miércoles, 26 de enero de 2011

El bosque de los ogros 21/25

–Murieron más bien. Estaban allí, en medio, y el destino pasó por encima de ellos. No lo hubiera querido –de poco valía inferir de su gesto alguna lástima, de tan frívolo.
–Ya, claro, todo según el cristal en que se mire –observó con sarcasmo Mun.
–Por supuesto. Te empeñas en lo menudo pero no aprecias la totalidad.
–La justificación del tirano.
–Verás, pequeña, eso no es exactamente como dices, y cuidado que no trato de relativizar el hecho en sí. Éste es objetivo, en cambio el marco en que sucede no. Para tu pequeño mundo constituirá un crimen, para mí un paso más del plan. Entiendo que te enfades, pero tu perspectiva es sencillamente ridícula. Has de madurar para hacer juicios, no encerrarte en tu minúsculo rincón de realidad en donde, dejando a la apariencia tirar de ti, termines, agitada en manos de tus sentimientos sin horizonte, exigiéndome justicia –la bruja sonrió con suficiencia–. Por favor, no se trata aquí de justicia. Hay algo mucho más grande que la moralidad, algo más importante y que todavía, como veo, te pasa inadvertido. Desgraciadamente para los pequeños mundos personales de cada individuo cualquier movimiento de las grandes fuerzas puede implicar su fin. Qué le vamos a hacer, pero esas son cosas de la realidad y no de la moral. La moral es una desviación que se buscan todos los irrelevantes como tú para tratar de justificar la resistencia. Incluida la resistencia a nosotros los poderes fundamentales que actuamos sobre el mundo. La moral solo es una patraña subjetiva, nada parecido a un valor absoluto. Y la impotencia de tu reclamación no me conmueve. Más bien me das pena, de veras. Si os elevarais, aceptaríais el miserable lugar que os corresponde, pero olvido que vuestra estatura no os llega para eso. Por tanto será inútil tratar de convencerte de nada. Sencillamente lo negarás. Créeme, esas pequeñas cosas como sois tú, o tu pueblo, estáis aquí para callar, para sufrir y para servir de paisaje a nuestra existencia.
–Inténtalo, intenta explicarme –Muniela intervino, cortando el discurso de la bruja. Había un brillo de ansiedad por saber en su rostro, pero, al mismo tiempo, sus ojos delataban esa fuerza interior que refulgía cuando estaba segura de por qué no daría nunca su brazo a torcer. Lus sabía que la muchacha despreciaba a la bruja, mas ganar conocimiento del enemigo bien merecía echar un esfuerzo extra de contención.
Si bien confundida unos instantes, y, aunque escéptica respecto a la pedagogía en esta materia, la verdosa nigromante complació a la joven: –Las cosas son como son, pues la realidad nos coloca ante decisiones todas difíciles y hemos de desechar unas para elegir otras. No se trata de hacer el mal porque sí sino de sobrevivir. Y para lograrlo hace falta reunir poder. Pero este no es una cosa abstracta. Tiene nombre, se cuenta, se palpa, se ve. Así, vosotros necesitáis dinero, propiedades, relaciones para conseguirlo, no en vano el poder se sustenta, no es que se cree de la nada. Y a nosotras nos sucede exactamente lo mismo. Nuestra fuerza depende de algo también. Y debemos recuperarlo pues lo estamos perdiendo. La guerra secular con los devoradores nos lo exige.
Entonces Mun, horrorizada, se llevó la mano al frasquito de agua que colgaba de su cuello. El regalo de la antigua reina de las brujas. Un obsequio cuyo valor auténtico la sobrina de la antigua soberana hechicera no sospechó nunca.
–¿Qué quieres decir? –exclamó la joven.
–Observo que está vacío –la bruja sonrió sutilmente.
–Lo gasté en el salto.
–Los ogros no te podían ver, ni siquiera aquellos dos que te siguieron.
–Pero ellos iban detrás de mí.
–No, seguían una ilusión que les pusimos en sus cerebros de piedra. Respondieron al estímulo. Pero tú nunca corriste peligro. Nadie te hubiera disparado, ni golpeado, ni estorbado. Estabas a salvo.
–Entonces, lo que tenía que hacer era vaciar de poder el frasco –Mun abrió los ojos y tomó del vestido a la bruja empujándola. Lus, asustado por la violenta reacción de su compañera, la cogió de los hombros para separarla.
La bruja dio unos pasos hacia atrás, recuperando el equilibrio con la facilidad de una fiera salvaje.
–Tu tía cometió un grave error. Un error que pagó con su vida. Ese pequeño contenedor es tan letal para nosotras como una vía de agua para un barco. Por ahí es por donde perdemos parte de nuestra fuerza cuando apremiamos a nuestra magia. No somos invencibles, niña. Como has podido comprobar, los devoradores de túneles pueden abrir orificios y atravesarnos. Pero si vigilamos todas nuestras fugas, si logramos cerrarlas para que el poder no sufra pérdidas, somos invulnerables.
–Entonces, todo esto, esta carnicería, la habéis organizado para vaciar el frasco. Sólo era un escenario. Este inmenso asesinato no era más que un engaño –gritó llena de ira Mun levantando el frasco.
