miércoles, 2 de febrero de 2011

El bosque de los ogros 23/25

Realmente, a Mun no le supuso ninguna sorpresa escuchar en un lugar tan solitario aquella voz quebrada. Por eso el muchacho no hizo ningún movimiento brusco, confiando en la actitud serena de su compañera.
Una personica muy rechoncha y de acogedora sonrisa los esperaba entre dos columnas naturales, al fondo, en donde un túnel horadaba la pétrea pared. Mientras se acercaban a la mujer, el ruido del agua se volvía más fragoroso, pues por aquella abertura, manaba desgreñada la corriente subterránea, abultándose en contorsiones de atleta.
Mun no dudó en hablar a la desconocida con la confianza de alguien muy allegado: –Galbrai me atacó. Quería el frasco, mi frasco.
–Oh, Muniela, –gimió la mujercica ignorando la queja de la joven– lo siento. Yo no pude hacer nada –la pequeña dama tomó a Mun en un abrazo lleno de dolor.
–¿Por qué no te opusiste a esa matanza? ¿No sois todas vosotras iguales en poder?
–Sabes que no. Las habilidades nos separan. Es como en vuestro mundo con la riqueza. En el nuestro es la magia lo que establece las jerarquías. Galbrai se alzó, junto con unas cuantas, por la corona de las brujas. Tu tía, mientras reinó, barruntando la ambición de Galbrai y de las "agresivas", no les concedió nunca protagonismo alguno, más bien las apartó de su lado. Pero cuando nuestra reina murió a manos de tu gente, Galbrai aprovechó para convertir la última reunión de las brujas en un clamor por la venganza, logrando arrastrar a su causa a aquellas de nosotras dotadas con los poderes más útiles para destruir. En cambio, yo y otras que no tenemos ninguna habilidad bélica fuimos ignoradas. Al fin y al cabo no servimos para matar.
»En vuestro mundo, los tiempos de guerra son de los soldados. Ellos se alzan con el poder. Así nos ha sucedido. Las magias de lucha han ascendido a la jefatura de nuestra orden. A las poseedoras de tales dones las llamamos "las agresivas", y Galbrai las dirige.
–Pero no había brujas en el ataque.
–No niña, no hace falta. Galbrai y sus aliadas sugirieron en las débiles mentes de los ogros la idea de acabar con vosotros y cómo hacerlo.
La muchacha había visto el genocidio de su pueblo y el dolor no admitía disculpas: –No os perdono a ninguna. Os considero responsables.
La pequeña mujeruca se contrajo sufriendo en silencio la acusación. De pronto una vocecita de niña irrumpió en aquel inhóspito lugar. Tan inverosímil fue, que los dos chicos se sobresaltaron intuyendo que había algún truco detrás. Pero en absoluto lo había, pues, inmediatamente, escucharon el ruido sutil de pasos, y, ante las miradas incrédulas de ambos muchachos, fueron apareciendo las menudas figuras de varios niños que se arremolinaron alrededor de la vieja mujer en una clara actitud de buscar su protección. Los dos jóvenes retrocedieron anonadados. Los niños se habían abrazado a la bruja, y esta alargó los brazos para acogerlos a todos.
–Pero, ¿quiénes...? –a Mun no le dio tiempo a terminar la pregunta pues al instante lo supo.
–Pertenecen a tu pueblo, sí –la vieja acariciaba a las pequeñas (que todas eran niñas) con cariño y estas, ya cogiendo confianza con los dos extraños, empezaron a acercarse a Mun y a Lus para tocarlos y mirarlos de cerca.
Mun preguntó a una niña que osó tirar del extremo de su saya: –¿quién te ha traído aquí?
La niña se encogió de hombros de una manera muy graciosa: –mis papás –contestó como si fuera la cosa más evidente del mundo.
Mun la levantó en brazos, luego elevó la mirada hacia la bruja en demanda de explicaciones.
–Sabes que no funciona a la fuerza. La magia no es así. Sólo se manifiesta en libertad. Y, por otra parte, si no las enseñáramos nosotras, estas niñas jamás desarrollarían su poder, sino que permanecería enquistado para siempre. Una potencia cerrada sobre sí misma, sin capacidad para florecer, ni para ser extirpada.
–No entiendo nada, Kerta –nombró Mun por su nombre a la anciana.
