domingo, 7 de abril de 2013

Diálogo imposible 3/4

Yo, como te imaginarás por mis simpatías antirreformistas, me hallo mucho más cerca de las razones del desconocido que de las de Gallardo. Pero quiero desaparecer de esta misiva para seguir contándote, sin influencias por mi parte, lo que siguió, que fue, nuevamente, el turno del desconocido:

Sí, por fin llegamos a Napoleón. Un enemigo para los verdaderos patriotas.
Algunos aquí deben tener dudas sobre el lado en que militar, porque no lo dudéis él es el jefe de todos esos nuevos filósofos, de esos charlatanes. Bonaparte es fruto, resultado y producto de todas las especulaciones y operaciones más sublimes de la filosofía. Bajo su mando de terror tendremos que darnos prisa en admitir las doctrinas de esos nuevos regeneradores. Recibamos, pues, bajo su férula, las ideas liberales, derroquemos el fanatismo, miremos con horror la superstición, purifiquemos y reformemos la religión, abatamos el despotismo, y bla, bla, bla.

Me pareció intuir que Gallardo, como si preso de una repentina cólera, quiso darse la vuelta para enfrentarse a su interlocutor. En vez de eso, dando una gran voz, el bibliotecario le contestó de esta manera:

En realidad mi adversario habla así porque lo confunde todo. De sus posesiones lo despojan las bayonetas francesas. De sus esperanzas los políticos liberales que él llama filósofos. De aquí que franceses y liberales, para él y los suyos, sean todos unos. Como ante los primeros capitularon, han creído asegurar mejor el golpe tirando a los liberales. Y así contra estos últimos descargan toda su furia.
¿Queréis una aclaración en toda regla respecto a Bonaparte? Muy bien, yo os la daré. Dice mi contradictor que es nuestro líder. Se engaña o, peor, os engaña. No me atrevo a celebrar como virtud el fraude piadoso con que mi adversario, suponiendo enemigos de Dios a los filósofos (porque no lo olvidéis lo son de él), trata de hacerlos odiosos delatándolos al pueblo por discípulos de Napoleón. Pero yo os digo algo. Llamar jefe de los filósofos a Bonaparte es como llamar a un lobo jefe de las ovejas, o sea, insultar con amargos sarcasmos a la filosofía y a la humanidad. La doctrina de Napoleón no está en los libros de filosofía. Muy al contrario, en ellos no hay página que no sea una reprobación de los pensamientos, palabras y acciones de este tirano.

No creas que ni entonces calló la boca el desconocido antiliberal, sino que, poseído por un espíritu animoso del que se sabe en el lado de la razón, así continuó:

Ahora lo confundimos todo, dice este hombre. Desde luego, estos filósofos, ensoberbecidos ellos, nos deben tomar por tontos. Insisten en nuestra estupidez como si nuestros estudios y títulos académicos nada valieran. Es más, se mofan de ellos, preciados de que su verdad es la verdad. ¿Qué diríais si yo os dijera que después de setenta siglos de tanto discurrir, se han ido todos nuestros antepasados al otro mundo, tan ignorantes como el día que nacieron? Que los hombres de tantas naciones, después de haberse debanado los sesos, después de haber estudiado y escrito tanto, nada han sabido hasta este feliz momento en que han aparecido al mundo estos nuevos filósofos. Seguramente, contestaríais indignados que no puede ser. Y claro que no.
Nosotros no nos perdemos en la confusión en la que nos quieren. Sabemos qué se proponen esos sofistas del nuevo conocimiento. Sus ideas, que son las ideas liberales, vienen a decir que no había necesidad de perder el tiempo en la fe de nuestros padres, que el juramento de conservar la religión católica se cumplía con echar abajo la Inquisición.
Pues bien, queridos míos, a esto hay que responder que de los doce millones de almas, que comprende la España, los diez millones ochocientos mil y pico largo, queremos que el Santo Oficio se conserve. Lo que pasa es que aunque la nación lo quiere, ellos, los liberales, parece que lo detestan. ¿Y solo porque se les antoje anularemos el tribunal de la fe? Despotismo.

