jueves, 6 de octubre de 2011

Colino y las arañas 10/29

―Yo no entendí el porqué. Tan sólo era una niña ―la voz de la mujer sonaba quebradiza. ―¿Crees que no lo fui? Yo tuve mi casa de muñecas, mis juguetes, mis cosas..., y a mi madre. Una vez viví sin temer pues ya había alguien que velaba.
La mujer tomó aliento sin desaprovechar la oportunidad para estudiar a Colino. Ella sabía del ascendiente de su voz sobre él, y aunque ahora no aparentara reconocerlo los signos no engañaban: Colino había dejado de mirar con los ojos al periódico y únicamente escuchaba.
 ―Y no dudes que había razones para cuidar de una criatura como yo. Los hombres me hubieran maltratado. Viví mi niñez escondida de vosotros, en la casa de un ser humano único, el más bondadoso que he conocido. No le conocí nombre alguno, todos le llamábamos el Alquimista. Pero aquel aislamiento era en sí mismo un imposible. Nada se resiste a la inconsistencia con el mundo. Y yo era esa inconsistencia. Llegó el día en que la realidad llamó a la puerta. Hubo un incendio, no sé si provocado o no. El caso es que, al mismo tiempo que las llamas se extendían, la gente del pueblo se rebeló contra el "excéntrico", decían, alquimista que nos había acogido. El viejo no dudó en interponerse pero qué iba a poder contra la turba soberbia. Lo arrollaron y subieron a la torre. Mi madre me empujó hacia el pasadizo, una solución para un apuro por si sucedía lo que estaba pasando. El túnel caía verticalmente desde lo alto del torreón hasta sus cimientos bajo tierra sin muesca alguna en la pared ―no estaba diseñado para seres humanos―, luego se curvaba, ya en horizontal, hacia el este y buscaba la salida junto al río. Mientras bajábamos por aquel agujero los hombres debieron descubrir su entrada. Yo iba por delante, mi madre cubriéndome la espalda ―Dana hizo un alto para tomar aliento. Fue la primera vez, desde que empezó aquel relato, que la bella mujer de Colino perdió la serenidad. La luz de la lámpara distorsionaba los trazos de su cara, descomponiéndola entre contrastes.
―Ella no llegó viva al fondo ―la voz se le volvió rotunda, cortante. ―Habían hecho blanco en su cuerpo varias flechas y lanzas ―Colino, por fin, salió de su ensimismamiento y se atiesó en el respaldo, al tiempo que espachurraba descuidado el periódico bajo las manos, caídas sobre el regazo.
 ―Mi madre debió agotar todas sus fuerzas para evitar caer sobre mí y aplastarme en aquel pasadizo vertical. Miré hacia arriba y apreté los dientes con una rabia más allá de toda medida. Pero seguían arrojando proyectiles y yo no tenía clara la escapatoria por el otro extremo del pasadizo. Me guardé la ira, y continué mi carrera en la oscuridad abandonando el cadáver de la que me dio el ser. La dejé atrás, simplemente. ¿Te das cuenta?, fue como traicionarla. La culpa de aquellos hombres me alcanzó como un charco de sangre hasta mancharme a mí también ―Dana tuvo que coger oxígeno, ahogada como si aún se sintiera culpable y la vida misma se le fuera al recordarlo.
»No tenía nada con qué alumbrar, pero tampoco soy humana, así que, a pesar de la negrura, corrí todo lo que pude por aquel antro estrecho en que apenas había aire para respirar. Tropecé y caí varias veces, choqué otras tantas contra los saledizos de las paredes, mas no dejé de huir. Poco a poco iba notando que los gritos cada vez me llegaban más lejanos, lo que no disminuía mi temor aunque sí la confianza. Te puedo asegurar que, a día de hoy, aún oigo aquellos alaridos. Fueron necesarios muchos años para que el rencor que sentí hacia los hombres fuera templado por la comprensión de que no sois todos iguales. Y por eso me enamoré de ti. Porque noté que carecías de algo esencial a la naturaleza de los demás: la certeza de pertenecer a un rebaño. Enseguida me percaté de que tú eras distinto. Los rehuías como yo. Y cada vez que charlaba contigo mostrabas una inclinación al rechazo hacia tus congéneres. A veces llegué a creer que tú también los odiabas.
Colino levantó la cabeza sorprendido ante la revelación. Fue como si, de pronto, mirara a un espejo que siempre hubiera estado ahí pero tapado bajo pesados cortinajes, y, ahora, alguien los apartase. A un lado, como aparentemente humana, una mujer atractiva, devota de su pareja, amante solícita, ama de casa abnegada; y por otro, en tanto aracnoide, un ser no humano, casi un dios.
Él mismo no podría decir menos de sí mismo. Si bien es verdad que, sin la menor duda, una persona, un homo sapiens típico, su pensamiento, no obstante, no se caracterizaba por la simplicidad. Más bien se conformaba como un amasijo compuesto. Parecía perfectamente integrado en la sociedad a la vista de los otros: amable y cumplidor, carente de maledicencias, además no se le conocía violencia alguna. Lo que no se veía era la alternativa, lo peor, una imagen en negativo de la que ofrecía a los otros, totalmente oculta, pero no inexistente. Tan disimulada que sería imposible adivinarla. Esa conciencia, hurtada a la luz pública, convivía con la otra, la ostensible, robándose entre ambas el yo del sujeto. Él vivía fuera y dentro de la especie humana. En un estadio gris de identidad. Un único ser, dos pensamientos. El problema consistía en la conciliación, si es que la deseaba.
Hasta hacía un momento, había visto meridianamente claro lo que hacer. Él, en tanto que un humano integrado, tenía el deber de proteger a su raza, y su deber sería llevar al engendro semiarácnido a las autoridades para que hicieran de ella lo que quisieren. En cambio, él mismo, en tanto extraño a la especie humana, se postraba a los pies de una criatura como Dana, poseedora de todos los atributos de la pureza divina. Ante el dilema, ¿qué hacer?, ¿qué decisión tomar?: ¿Repudiarla como aberración?, ¿admirarla como a representación completa de la virtud? Y si no optaba por denunciarla, ¿qué haría?: ¿salir adelante ante las dificultades, los dos mano a mano?, ¿impetrar de ella su favor como diosa?
Una vez más la mujer había logrado descolocarlo. La primera fue al descubrir esos ocho miembros. Y ahora, con la invocación de la fobia a los hombres, ella había tocado el auténtico fondo de su corazón, su más secreta y auténtica identidad.
Dana percibió en la mirada de Colino el crujido de algo. Un muro de contención se hundía. Lo que faltaba por saber era qué embalsaba.

2 comentarios:

  1. ¿Qué hacer, qué hacer? Un gran dilema y una gran monólogo. Pedazo personaje, Dana. Imposible de odiar.
    Emocionante y dramática esta persecución. Un gustazo este relato de Colino, el nuevo hombre, el hombre moderno.
    Saludos.

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  2. ¿Qué hacer?
    Todo el rato, a cada paso que damos, preguntándonos esto. Cuando de niño nos inculcaban lo que es la vida, me parece que esta parte no me quedó clara.

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