–Verás, niña. En realidad esto es como un colegio. Vienen por la mañana, de la mano de sus padres, y luego vuelven a su casa. Aquí cultivamos y enseñamos a hacer uso del poder. Es como enseñar a leer, el principio de todo el desarrollo intelectual. Lo que hago con ellas es ayudar a que florezca su magia. Luego la desarrollarán durante su vida, pero si no pasan por mis manos no se manifestará nunca.
–Pero yo no sabía nada.
–Cuando los padres advierten el don hablan con nosotras.
–Mi madre nunca me previno. Es más, me inculcó la idea de que las brujas eran posesivas y carentes de escrúpulos.
La vieja bruja sonrió: –Tu tía te quería muchísimo. Pero las dos hermanas discutieron.
–¿Por qué?
–Eso ya pasó. Cada una defendió su punto de vista y a nosotros sólo nos corresponde guardar respeto por ambas mujeres.
–¿Fue a causa de mí?
Kerta ya había renunciado a la idea de tratar de mantener el orden. Las pequeñas brujitas, para entonces, estaban ya recuperando su buen humor, en paralelo a lo cual la luz en aquella caverna se había ido adueñando del espacio. Lus miraba atónito lo que las chiquillas andaban haciendo. Sus manitas iban tocando la roca, las columnas naturales, las estalagmitas, los nacarados. Allá donde las posaban un fulgor apagado empezaba a palpitar y, poco a poco, cogía fuerza, hasta acabar convirtiéndose en una fuente de luz. La vieja hechicera no contestó a Mun, sino que, solícita acarició el moño de una pequeña que no se separaba de su falda.
–No podemos volver a casa. Nos lo ha dicho la seño –dijo la niña a Mun.
–No, no podéis –balbuceó Muniela.
–Anda, Eloína, ve a hacer velas con los demás –la niña obedeció, algo renuente eso sí. –Estas niñas es todo lo que queda de tu pueblo. Permanecerán conmigo que soy la maestra hasta que su magia haya crecido. Después, ya se verá. Unas se harán, quizá, seguidoras de Galbrai y otras puede que no. Acaso, en un futuro, estas niñas que ahora juegan entre sí se conviertan en oponentes.
–¿Partidarias de Galbrai? ¿Cómo lo puedes permitir?
–Yo no lo haría. Pero Galbrai conoce la escuela y quiere seguidoras.
–Me opondría con todas mis fuerzas si pudiera –comentó con firmeza Mun.
–Mi niña, Galbrai te persigue. No debes quedarte, o ella te alcanzará.
–¿Y qué haremos?
–Galbrai quiere el frasco. Es más, yo también debería de reivindicarlo. Al fin y al cabo por ahí perdemos poder todas, también mis pequeñas aprendices. Es un poder imprescindible para hacernos invulnerables. Sin embargo, ese objeto te pertenece, te lo concedió una bruja, quizá la más poderosa que haya habido nunca. Galbrai será capaz de todo por recuperarlo. Y si tú no se lo quieres dar, cosa en la que estoy de acuerdo, entonces debéis huir lejos adonde no os alcance.
–Cédeselo –Lus intervino por vez primera.
–No. Jamás te desprendas del frasquito. Forma parte ya de ti de una forma que no te puedo explicar. No se trata de un objeto como parece, sino de un miembro más de tu cuerpo. Además, parte del alma de tu tía va en la decisión de hacerte ese regalo. Si renuncias a él, renuncias también a ella y sabes que os amaba. No la culpes por lo que Galbrai ha hecho con los tuyos.
–No pienso dárselo nunca –la expresión feroz de Mun dejó sin argumentos al chico.
–Pues entonces sólo te queda escapar.
–No lo lograremos –se quejó Lus. –Aquí, esa harpía está a sus anchas.
–Escaparéis por el aire. Yo misma os concederé el don. Pero tenéis que usarlo sólo para huir. Mi magia se debilita si ponéis voluntad de hacer daño. Y, al contrario, el don se refuerza en la necesidad.
Ambos jóvenes se miraron. Había que tomar una decisión.
–Ya te dije lo que pensaba –Lus alargó su brazo hacia la chica, como para reforzar el pensamiento. –He renunciado a vivir con los míos y quiero seguirte. Si te marchas iré contigo.
–¿Y si me quedo?
Ahora Lus no supo qué responder: –Pero aquí no hay tierras que cultivar, ni huertos, ni rebaños que apacentar. ¿Qué porvenir me espera?
Mun observó la desesperación en el rostro de Lus y suspiró: –está bien, ¿por dónde podemos salir sin peligro?

