viernes, 4 de noviembre de 2011

Colino y las arañas 19/29

Dana quedó aturdida. Había estado a punto de escapar a toda velocidad calle abajo. Sin embargo, a la sola mención del personaje que las acogiera a ella misma, en la niñez, y a su madre, olvidó por completo su intención. Cómo iba a ignorar los felices años vividos en la casa del alquimista. Allí no tuvo nunca temor, y su madre le prodigó todo el cariño que una niña demandaba. Nada se podría parecer más a vivir en un paraíso donde no tenía que esconderse de nadie. El alquimista conocía su secreto y, mientras ambas gozaron de su hospitalidad, jamás hubo en él susto de verlas a las dos, por la casa, en su forma arácnida. Es más, fue el primero y último ser humano que la acarició, a pesar de las ocho patitas y su lanosidad marrón oscura, o de esos ojos compuestos a cuya contemplación los pocos hombres testigos respondían con espasmos y gritos inhumanos.
―¿Quién dices? ―Dana era desconfiada.
Jiménez se quitó el sombrero con toda la parsimonia. Su ralo pelo blanco apenas recrecía en aquel cráneo alargado de melón. Bajo la nariz chata de gorila su boca esbozó una sonrisa, más en potencia que en acto, que mostraba discretamente la alegría por el encuentro. Solo en potencia. Demasiados sinsabores como para olvidarlos de golpe. Dana echó de menos el mostacho a la moda en aquella época, que nada estorbaba a los abrazos que le diera de cría. En general, salvo por la pesadumbre que mostraba su rostro, no habría mayor diferencia. Sin embargo, algo en su fisonomía sí ponía un brusco punto y a parte a lo que fue el carácter de aquella cara risueña: el ojo derecho se hallaba cruzado por una gran cicatriz que ensombrecía el gesto. No obstante, la terrible marca en la faz no llegaba a descomponer el amor que profesaba su mirada. La mujer supo reconocer al instante a su querido alquimista.
―Es un truco. El sombrero cambia mis facciones ―explicó el policía.
―Creí que te..., que te mataron ―le costó a Dana pronunciarlo.
―Un golpe de hacha debería de haberlo hecho ―dijo el hombre señalando la vieja herida en el ojo. ―Estuve inconsciente..., tal vez durante varias horas o días, no sé ―como ambos tomaron asiento en una cafetería, la camarera acudiendo, interrumpió al agente. Después de tomar la comanda, la empleada les volvió a dejar solos, y el policía prosiguió: ―siento mucho lo que le pasó a ella.
Ambos se miraron. Dana se había creído siempre heredera exclusiva de todo el dolor por la muerte de su madre. Se equivocaba. El alquimista no era una fingida máscara de compasión. Su semblante delataba la tristeza de un hombre afligido, que en aquel aciago día había perdido algo tan íntimo, tan enraizado, que le ganaba el derecho a compartir, con la hija, el duelo por el recuerdo de la madre-araña.
―Te seguí el rastro durante un tiempo.
Al principio, la pequeña Dana, sola y sin nadie que le enseñara, erró sin objetivo. Su pista se hallaba sembrada de leyendas de la niña-monstruo que aterrorizaba a la chiquillería. Era fácil seguir su presencia. Con los años, la joven supo ser más cauta y camufló con la inteligencia de la lección aprendida, más a palos que a besos, su extraordinaria condición mestiza. Cada vez era más difícil de rastrear su paso.
―Llegué a un punto muerto. Te perdí.
A Jiménez se le enturbió la voz al recordar ese momento del pasado. La ausencia de todo indicio de la pequeña Dana solo tuvo, para él, una explicación: la captura. No la creía suficientemente preparada para enfrentarse a los hombres y su realidad, tan implacable como contradictoria. En aquel mismo instante en que, aturdido, no supo qué camino coger, sufrió un derrumbamiento moral que duró mucho tiempo. Años le costó superar la pérdida de ambos seres, madre e hija. Cuando, por fin, recompuso su voluntad de sobrevivir ya no cabía sino hacerse un sitio y aguantar lo que le tocara.
―Ahora estás aquí, y quiero recuperarte ―no cabía la menor duda sobre los sentimientos desbordados por el reencuentro con que el inspector se expresaba.
―Pero yo estoy atada a Colino. Sin él no estarías hablándome ahora. Al alquimista se le ensombreció el rostro.

4 comentarios:

  1. Dos hombres para una sola Dana. Terrible.
    Magistral este arranque. Los adjetivos, el flashback, la riqueza de con poco explicar o conseguir imaginar mucho.
    Y el giro argumental, totalmente inesperado. De nuevo.Y el cómo la niña mestiza sobrevive a todo, en unas pocas líneas.
    La olla mágica hierve con fuerza. A ver el siguiente capítulo.

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  2. Sí, ya están planteadas las cosas. A ver cómo tira esto.

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  3. Que giro con este protagonista sospeche algo en el anterior, pero nada donde la llegas. Esperaremos como continua. Me tienes atrapada. Un abrazo

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  4. Sí, quizá un poco demasiado brusco el giro. Habré bordeado el artificio, entonces.
    Gracias por pasarte

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