lunes, 10 de octubre de 2011

Colino y las arañas 11/29

A pesar de lo que pareciera, dado el número de horas que Carmina hacía por de más, no se trataba de una trabajadora con un alto compromiso hacia su empresa, sino de una mujer muy exigente consigo misma. Para el caso, al jefe tanto le daba, pues el resultado era que Carmina trabajaba más que nadie, y solía ser la última en abandonar la oficina. En invierno, esa tendencia se convertía en uso y la mujer fichaba ya a las nueve a diario.
Aquella jornada comenzó mal para la secretaria. Por la mañana, cuando alargaba el brazo para agarrar una media naranja díscola que salió rodando hasta el rincón del lavaplatos, le salió a su muñeca una enorme araña negra y peluda. Sintió las pisadas del arácnido en la piel, pisadas racheadas que tan pronto acariciaban amenazantes como se perdían en la quietud de una pausa. De la repugnancia, hubo de acudir a calmar el ahogo de estómago al baño.
Acodada en el inodoro ante el horizonte de cerámica que se abría bajo su nariz, dio en pensar en los síntomas de una picadura. De pequeña ―un recuerdo mordiente que le creaba inseguridad y temor―, su padre le insistía que se guardara de las avispas o las abejas cuyo veneno le podría acarrear mucho mal. De la madre no llegó a recibir el abrazo protector por tanta incertidumbre, de hecho apenas le quedaba nada de ella, tan solo la fragancia a ropa limpia. Su madrastra, al contrario que su progenitor, no le amonestaba nunca por las picaduras. Indolente en el sillón desde el que esparcía su olor a rancio, aquella mujer se quedaba observando a la chiquilla con una mirada fría, sin pasión, y la niña Carmina nunca encontró consuelo en ella por el pavor que le inspiraban los himenópteros. Desde entonces no sufría a los bichitos, con sus patas, sus antenas bailando, sus cuerpos articulados, sus ojos fríos. Los aborrecía y le producían terror, más aún, eran lo único de lo que se asustaba.
Tras el incidente doméstico llegó al banco. Todavía, Carmina, iba lamentándose del recuerdo de aquel arañón pegado a su mano. Una mancha negruzca, enfermiza, sobre el color blanco de su piel. Una visión ante la que no podía evitar sentirse frágil, totalmente expuesta al mal, a cualquier mal. Se decía, por darse ánimos, que aquel bichejo no representaba peligro alguno ―que si la diferencia de tamaño entre ella y él dónde iba a parar, que si de un manotazo lo despachaba, y así― pero, a pesar de sus esfuerzos por tranquilizarse, entró en la oficina más desmayada que estoica; sin fuerzas para saber contenerse. La primera persona del trabajo a la que vio, nada más iniciar la jornada laboral, fue al odioso adulador aquel, Colino, «baboseando alrededor del jefe».
—«Nunca se corta, es increíble» ―pensó, asqueada, sin disimularlo en su rostro. ―«Seguro que ahora lo intenta conmigo» ―se dijo al cruzarse con él.
Podría haber evitado la presencia del compañero, pero prefirió aquel camino a su mesa. El hombre no giró la cabeza, ni siquiera saludó. Ella continuó adelante, extrañada de la indiferencia.
—«No sé. Está desconocido esta mañana. Actúa como si yo no existiera». De todos modos, el incidente de la araña en el desayuno no la permitió un minuto de serenidad. Así que, pidiendo permiso al jefe, no esperó a la hora. Se marchó antes de las siete. Alguno, acostumbrado a su celo por el trabajo, sí se lo afeó irónicamente, pero ella ignoró cualquier cosa que no fuera la puerta de salida al garaje para tomar su coche.

El cadáver fue rescatado de las inmundicias con una grúa. Su coche, con ella dentro, había caído en un pozo negro. Nadie se opuso a usar la máquina: tal era el hedor y putrefacción que reinaba en la fosa séptica. La autopsia no determinó más que una muerte por causas naturales, pero no por asfixia. La víctima no murió ahogada en el espeso brebaje de sedimento humano. Antes de que se le encharcaran los pulmones ya había fallecido. Un paro cardíaco fue lo que se la llevó al otro barrio, y bastantes referencias de lo que lo causase daba el rictus de sublime asco y horror cincelado en su rostro. Carmina buscaba el perfeccionismo y encontró su final por la puerta trasera de la civilización.

6 comentarios:

  1. Mmm. Otra vuelta de tuerca. Ahora hay sangre fresca sobre la hoja en blanco. Me ha gustado el flashback de la mujer, recordando la madrasta indolente (qué pecado). Bien, Colino ha cambiado.
    Esperando la continuación.
    Un abrazo.

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  2. Cómo engancha...
    Te has cargado un posible rollo entre ella y Colino, supongo que el cadáver valdrá la pena.

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  3. Igor, esta vuelta de tuerca va a ser, creo, el principal argumento de este cuento. Ya está la cera toda repartida.

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  4. Josep, ¿el cadáver va a valer la pena? Jaja. Buf, pues no sé, no sé. Esa pregunta me la hacía también yo.

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  5. Uf, otra vez sorprendido. Está estupenda, dafd, enhorabuena. Es un poco tarde y salgo ahora, pero no tardaré en volver por aquí para reencontrarme con Dana y Colino.

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    1. Ya es un gusto que hayas llegado hasta aquí.
      Saludos

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