La bruja no dijo nada. Ni siquiera sostenía la mirada de la joven, sino que observaba el cielo con fatiga, como si le aburriera inmensamente la cháchara de Muniela.
–Mírame cuando te hablo –Mun alargó la mano para tirar del brazo de la hechicera.
–Es nuestra supervivencia –repuso la bruja, al mismo tiempo que su antebrazo se arqueaba, como si fuera una sierpe, esquivando así los dedos de la enfurecida Mun.
–No me vale. Habéis acabado con mi pueblo.
–Te iban a matar –levantó los hombros con indiferencia la bruja.
–Los habéis exterminado a todos –el llanto afloró en la chica, mareada por el recuerdo de aquellas hordas de salvajes ogros arrojando cuerpos desde lo alto de las viviendas-haya.
–Es igual, ya veo que no me escuchas. De todas formas, el frasco no contiene nada. Dámelo y lo restituiremos a su lugar, del que jamás debió salir.
Mun tornó a la realidad otra vez. Había oído a la bruja su exigencia, pero por nada del mundo se reduciría a acatar la voluntad de aquella repulsiva dama. Es más, se juró que haría lo posible por contrariarla.
–Jamás te lo daré, Galbrai –Lus, por fin, conoció el nombre de la poderosa bruja en las palabras llenas de rabia de Muniela.
–No importa, el frasco es casi inservible –respondió pausada la hechicera.
–"Casi" es más que nada. Si tanto diera, para qué molestarse. Habéis provocado el genocidio de mi pueblo, además, seguro que ayudasteis al rey impostor a quitarme de en medio en el bosque –Mun recordó con tristeza la muerte de Baru–, haciendo colaborar a los ogros.
–Eso del bosque no fue cosa nuestra –reflexionó Galbrai con cierto estupor, y, volviendo a recuperar su tema favorito, elevó el tono de voz con afán por investirse de autoridad: –Niña, por si no te habías dado cuenta, no nos interesan vuestras disputas. Eso es una minucia en comparación con lo que importa: la fuente de nuestro poder.
–No será tan minucia, si aquel devorador que iba con el rey me pidió en matrimonio. No me extrañaría que él tuviera intereses también en esto –Mun señalaba al frasquito.
–¿Él? –por fin Galbrai tuvo una explosión de nervios. Había asombro y alarma en su cara. Era la primera vez que Muniela lograba soliviantar a la bruja.
"Tiene miedo a que los devoradores se le adelanten", indujo la joven. Mun, entre perpleja por la explosiva reacción de la hechicera y contenta de haberla contrariado en algo, retrocedió lista para sacar el cuchillo. Galbrai no desesperó más sino que, actuando, aclaró sus intenciones homicidas. Su cuerpo esbelto y proporcionado empezó a fluctuar, a ondear como si fuera un gallardete, pero allí no soplaba nada de aire.
–Mun, el frasco –advirtió el chico que había permanecido agazapado a distancia de la poderosa bruja.
La joven observó que el pequeño recipiente, colgado de la gargantilla, emitía un brillo verdoso, cada vez más molesto a la vista. Era como si se estuviera volviendo a llenar.
–¿Y si lo rompiera? ¿Qué sucedería? –empezó a hablar Mun, haciendo cábalas sobre aquellos fenómenos incomprensibles para una lega en magia.
–Dales el frasco –imploró Lus, cada vez más asustado.
–No juegues con fuerzas que no comprendes y haz caso al chico –la voz de Galbrai iba y venía con el ritmo ondulante de su figura.
–Crees que tengo algo que perder pero te equivocas. Todo por lo que habría sido débil a tu amenaza lo perdí allá –ladró llena de furia la joven habitante del bosque señalando el lugar de la cruenta matanza.
La bruja, a todo esto, se había transformado en una imagen líquida de sí misma, todavía reconocible pero cada vez menos. Estaba perdiendo su parecido a un cuerpo físico íntegro, disolviéndose en un torrente, en una fuente que se iba escurriendo hacia el suelo. Sus miembros se alargaban, su rostro estirábase palpitando al paso de un impulso rítmico. Abandonaba toda solidez, convirtiéndose en un fluido que se vertía sobre la tierra en donde, ya líquida, su esencia, tras empapar el terreno, perdíase absorbida por éste.

2 comentarios:

  1. Me gusta como aquí y en el capítulo anterior presentas a esta (inesperada) bruja. Tan alejada de las pasiones y los hombres. No es miedo, es poder lo que tiene la mujer. Como si hoy apareciera un ser dotado de una tecnología que no comprendemos.
    La discusión me ha gustado, es casi filosófica, aunque no sé si a todo el mundo le va a gustar.

    El salto de la chica, por encima del espacio-tiempo, me ha parecido muy guapo.

    Bueno, ya falta menos. Lus. A ver cómo acaba éste, para mí, un superpersonaje.
    Saludos, Igor.
    (tengo problemas de conexión..)

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  2. Gracias por tu opinión. Sí, quizá se me haya escapado un poco de las manos el momento de la discusión entre las dos mujeres.
    Saludos

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