miércoles, 23 de noviembre de 2011

Colino y las arañas 24/29

Colino miraba absorto a la ventana desde su silla. Aquella mañana le habían dejado tranquilo los compañeros. Ni un mal gesto, o palabra. Se diría que la tormenta desencadenada alrededor suyo estaba amainando. Lo malo era que ignoraba la causa de la manía que se había levantado contra él y el por qué de esta escampada inesperada. Puede que le importase muy poco, o nada, todo ese tropel de gente con el que compartía el lugar de trabajo, más aún, que, en realidad, los aborreciera, sin embargo el desconocimiento de lo que les azuzaba en contra suya, lo estaba empezando a asustar.
Ante el incomprensible acoso, no obstante no se resignó, sino que, decidido, contraatacó. Y lo hizo con su método propio para granjearse, si no la amistad, sí al menos cierta templanza en la animosidad del ambiente: dar bien para recibir dominación. Siempre había resultado la mejor táctica. Así que desplegó una intensa actividad. Favores, sonrisas, silencios cómplices; echar una mano a unos y a otros... Sin embargo no había forma de mitigar toda aquella inquina por más esfuerzos que hiciera. Era frustrante e inexplicable. Así fue como le sucedió con Carmina, quien, por nada del mundo le miró con algo distinto al rencor a pesar del despilfarro de buena actitud hacia ella. Invertir en sus compañeros el bien no le estaba rindiendo lo esperado. Al contrario, la cosa empeoraba.
Por lo bajo había empezado a escuchar frases sueltas que destilaban un odio irracional: "es un monstruo", "estamos en peligro", "nos devorará." Expresiones totalmente absurdas pero de las que no podía defenderse por ser desatinos. Y como en horas de tribulaciones todo son malos pensamientos, una idea estrambótica comenzó a abrirse camino en su cabeza: la de que las peculiaridades de su mujer fueran contagiosas. Recordando con repugnancia la metamorfosis de Dana, se estremeció ante la idea de que se abrieran en su faz los fríos ojos depredadores de arácnido, o se extendiera por su cuerpo el vello oscuro de su atractiva esposa, qué no decir de aquella proliferación de patas. Colino, obsesionado, llegó a acercarse al baño varias veces, cuando empezó a oír esta clase de comentarios, para echarse un vistazo en el espejo, no fuera a asomar algún inadvertido estigma de dicha monstruosidad. Pero los espejos eran tercos. Su fisonomía no había transitado hacia la de un bicho. Entonces, buscándole alguna causa dio en un laudo de gran resistencia a cualquier argumentación: "Quizá, reflexionaba el excitado bancario, poseer la maldición de Dana incapacitaba, por naturaleza, para percatarse de las hechuras de araña". Esta sola idea anulaba la utilidad de cualquier espejo.
―"¿Y si toda aquella parafernalia maldita de patas, pelos y quelíceros se hubiese instalado en mí, y no me diera cuenta?".
Colino navegaba perdido en la ojeriza general hacia él, un océano de ojos acusadores y dedos que le apuntaban como si irradiara rareza. Ciertamente, no habría sufrido tantas tribulaciones de haberse sentido normal, un tipo más. Pero no era el caso, porque él mismo sentía odio a todos. No podía evitarlo, como un frío indeleble que le ponía la piel de gallina cuando se veía rodeado de gente. El único lugar donde no padecía tal trastorno era su hogar; es más, allí Dana, obrando de mágico bálsamo, se lo calmaba. Extrañamente la presencia de su mujer nunca le despertó esa aversión que se traía hacia las personas; como si él, de algún modo, la hubiera intuido siempre inhumana, aun antes de la fantástica epifanía aracnoide.
En su casa se encontraba a sus anchas. Tanto que, en realidad, esa estrategia de dar bien para recibir dominación, Colino la concibió para crear una extensión del hogar, una burbuja a su alrededor cual caracola a cuestas. Un palenque en cuyo interior, desde su estrado, dirigiera a los demás con objeto de que no le hicieran daño. Convertirse en dueño y señor de la ley y el orden, monopolizador de la fuerza punitiva para desviarla de sí mismo. Porque él tenía pánico al dolor, a todo dolor. Haría cualquier cosa por evitarlo, incluso erigirse en el dictador que impusiera las reglas del juego merced al arte de adueñarse de la simpatía de los demás. En este arbitrio veía su mejor protección.
El descubrimiento de la aracnicidad en Dana, en vez de sumirlo en aversión hacia ella, produjo el efecto contrario: le unió. Ambos se sabían extraños en el mundo de los hombres, y se necesitaban. Ambos dependían del disimulo para deambular por la vida con el máximo de garantías. Ser alguien vulgar era la mayor, o única, respuesta al miedo a destacar, a ser descubiertos. Ella por su extraordinaria esencia, él por su misantropía.
Pero algo extraño había sucedido. La vulgaridad, que era su seguro, de algún modo ya no le hacía desaparecer ante los demás. Se estaba distinguiendo, contrastado contra el fondo como una de esas sombras chinescas, patentes al público, inocultables a los espectadores que eran sus congéneres. Pero él necesitaba con desesperación pasar desapercibido. La angustia por su actual conspicuidad lo estaba minando física y mentalmente. Le iban a conocer el odio hacia los hombres que llevaba dentro, o, peor aún, se lo habían conocido ya. Eso le producía terror pues, pensaba, le atraería idéntico sentimiento de fobia de todos ellos. El corazón bombeaba errático en su pecho mientras gotas de sudor, frotando con un sutil prurito, le empapaban la barbilla. El cerebro, devorado por el temor, andaba maquinando mil diabluras. ―"¿Es lo más lógico que si adivinaran algo distinto en mí, algo que me delatara como diferente, movidos por el miedo, se volvieran en contra mía, como los que mataron a la madre de Dana?" ―se alzaron en su cabeza, con fuerza caníbal, pensamientos tan inquietantes como ese, y aún mucho peores. En el fondo, para Colino, el final de la madre de Dana sería algo así como el justo precio por su contranatura. Un destino merecido. El problema era que ese razonamiento le engullía a él también.
Dana. Colino no había llegado al conocimiento valiosísimo de que ella era su apoyo fundamental; que estaba siempre ahí, al llegar a casa, para darle el equilibrio, para proporcionarle la energía necesaria. Pero Dana llevaba varios días distante. Y esta vez era distinto del anterior bache que tuvieron cuando descubrió el secreto de ella. Esta vez la actitud fría y ausente no partía de él, sino de su mujer. Era Dana quien no le buscaba como antes, deseosa de satisfacerle. Para colmo, nunca como hasta ahora había faltado tanto de casa. Ella lo justificaba por unas nuevas amigas. Colino no había investigado la veracidad de eso. En cualquier caso, incluso cuando su esposa estaba en casa, lo trataba con desconfianza, como si no esperara nada de él. Pero a Colino solo le valía recibir todo el cariño que ella tuviera. Lo demás no le servía para nada.