Me atrevo a especular, a partir de la inoportuna carraspera que le sobrevino a nuestra común amiga, alguna incierta sensibilidad de su parte contra el sagrado tribunal (tú lo calificarías de nefando). Esto puede representar para mí algún inconveniente. Ya sabes que pretendo ganarme el pan en el servicio al inquisidor de mi ciudad, y necesito a mi lado a una mujer que me apoye, no que tosa a la sola mención del Santo Oficio. Reconozco que esto te puede conceder alguna ventaja en la particular carrera que sostenemos los dos por su amor. Pero no te alegres prematuramente, que en las dificultades me crezco.
Y no creas, que no me despisto. Ahora vino el turno de Gallardo, el liberal, quien, como imaginarás, no sufriendo callado esta defensa del insigne tribunal de la fe, se despachó como sigue:

Ellos no quieren que pensemos. Más aún, se han arrogado del pensamiento, expidiendo de su mano las licencias de pensar, negándoselas a los que no fueran ángeles de su coro y acusando de todas las calamidades a los liberales. Una enorme injusticia cuando, desde Torquemada, el español que quisiera pensar tenía que encerrarse debajo de cien cerrojos, y aún no estaba seguro de los esbirros del despotismo espiritual.

Acabado su parlamento, Gallardo bebió un sorbito de agua de un vaso. Adivina qué bella joven se lo tendió. Sí, ella. Quizá te enternezca, puede que sí. Yo lo deploro, en cambio. Tan distintos tú y yo, tan iguales. Somos casi hermanos desde niños, y si la tierna edad pudo disimular nuestros desafectos, estos levantaron una barrera insoslayable en cuanto la juventud los evidenció. Pero solo nos alejamos por ideas, que no de sentimientos. De lo cual da fe el hecho de que, llegado el momento de poner la vista en una mujer, y aun rivales políticos y todo, nuestro corazón ha elegido a la misma dama. Lo cual, si cabe, me empuja a ejercer esta función de notario con más perfección. Solo datos. Con todo lo que ya llevo descrito, no dirás que, a pesar de mi interés en el tema, estoy tergiversando algo para indisponerte con ella. Pero dejo ya este excurso, y me centro en lo que el desconocido habló entonces. Un tema muy querido por ti, por cierto:

Porque ¿qué es la libertad para estos nuevos filósofos? Pues consiste en decir, hacer, pensar, escribir e imprimir libremente sin freno ni sujeción a ley alguna todo lo que les dé la gana, tener derecho a ser católico, deísta, ateísta, moro, judío, sin que nadie les estorbe.

Dios que hizo al hombre racional y sensible y no piedra dura, le crió para vivir, no para existir solamente. Y ¿qué es vivir sino ejercer con toda la plenitud posible las facultades de que el cielo nos dotó? Alma y potencias nos dio el Criador para discurrir, bien que con peligro de errar. De libre albedrío nos dotó, porque nuestros aciertos quiso que fuesen meritorios, y más aceptas nuestras buenas obras.

-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Fuente: ningún diálogo en cursiva o subrayado de esta anotación y de la que sigue me pertenece. Están tomados de las obras que se referirán en Diálogo imposible 4/4.

4 comentarios:

  1. Sigue mi curiosidad sobre qué relación tienen esos dos hombres que mantienen una relación epistolar. Amigos desde la infancia y en cambio tan distintos.
    Buenos oradores con opiniones opuestas. Bien, pero ¿cómo era ese país? ¿cuál su alma? Cada uno da un visión interesada.
    Bien, a ver cómo se resuelve.
    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bueno, la verdad es que no he querido hacer un cuentecillo. Solo quería, usando de pretexto estas citas, traer un tantico de aquella época.

      "¿Cuál su alma?"
      Buenas preguntas. Es como si aquel fuera un país sin un alma, sino dos. Como si hubiera algo que no terminase de asentar. La desconfianza es como una membrana impermeable a la ósmosis entre las distintas almas del país. Sencillamente, unas habitan con otras, pero no terminan de sustanciarse en nada.

      Eliminar
  2. En aquella época se pusieron en debate muchas de las cosas que hoy nos construyen como sociedad. Tus diálogos imposibles lo resaltan.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es lo que me parecía mientras leía aquello. Cómo se puede construir algo con visos de permanencia si no casan unos elementos con otros. Me sentía cada vez más apenado leyendo las cosas que decía esta gente. Para llorar. Sobre todo teniendo como horizonte nuestro siglo XX.

      Eliminar