miércoles, 16 de noviembre de 2011

Colino y las arañas 22/29

Colino ya no estaba contento en su trabajo, pues algo importante había cambiado: sus compañeros le odiaban. Antes, la fuente de disgusto provenía de una única persona: Carmina. La mirada reprobatoria de la secretaria lo había seguido por todas partes, volviéndose particularmente rencorosa cada vez que él se dirigía al jefe o viceversa. Y no solo aquellos ojos de hielo, todo en esa mujer había exudado aversión hacia él: los gestos displicentes, el tono de voz, hasta la respiración se le volvía atropellada cuando coincidían. Carmina se terminó por convertir en su gran maldición, en la terrible hechicera de todo cuento de hadas que lanza sobre el inocente héroe un conjuro para buscarle la perdición. Con ella viva había sido imposible desenvolverse cómodo en la oficina. No la soportaba. Por eso ahora que estaba muerta se las prometía felices. Por fin, Colino vislumbraba ante sí una larga etapa de tranquilidad. Sin embargo poco sospechaba que iba a echar de menos aquella pequeña molestia, tan terca, tan solitaria. Pues, elevándose desde todos los lados a su alrededor, reapareció idéntica sensación que le produjo Carmina mientras vivió, pero ahora multiplicada por toda la plantilla. Parecía que el alma retorcida de aquella bruja se hubiese transmigrado a la integridad de los trabajadores de la oficina, emponzoñándoles y azuzando el rencor que siempre le tuvo. Escuchaba el crepitar de la hoguera que lo perseguía en los ojos de los hasta ahora inofensivos trabajadores, aquellas personas que compartían labor con él y nunca le manifestaron hasta hoy malquerencia alguna. Qué sordo murmullo, tan deprimente como el de la mar para el náufrago que echa mano al flotador pinchado. Lo percibía en cada una de las idas y venidas que hacía por los despachos. Les sabía pendientes de dónde se paraba, de sus consultas, o de las llamadas. Llegó a sentirse tan asediado que, a veces, miraba por encima del hombro, en la creencia de que se iba a encontrar con una funesta contable enarbolando el tóner de la impresora, a punto de descargarlo con furia sobre él.
Además, se estaba encontrando cada vez más a menudo con situaciones poco favorables. Si hasta ahora había sacado adelante con donaire todos aquellos apuros que se le fueron presentando habitualmente durante su jornada laboral, desde este momento dejó de suceder. Así, cada vez que proponía algo o presentaba una solución, siempre llegaba alguien con otra idea que, por aclamación, de inmediato se aplicaba menospreciando la suya. Ya no se le hacía caso, es más, se le desoía. “Muy complicado, muy difícil, le decían, mejor lo de este otro”.
Todo ello estaba haciéndole dudar de su eficacia, incluso de su inteligencia, hasta el punto de sentir vergüenza a hablar. Hastiado, se retiró de la vida social, retrayéndose hacia su lugar de trabajo. Nunca pasó más horas en el escritorio que en estos momentos, olvidándose de todos, vigilado por todos. En casa, su mujer le descubría mirando al techo mucho más que antes, con una obstinación casi enfermiza. El hombre yacía en la cama las horas muertas en esa intimidad silenciosa, ausente a todo y a todos.
Qué distinto estaba ahora de los días posteriores a la muerte de Carmina, en que parecía tan feliz. No duraría más de una semana el subidón de dicha que experimentó Colino: aproximadamente desde el accidente de coche de la secretaria hasta el segundo interrogatorio del agente Jiménez. En ese lapso de tiempo el bancario mostró lo mejor de sí mismo. Es más, Dana volvió a verle con el mismo espíritu cariñoso y complaciente de la etapa de recién casados. Recuperó algo de su locuacidad, que en los últimos años había ido perdiendo, y hasta se atrevió a proponer un viaje juntos, cosa a la que Dana se negó inmediatamente: "como en casita en ningún sitio", se resistió ella. A partir de ahí, del nuevo interrogatorio que practicó el agente, ella percibió la caída fulminante en el ánimo de su marido. Una caída tanto más dolorosa por el contraste con lo que fue durante esa semana mágica: jovial, al menos para los cánones habituales en él, y extrovertido. Ahora, en cambio, se había vuelto tanto sobre sí mismo que apenas reparaba en que estaba viviendo con su esposa. No solo no hablaba, tampoco cumplía obligación alguna. Sentarse o yacer en el lecho eran los únicos movimientos en su vida. Se había convertido en un pecio incapaz de hacer cosa alguna. A Dana no le importaba su falta de colaboración en la casa, pues el hogar-guarida ella lo sentía como extensión de su propio cuerpo, pero sí le irritaba su desinterés, la despreocupación por defenderlo. De los dos, Colino era el humano, por tanto, para Dana, era él quien debía proyectar una función de pantalla que les salvaguardara frente al mundo de los hombres.
Lógicamente, tales extremos en el espíritu de su marido la turbaron. El hundimiento no pudo deberse, reflexionó Dana, al interrogatorio en sí, pues a Colino no le afectó en absoluto, como tampoco lo hizo la primera vez, inmediatamente tras la muerte de Carmina. Por otra parte no esperaba que Jiménez le apretase en exceso, aunque solo fuera por lealtad hacia ella. Así que la mujer empezó a desconfiar de la solidez de su marido, o de su amor. Las dudas que Jiménez sembró en ella, en la cafetería, durante su última conversación, sobre la fiabilidad de Colino para guardar el hogar no contribuían sino a aumentar su inquietud. Dana no podía dejar de reconocer, no obstante y sin disponer de más elementos de juicio, que una buena parte de la culpa por la radical depresión de su esposo tenía que atribuírsela a sí misma y su extraordinaria esencia medio arácnida. Por tanto dejar de creer en él ahora sería como una traición. Por algo así ya pasó una vez, al abandonar a su madre en aquel pasadizo, y no deseaba repetir.

6 comentarios:

  1. Sufro por Dana. Sus remordimientos serán su condena- Colino se hunde. Ahora me doy cuenta que él sí necesita a los otros. Buen matiz, éste.
    Saludos.

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  2. Dana y Colino sufren, pero no se pueden o quieren consular.El esta recuperando la obsesion que sentia sobre el de la secretaria.... Un abrazo

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  3. A ver cómo le voy podando al bonsai, Igor.
    Buen día.

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  4. Así es, Lapislazuli, la soledad no es una buena compañera, pero es una inevitable amiga.
    Gracias por pasar.

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  5. Imagino ahora que Eloísa era la madre de Dana, supongo.

    Lo que pasa por mi cabeza: o Dana "hace algo" con Colino (ni idea acerca de qué), o se carga a toda la plantilla del banco, jaja.

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    1. En realidad, Dana y Eloísa no tienen ninguna relación. La historia de Eloísa pertenece a un cuento que se titula La boca, que por error inserté en medio de las anotaciones de Colino y las arañas. Como te comentaba en la entrada del cuento La boca, un accidente (di al botón equivocado, jeje soy un poco manazas) provocó que la historia de Eloísa se mezclara con la de Colino y Dana. Acabo de tantear la solución, y he conseguido llevar La boca más allá de la historia de Colino y las arañas. Buf, muchas veces, esto de la informática es a base de probar y probar, pero a veces sucede lo que no quieres.

      Respecto a lo que pasa por tu cabeza, bueno, creo que no vas mal encaminado.

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