8 comentarios:

  1. ¿En qué se transformará el cariño de Dana? Esa es la cuestión. Me voy dando cuenta de que, además de lo fantástico, y de esas gotas de novela negra con policías hastiados (si yo fuera poli creo que ya me hubiera hartado del mundo, duro oficio), eres un retratista de almas. Esa reflexión sobre la vulgaridad y ese destacar involuntario es una joya.
    Saludos.

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  2. La ilusión de ser parte de algo, a veces, no es más que un engaño con que arañar algo de la felicidad del común, lo que, a su vez, es otra farsa mayor que engloba a todo.

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  3. Acabo de descubrir tu blog.Me gusta y me gusta tu estilo. Me tendrás por aquí a menudo.
    Saludos.
    DEMIAN

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  4. Colino soporta dualidad en el traba, los odio pero los necesita, en el casa quiere y no quiere estar con Dana. Ahora en que andara Dana?....esperare!!!

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  5. Hola DEMIAN, es una alegre sorpresa la que me dan tus palabras. Gracias por pasar
    dafd

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  6. Pues sí, Lapislazuli, es como dices, porque las definiciones son peligrosas. Pero heroicas, claro.
    dafd (hoy blogspot está visto que no me deja definirme con mi icono habitual)

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  7. "Más aún". Como hay otra expresión idéntica poco antes, yo aquí utilizaría algo como "Al contrario".

    "adueñase", sería "adueñarse".

    "se volvieran". Creo que el tiempo correcto aquí sería "se volverían", aunque no estoy seguro del todo.

    Bueno, visto así, de manera parcial, sí considero que en este punto la historia está sufriendo los momentos menos agradecidos, pero supongo que el final lo compensará. Por otro lado, decir que ya sí tengo claro que la asesina de la secretaría y el jefe, como había supuesto, es Dana. Pero, ¿y el testigo anónimo aquel? Será el propio Jiménez-Alquimista?

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    1. Hecho.
      En cuanto al "se volvieran" y "se volverían", lo consulté a la RAE. Si no le entendí mal, creo que ambas formas en estas condicionales van bien.

      En cuanto a las previsiones que haces, prefiero callar, jeje.

      Sí, es algo mareante este fragmento, pero aquí sí que no sé meter tijera. No me atrevo por si elimino algo sensible.

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