martes, 1 de noviembre de 2011

Colino y las arañas 18/29

―Llame a mi marido ―Dana no redujo el paso.
―No le permite hablar conmigo, ¿eh? ―apuntó con perspicacia Jiménez.
Nerviosa, no contestó con un sí a la pregunta, ni él necesitó que lo hiciera pues tenía la convicción de que Colino se lo había prohibido.
―No me dirá que sus obligaciones le traen al mercado ―apremió la mujer.
―No voy a justificar mis andanzas. Soy un policía investigando ―por primera vez Dana escuchó la despersonalizada y firme voz del agente. Algo en su gesto y en la frialdad del rostro le indujo a ponerse a la defensiva.
―Muy bien. Ahora voy a hacerle unas preguntas ―insistió Jiménez. ―Trato de aclarar la coartada de Colino.
―¿Es que duda de mi marido? ―se irritó ella.
―Realmente no me importa. Y si fuera más inteligente, tampoco debería importarle a usted.
La mujer se paró de inmediato.
—Acaba de asegurarme que me iba a...
―Ya, ya, que me interesaba por Colino ―el agente se tocó la nuca dubitativo, mas inmediatamente se lanzó adelante con un discurso apresurado. ―Tenga en cuenta que debe elegir entre la verdad y su vida ―al ver la cara de extrañeza de ella se atascó. ―No, no quería decir eso, o no ahora. Es que, verá, he observado que lleva una existencia totalmente dependiente de su marido. Apenas hay nadie fuera de él. De hecho, usted casi no sale de casa.
―Estoy aguantando aquí por respeto a la autoridad que representa. Pero, aun así, no tengo por qué escuchar opiniones y chismorreos, ni siquiera de usted ―Dana empezaba a estar molesta, aunque, de momento, solo por las inconveniencias que acababa de escuchar, no por recelo.
―Ni siquiera trabaja ―Jiménez continuaba en el mismo plan, y, a despecho de su habitual mesura, con cada vez más urgencia por terminar de decirlo. Mientras, Dana cada vez más incómoda porque no lo concluía―. No se relaciona con sus vecinos en el mercado, no habla con nadie, ni se reúne con las amigas, ―la mujer de Colino empezó a arrugar el ceño, pero ya no por lo improcedente de semejantes mamarrachadas, sino porque tanto conocimiento revelaba un preocupantemente exhaustivo seguimiento sobre ella, ―y créame que no tengo nada contra las amas de casa. Pero, incluso para serlo, lleva una vida singularmente dedicada a su esposo.
—Buenas tardes, agente ―Dana se dio la vuelta rápidamente, con más miedo que indignación.
―Creo que huye en la dirección equivocada. Es más, sí que lo debería hacer, pero de él.
Fugitiva veterana de los hombres y conocedora de sus sutilezas, Dana creyó percibir una inquietante sombra amenazando tras la gravedad con que le hablaba aquel tipo. Por eso no dudó que tenía que marcharse, lo que Jiménez neutralizó agarrándola del brazo.
―Me sorprende que nunca buscaras al alquimista —dijo lacónico el agente con pleno conocimiento del significado tras sus palabras.

6 comentarios:

  1. Intriga y mas intriga, que la llevas con maestria. Un abrazo

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  2. OOOO. El alquimista. Menudo truco. El diálogo era de lo más tenso. Propio de una de esas novelas de serie negra cuando en los tiempos de la gran prohibición. Pero claro, la literatura fantástica también emerge. Rotunda.
    Bueno, si quieres provocar problemas de corazón, lo estás consiguiendo.
    Saludos.

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  3. Me faltaba este detalle para plantear la cosa, Lapislázuli. Es que si no, había algo que me quedaba cojo.
    Buen día.

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  4. La verdad es que este relato, Igor, aunque haya podido extraviarme un poco, es de fantasía, o se intenta.
    Sí, es cierto que esto de hacer aparecer este personaje es un poco como lo dices, un poco un regate. Con él la locomotora va a tirar, lo que quiera que tire, claro.

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