martes, 8 de noviembre de 2011

Colino y las arañas 20/29

―Debes huir de él. Te causará problemas.
―Yo no lo veo así. Es una persona vulgar y corriente ―la mujer semiaraña lo puntualizó con énfasis demostrando lo que la discreción representaba para ella: su forma de vida―. Me quiere como soy. De hecho, él me conoce. Sabe de mi aberración.
―Pero qué ingenua eres. ¡Estás en peligro! ―el alquimista casi gritó alarmado. ―Cuanto más tiempo pases con él mayor riesgo corres. Te terminará delatando. No podemos convivir con los hombres por una mera lógica natural. Si lo hacemos, nos arrollarán.
―No me ha delatado y no creo que lo haga ―se empeñó ella.
Jiménez giró la cabeza en señal de escepticismo.
―Aunque te parezca difícil de entender ―defendió Dana a Colino― tuvo su oportunidad. Te digo que ha demostrado que me quiere proteger.
―Estás equivocada.
―No me has dado apenas tiempo para saber de tu vida y ya quieres elegir por mí ―la joven empezaba a hablar más enérgicamente―. He tenido que buscar mi camino sola y empiezo a estar orgullosa por haberlo hecho bastante bien. Así que no empieces por tachar todos estos largos años de disimulo y de miedo. Son míos, no pertenecen a nadie.
El alquimista se quedó en suspenso un instante, como si, sorprendido de la opinión de Dana, meditara sus opciones.
―Cuando encontré a tu madre me percaté al instante de su peculiaridad y, ocultándola a las miradas de la gente bajo las mantas del carro, la llevé a mi casa. No me alargaré en su descripción. Era como tú.
―Ya, ya sé lo que soy: una abominación. No hace falta que me lo recuerdes ―protestó Dana―. Pero he dejado de ser aquella asustada cría que huía de unos asesinos. Tengo una vida propia junto a Colino, y quiero vivirla.
El alquimista, estupefacto ante tan firme y arriesgada resolución, no opuso razones.
—Está bien, trataré de no olvidarlo, pero yo no he pasado tantas incertidumbres para nada. Estaré a tu lado suceda lo que suceda ―y, levantándose con bríos, añadió ―ya sabes dónde me tienes.
El alquimista se dirigió a la salida del establecimiento, que franqueó para internarse en la atareada calle, un colapso a esa hora del mediodía. Ella lo vio a través de los cristales de la cafetería. El hombre cruzó la acera y, a modo de despedida, se volvió un segundo. Un gesto, un caluroso movimiento con la mano servía de adiós por el momento. Ella sonrió. Dana tuvo la certeza de sentirse querida y arropada por él. No importaba que hubiese alguna disconformidad entre ambos, el alquimista estuvo unido a su infancia y la huella de su sombra no desaparecería nunca.
Ahora, de adulta, veía las cosas de un modo distinto que de niña. Como si el hecho mismo de pensar se realizase con otro órgano diferente que de pequeños. Los mayores tienden a hacerse preguntas porque no entienden. De chicos no hace falta comprender sino sentirse amados. Por ello nunca interrogó a su madre; porque el cariño materno allanaba cualquier dificultad, cualquier paradoja. Pero ahora, mientras hablaba con el hombre con el que formó en su momento una familia, sentía la necesidad de saber los porqués. ¿Quién era?, ¿exactamente qué compartía con él? Su madre no le llegó a hablar nunca de ello. ¿Sería una decisión consciente por su parte? Tenía que ser así, pues oportunidades las hubo. Hurgar ahora sería violentar aquel silencio de la que le dio el ser, una traición tanto más insoportable cuanto que el abrazo de ella no se había enfriado en su recuerdo. Y se sentía tan huérfana de este... Se la arrebataron antes de que el amor materno colmatara el hueco en su pecho. El vacío de cariño funciona como un ciclón que absorbe todo lo que va contra él. Una fuerza que arrampla con lo se le oponga, aunque sea la libertad en busca de sus preguntas. Nadie puede luchar contra esa fuerza. Dana tampoco. Si el problema de su identidad podía postergarse, no era el caso el de su seguridad. Dana había desarrollado con los años de disimulo una auténtica manía enfermiza. Fue capaz de tomar riesgos cuando se buscaba su futuro hacía mucho tiempo, pero ahora ya no quería volver a enfrentarse a ninguno. Su desconfianza hacia el género humano se había terminado por convertir en un atributo esencial, de ahí que nunca abatiera todas las barreras que la protegían. Con Colino, de todos modos, las cosas fueron bastante bien siempre, no necesitaba casi de esas barreras, y por eso no dudó en defenderlo con vigor ante Jiménez. Ahora, ya sola en la mesa de la cafetería, reflexionaba sobre las palabras del alquimista. Sonaban como un martillo pilón en su cerebro: “No podemos convivir con los hombres por una mera lógica natural. Si lo hacemos, nos arrollarán”. La incertidumbre sobre el humano con quien estaba casada empezó a disolver los cimientos de su vida en pareja. ¿Colino seguiría siendo su baluarte particular?

6 comentarios:

  1. He pasado el ecuador del relato y no tengo ni la menor idea de quién es Colino realmente ni sé preveer que hará este señor. Todo tan abierto como las fauces de un lobo hambriento.
    Dana está advertida, aunque ya es mayorcita.
    Me encanta su sinceridad. No se engaña: "Es una persona vulgar y corriente". Ja.
    Qué precisión. Qué poesía en la despedida de la cafetería. Magnífica. Evocadora.
    Saludos.

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  2. Pues, Igor, estoy tomando el pulso de este relato merced a este comentario. Gracias por enésima vez.

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  3. ahhh, me mate la intriga. tambien me hago la pregunta final.Un abrazo

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  4. Creo que la intriga ya se va a ir desinflando un poco a partir de ahora.
    Gracias.

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  5. Eres tremendo, jaja.

    Una pena que deba esperar para seguir. Me está gustando mucho, pero mucho mucho.

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