lunes, 3 de octubre de 2011

Colino y las arañas 9/29

El hombre no contestó de inmediato, sino que se tomó su tiempo. Subió las manos ligeramente, aún asiendo el periódico, y así abrió el campo de visión a sus ojos. Lo primero en lo que toparon fue sobre las pantorrillas de su mujer. Qué casualidad, pensó Colino, pues esa parte de su cuerpo fue la primera cosa que valoró de ella una tarde de septiembre hará ya unos años. No dejó de ponderarlas secretamente el resto de aquella lejana jornada de su juventud. Y qué bien lo supo disimular pues ninguno de los amigotes de la pandilla con quienes se estaba corriendo una juerga notó el flechazo. Soñó con esas piernas una semana entera hasta que, no pudiéndose aguantar más, osó pedirle a su propietaria que saliera con él. Quién le iba a decir que tanta perfección en aquel físico encerraba una terrible monstruosidad oculta, que la más singular belleza solo constituía una costra, y que la verdad subyacente no podía ser ni imaginada.
Ahora aquellas piernas y el resto eran Dana, que le pedía una explicación. Algo determinado, una resolución. Como si fuera tan sencillo o, aún más, como si fuera posible. El contacto directo con la verdad le había supuesto un trauma para el que no se hallaba preparado. ¿Quién espera descorrer las cortinas a un bello amanecer para encarar la terrible certeza de que tan solo es un decorado? Pero no se trataba de un amanecer, sino de su propia pareja. No el fenómeno que se observa desde la barrera, sino una realidad de la que se había empapado. Algo así eclipsaba cualquier satisfacción o alegría que la vida juntos le hubiera deparado. El ejercicio de compartir destino con «eso» transformaba el significado de todo acto de la biografía matrimonial. Así que, ¿qué se le pedía ahora?, ¿que adoptara un único punto de vista? Si el único que se le ocurría era que la repugnancia ahogaba la comprensión de sus vínculos con ella, o ello. No cabía considerandos respecto a deberes matrimoniales, o a palabras dadas en la boda, o a derechos, ni siquiera los sentimientos importaban ya. ¿Qué le impedía coger y denunciar a aquel engendro para que hicieran cuantos experimentos quisieran con él? ¿Qué fidelidad se le podía exigir?: ¿El amor, la coherencia con las decisiones? Una vez se comprometió con una mujer y ahora, ¿qué? ¿Dónde estaba?
―Déjame en paz ―graznó él sin levantar la vista.
De nuevo volvió a interrumpir la comunicación el silencio. Como un convidado de piedra que se cuela tras cada palabra y no deja hablar a nadie, pues sólo se oye a sí mismo, un bribón egocéntrico que pone a germinar pensamientos mezquinos. Ella se iba a dar por vencida. Había aguantado su ira todos aquellos días por si se producía un cambio de humor en Colino, mas ya empezaba a ver la falta de salidas. Únicamente le quedaba un recurso para remover su conciencia e hizo uso de él.

4 comentarios:

  1. Ah... Cuál será ese recurso escondido. Sigue estando la mar de interesante. ¿Cómo puede ser que simpatize con una araña? Será por ese par de frases geniales: "¿Quién espera descorrer las cortinas a un bello amanecer..." y esta otra,"Como un convidado de piedra que se cuela tras cada palabra y no deja hablar a nadie, pues sólo se oye a sí mismo,". A esto le llamo yo la Condición Humana.
    Saludos, dafd.

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  2. Jaja, es verdad: cómo puede simpatizar con una araña. Ay el amor, el amor... Gracias por tus palabras.

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  3. Estoy yo pensando ahora que si ella descubriese lo ruin de la vida interior de su marido no se sentiría de una manera muy similar a la de él en este instante...

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    1. Sin duda. La naturaleza del uno y del otro tienen que ir en sentidos inversos, creo yo. En cambio, es verdad que apenas he explorado el tema de la decepción, que hubiera venido al pelo.

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