminar a los tripulantes humanos. Por qué no esperaron a que el trasporte se acoplara con la nodriza, eso hubiera sido lo ideal. Viéndose perder el vehículo, los humanos decidieron autodestruirlo, prefirieron inmolarse a ceder. Pude escuchar, gracias a nuestra sensibilidad telepática, el gemido de muerte de mis hermanos arrasados por la explosión.
»Con el segundo intento, tratamos de corregir el defecto de impaciencia que nos traicionó en el primero. Nos abstuvimos de tomar a la fuerza el vehículo de trasbordo de la base Megatre. Todo fue bien. Nos acoplamos a la nodriza de ellos, a la Final, y allí, calladitos y escondidos en los tubos de ventilación, los nuestros esperaron a que se produjera el abordaje a la V-50. Esos de Megatre ni tenían combustible para volver a la Tierra, ni tenían escrúpulos para acabar con la tripulación abordada. Pero alguien destruyó a la Final y, con ella, a nuestra gente. Si llegamos a tener éxito en uno u otro caso, si los nuestros hubieran tomado la V-50, la habrían dirigido hacia la Tierra para invadirla. Lástima.
»Otro detalle que mejorar tiene que ver con nuestra red viva neuronal que mantiene unidos nuestros cerebros. El dolor que soportamos por la muerte de los nuestros nos desequilibra, aún a pesar de la distancia. Por ahí casi descubren a Uggggggllll. No pudo disimular el duelo por los suyos muertos en la Final. Lo que confundió a la tripulación que mandaba bajo su forma humana de capitán Mecach. Se malquistaron con él. Algo que, a efectos prácticos, no nos benefició.
»Pero con lo que no contaba era con la agudeza de estos humanos. Esa condenada teniente, que lo intuyó todo. No solamente detectó nuestra presencia –gritaba "los remolinos, los remolinos", refiriéndose a nosotros la muy astuta– sino que, además, se comportó como si hubiera adivinado las intenciones que teníamos de hacernos con un trasporte para ir a la Tierra. Prefirió sacrificar su única vía de escape, la V-50, a permitir que la usáramos. Se salió con la suya y nos ha arruinado el plan para invadir su planeta: la sagrada Tierra, el suelo bendito donde nuestro demiurgo creó el aire y de allí lo propagó al resto de mundos del universo. El lugar más venerado de todas las galaxias. Allá donde sólo los más puros de nuestra casta sacerdotal tienen derecho a habitar. Ningún ser de materia debería manchar con sus moléculas la santa atmósfera del planeta azul. Ni animales, ni plantas, ni nada de nada, solo el puro aire, limpio de ponzoñosa miasma corpórea debiera morarlo. Por ello el fin de todos los seres terrícolas, blasfemos y malditos, tiene que ser la consunción en el vacío. La absoluta falta de aire, en que ninguna posibilidad de vida pueda pensarse, ha de ser el destino de la materia orgánica que ahora coloniza el hogar del paraíso. Una tarea larga y agotadora.
»Una vez dueños del planeta azul, nuestra misión será llevar el sagrado aire a otros mundos. Aunque no lo quieran lo aceptarán por la fuerza. El universo entero ha de rendirse ante la majestad de nuestro demiurgo y su gran obra, siendo yo llamado a ser el artífice supremo de esta empresa conquistadora. El destino se abre ante mi vista diáfano y bendecido: seré el gran emperador del universo».
-Menos mal que aún nos quedan unos cuantos compañeros, en la Tierra, de la primera misión –continuó el rey dirigiéndose, ya de viva voz, a sus ministros–. No les digáis cómo ha terminado Uggggggllll. Sólo que ha fracasado y que deben encarnarse en un humano para venir aquí. Y que sea en la agencia a la que pertenecía Mecach.
–¡Majestad, ha ocurrido una catástrofe! Estos humanos enviaron una señal a su planeta. Debía de ser algo convenido, pues inmediatamente se produjo el inicio de un ataque nuclear. El planeta sagrado es un erial atómico. Nadie ha sobrevivido a la conflagración, ni siquiera los nuestros. El propio aire está muerto –vino, echando relámpagos, otro ministro.
«Cómo, ¿y la conquista?» –reflexionó el rey. Y sin pensárselo, añadió –¡que reúnan un concilio!

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