No había ningún movimiento sospechoso. Así que salieron de la caverna procurando darse prisa. Kerta los había conducido por el laberinto de pasadizos y cuevas subterráneas hasta aquella salida, alejada de la surgencia por la que entraron. Habían decidido marchar al sur, siguiendo el río. Aquella dirección los llevaría hacia los bosques húmedos junto al mar, en donde esperaban encontrar algún barco que los alejara para emprender una nueva vida, y quizá, nuevas aventuras lejos de Galbrai. Se despidieron de la menuda mujer y se internaron por el robledal.
No se trataba de un bosque de grandes pies, sino más bien de un renoval endiabladamente estorbón y denso de chaparros poco más altos que un hombre. Los dos jóvenes caminaban con dificultad, cercados de helechos y melojos que pugnaban por rebrotar en cualquier resquicio. Al lado norte divisaban las montañas y los bosques donde Mun había vivido hasta ahora. A todo ello tenían que dar la espalda si querían encontrarse con el mar.
No anduvieron mucho, antes de que se les echara encima la noche. Había sido una caminata muy dura, abriéndose camino entre las densas rañas y ninguno de los dos, sin decirse nada, contemplaba con simpatía la idea de sentarse a reponer fuerzas en las estrecheces de aquel sotobosque tan angustiosamente tupido. Por ello, nada más ver un exiguo claro que se les abrió en su avance, ambos coincidieron en elegirlo para descansar. Al menos no dormirían cautivos por la intrincada vegetación. No osaron encender fuego, pues se sabían todavía bajo la amenaza de Galbrai, y los poderes de una bruja llegan lejos.
Desde que se despidieran de la amistosa anciana, allá en la cueva, Mun no había soltado prenda. El muchacho ya empezaba a estar ansioso por escucharla, pues tanto silencio no presagiaba nada bueno. Además, tampoco estaba centrada en lo que hacía. Dejó caer el cuchillo y de no ser por Lus, quien lo recogió del suelo y se lo entregó, habría quedado allí.
–Gracias.
–Te has despistado. No estás atenta.
Para sorpresa de Lus, ella tenía lágrimas en los ojos.
–Baru siempre me andaba protegiendo de mis despistes. Ya ves, ahora sin ti, me habría quedado sin arma. No valgo para vivir sola.
–Erais muy amigos, ¿verdad?
–Siempre estábamos juntos, y habíamos hecho planes para seguir así.
–Yo nunca hice nada semejante. No tenía con quién, y por lo que veo no será en mi aldea.
–¿Y te importa?
–Creía que sí, que lo más importante era cumplir, como cualquier otro, con todos los pasos. ¿Sabes?, se supone que ahora me tocaba pasar por uno: el de la mayoría de edad. Es una tontería, simplemente una cena, una cena grande nada más. Te dan un puñado de tierra y te imponen el bastón del fundador. Luego uno debe buscar novia. Es un poco complicado pues no basta con encontrar una. Te obligan a solicitar formalmente a los padres y al consejo de ancianos el noviazgo. Claro, más adelante nos casan. Ahora todo eso ha quedado atrás y solo estamos yo y tú, y nadie más con quien comprometerme.
Mun no escuchaba. Absorta en el horizonte, parecía lejos de allí. –Esas niñas... No me lo puedo quitar de la cabeza.
–No me has escuchado, ¿verdad? –A lo que añadió, de mal humor– no sales de aquella cueva. No piensas en nuestro viaje al sur, sólo en las niñas.

2 comentarios:

  1. Buenos diálogos, compañero, y buena historia. Lo de la magia se me antoja como unas leyes y dimensiones que no entendemos, que somos incapaces de concebir. Me ha gustado esa explicación.
    "Salir volando". Aggg. Y ahora la protagonista se desmorona. En una historia, creo, las reacciones lógicas, humanas, son de agradecer y mucho.
    Saludos.

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  2. Ahí andamos, entre los meandros de la magia y los laberintos de los sentimientos. Gracias por tus palabras.

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