sábado, 12 de noviembre de 2011

Colino y las arañas 21/29

Colino se sentó en su silla. Jiménez acababa de terminar con él. El policía vino a primera hora al banco escoltado por su ayudante y, con la excusa de completar la información que recabó de su anterior pesquisa, repasó a la plantilla entera nuevamente. En esta segunda ronda de interrogatorios a todo el personal, Colino no se puso tan nervioso. Por más que seguía siendo intimidante el procedimiento, el bancario ya no tuvo el desagradable impacto por la novedad.
Una vez cumplido el trámite de las preguntas, retomó su tarea con ánimo. Aún tenía por delante un largo día de trabajo y la interrupción del agente no le iba a distraer. En eso de abstraerse, como si nada hubiera interferido, tenía cierta capacidad excepcional. Los últimos sucesos en su propia casa, aun con ser tan increíbles, no lograron despistarle de sus obligaciones laborales, ni de ningún otro tipo. Colino pasaba, como una apisonadora, por encima de atosigamientos. Así era que los demás lo veían como alguien equilibrado y frío. Pero no se trataba sino de una ficción, pues en realidad sí le alcanzaba la vulnerabilidad. Para combatirla él tenía su sistema: lo que quiera que amenazara atormentarlo quedaba comprimido en una fruslería, una especie de egagrópila de su conciencia empaquetada en su particular telaraña. Y de ahí no saldría nunca, jamás. Por tanto, de Colino los demás percibían solo una parte, la más estoica. El resto de él se hallaba enjaulado. Pero encerrar no significa no ser.
De esos fragmentos del bancario que componían su cara oculta, Dana solo tuvo alguna intuición. Era el caso de la hostilidad de su marido hacia sus congéneres humanos en la que ambos coincidían. ¿Mas eso era suficiente para confiarse ciégamente a él? El hombre parecía siempre idéntico a sí mismo, con la expresión medida, templado con la indeterminación de un espíritu inasequible. Pero, Dana, ¿qué podía inducir de su sempiterno hieratismo: la solidez de alguien inconmovible en quien saberse segura o el fraude de un ser débil que se derrumbaría en el momento límite?
Ningún compañero, así pues, tuvo ocasión de contestar afirmativamente a la pregunta del policía sobre cualquier cambio en él: siempre estaba igual. No así los demás, que largaron con munificencia sobre lo que pensaban los unos de los otros. El agente sacó una lista gigantesca de observaciones. Era como si el ingeniero que opera la presa de un embalse, abriendo las compuertas, dejara vía libre al cúmulo de murmuraciones, sospechas, odios y compadecimientos de los compañeros entre sí. Cada uno forjaba su propia opinión sobre los demás, dibujando una imagen personal del otro; y no había excepciones, un auténtico ejercicio compulsivo de imaginación al que nadie quería renunciar. Podría haber un mismo tipo al que los demás creyeran o tímido, vengativo, recién viudo, un vulgar trepador, o un desconfiado, incluso alguno podía pensar que acaso estuviera enfermo, o así. ¡Y tan múltiples pareceres solo de uno!, obrándose el maravilloso milagro de ocupar, muchos individuos distintos, un mismo espacio físico.
El caso era que, una vez fuera del cuarto de interrogatorios, los compañeros ponían en común las preguntas, tratando de atisbar algún indicio en la vía que seguía la policía, o buscándose cada cual su propia resolución. Como en toda pesquisa científica, los datos comunes eran los más reveladores. Hacían pensar que el inspector, si insistía en un mismo punto, es que insinuaba un culpable. Y el nombre por el que más veces pareció interesarse el agente fue por Colino. Conforme fueron más y más los que daban su conformidad a este parecer, la imagen respecto al compañero iba unificándose. Si al principio esta era múltiple: bien reservado, o pelota, o despreocupado, o soberbio, o cualquier otra cosa; poco a poco fueron desechándose opiniones, o integrándolas por intuirse sinónimas, hasta que el juicio general quedó dividido en dos. Los unos, la mayoría, pensaban que Colino era un superdotado que hacía lo que los demás en la mitad de tiempo, y el resto del personal lo formaba el núcleo duro de inquebrantables para quienes Colino no era más que un falso, un fraude que vivía a cuerpo de rey a costa de toda la plantilla.
―Es un cara. Cuando le hacemos un favor, una hora de trabajo nos adelanta ―murmuraban estos últimos.
―Cuando se sienta, ya se le ha ocurrido una forma de superarnos ―rezongaban envidiosos los que le atribuían capacidades intelectuales sobresalientes.
―Ya está bien de tanta ventaja.
―Deberíamos tener todos las mismas oportunidades.
―Vive demasiado bien ―concluían los unos.
―Vive demasiado bien ―pensaban los otros, llegando a un acuerdo tácito entre todos a pesar de partir de presupuestos dispares.
Colino no tuvo conocimiento de la tormenta que se avecinaba. Sentado en su estrecho puesto, un capitán ciego entrando en la galerna levantada ante su proa, no reparó en los signos del peligro.
La vigilancia se cerró sobre él. Si levantaba la cabeza hacia la ventana, el espionaje se lo reprobaba. Que escribía algo, peor; porque una idea suya demasiado brillante sospechábase dañina por hacer peligrar puestos de trabajo. Y cuando el jefe acudía a él, un furor sordo salía de las mentes de la plantilla indignada por el incienso, con el agravante de que la actitud de rondar partía del jefe. Tan adocenado, pensaban, que ya iba solito a por su ración de jabón.
―Pelota ―clamaban en silencio los compañeros del inadvertido Colino, mientras el jefe departía algo con él a la vista de todos.
Aquella misma tarde empezaron a recibirse las llamadas sobre Colino en la jefatura de policía. Cada día sonaba no menos de un par de veces el teléfono. Una procesión de voces anónimas que amenazaba sobrepasar la paciencia de los agentes. Todas ellas claramente acusatorias, o difamatorias incluso. En unas dudábase de la coartada del hombre, en otras se insistía en la tirria de Colino por Carmina. Pero no contentos con esto, otros aludían a su inmensa fortuna, o a sus contactos misteriosos. Los había, en un alarde de inventiva, que aseguraron haberlo visto volar de una azotea a otra.

6 comentarios:

  1. Así es. No cabe la vuelta atrás.

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  2. La muchedumbre asalta ColinoVersalles!!!
    Enjaular, esconder no siginifica no ser. Qué gran verdad.
    Yo sigo preguntándome quién es en realidad Colino.
    Pronto se descubrirá!

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  3. Igor, la pregunta pone el dedo en la llaga. Pero ya no puedo parar la historia.

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  4. "aún con ser", yo diría que este "aun" va sin tilde.

    "Sin embargo él tenía su sistema". Aquí creo que hay acumulación de conjunciones adversativas. Si suprimes esta, así, directamente, tampoco pasa nada y se entiende igual.

    En general el fragmento me ha parecido el más farragosillo de leer, lo que no quita interés, por supuesto, a la historia, que está en lo mejor.

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    1. Ese "sin embargo" no lo hubiera detectado nunca. Gracias.
      Sí que es farragoso -lo he vuelto a leer-. Así que uno de los párrafos lo he acortado un poco.

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