viernes, 14 de octubre de 2011

Colino y las arañas 12/29

La oficina a esa hora de la mañana sonaba a máquina perfecta. Ruido de teclas y vaivén de sillas rodantes, susurros pocos y fugaces, que ni a propósito para una biblioteca. Todo el mundo se movía con eficacia milimétrica sin perder tiempo en pasos casuales. Con depurada coreografía aquel compenetrado cuerpo de baile haría las delicias del más puntilloso administrador.
Colino disfrutaba durante esas dos primeras horas. Había tranquilidad, y nadie se acercaba a importunar. Además, no era cuestión de despreciar las posibilidades de evasión representadas por los grandes ventanales, hacia donde sus ojos echaban esporádicas miradas. Si bien su mesa no se apoyaba contra el vano, pues había dos filas de escritorios interpuestas, no obstante la altura del piso permitía contemplar una reparadora panorámica de los tejados del centro urbano. El sol tendido de invierno atravesaba de parte a parte la oficina arrollando con su pureza todo a su paso. A Colino tal avenida le lavaba el espíritu hasta sacar, incluso, brillo a sus pensamientos.
Un palmetazo en la espalda lo sacó bruscamente de la burbuja y una voz, nunca bienvenida por disponedora, disparó sus nervios. Era el jefe. El que trataba siempre de hacerse simpático, el que engañaba con sutiles halagos y sonrisas para colar alguna tarea estúpida. Su espíritu risueño a esa hora de la mañana no presagiaba nada bueno.
–La policía está preguntando por ti, Colino. Es por lo de la muerte de Carmina, pero no te asustes, que el asunto no es solo contigo. Van a interrogar a todos. Será mejor que vengas a mi despacho, machote –la expresión del tipo, de exultante alegría, transparentaba el alborozo con que ejercía la función de mensajero. Los agentes le habían comentado, la víspera, que se pasarían para llevar a cabo una serie de interrogatorios entre el personal. Lo que no se esperaban fue la actitud tan dispuesta del jefe de Colino, quien no dudó en poner su propio despacho e incluso su persona al servicio de los funcionarios policiales.
  –No, no, faltaría más –se opuso el tipo a que usaran cualquier otra dependencia–, no permitiré que mi personal se alarme. Imagínense qué revuelo se armaría si ustedes fueran por ahí llamando. Me dicen a quién quieren preguntar y yo se lo traigo.
Y dicho y hecho, el jefe fue a por Colino, el primero de la lista. Venía, con él detrás, casi como si custodiara a un detenido. Una vez rendida su misión ante la autoridad y, pensándose parte del dispositivo, se sentó en una silla para asistir al cuestionario. Ahí se torcería todo. Entusiasmo y colaboración se disiparon rápidamente en cuanto la policía lo echó al pasillo. Entonces empezó a quejarse del mucho trabajo, el poco tiempo, sus graves compromisos de dirección y, claro, a todo esto el despacho convertido en sucursal de la jefatura.
Los agentes comprendieron la inutilidad de oponerse a la pretensión y cambiaron de sitio su sala de interrogatorios. Se allanaron a lo que les ofrecieron: un cubículo interior, caluroso, sin ventanas, como la antesala de una prisión. Se trataba del garito donde al personal de limpieza se le había sepultado, contraviniendo las más elementales prevenciones del sentido común. Allí se hermanaban los productos más corrosivos y olores irrespirables con la ropa de calle de los trabajadores. La policía hubo de mirar a otro lado para no denunciar a las autoridades sanitarias el despropósito.

4 comentarios:

  1. Otro paso hacia alguna dirección. Un paso que más parece de los mundos de Kafka que cualquier otra cosa. Hay algo que me gusta, que algunos autores usan. La mezcla de poética e ironía. O así lo he interpretado en el arranque. El sol, la tranquilidad, la danza de los oficinistas... Y la realidad, que llega en forma de palmada.
    Me voy corriendo al siguiente.

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  2. A veces, en el trabajo, parecemos un cuerpo de ballet. Aunque, por supuesto, es broma.

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  3. "...donde a la gente de limpieza se "la" había sepultado...". No estoy seguro, pero creo que es laísmo.

    Y sol, en ese contexto, también pienso que sería con minúscula.

    Ahí vamos.

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    1. Gracias, lo del sol es así. Y en cuanto a lo otro igual, que he preferido tocar un poquito porque me sonaba raro.

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