sábado, 26 de noviembre de 2011

Colino y las arañas 25/29

Colino necesitaba librarse del acoso de sus compañeros de trabajo. Se levantó hasta la ventana para evadirse de sus preocupaciones, dando la espalda a la oficina que más parecía una cueva llena de misteriosos cuchicheos. Los tejados, a esa hora de la tarde, se convertían en una sucesión de diedros contrastados, los unos bañados por el Sol, los otros desaparecidos en la penumbra, e, intercaladas, azoteas escondidas cual pequeños collados en la compleja geología urbana. La luz inverniza buscaba su camino entre tanto accidente sin lograr en el empeño más que dos efectos radicales, o luz o sombra, o bien refulgentes brillos en las cubiertas encaradas a su favor, o bien el abandono en las tinieblas crecientes al resto de habitantes arquitectónicos. Colino necesitaba encontrar en el paisaje el consuelo del equilibrio, pero un caserío abigarrado lleno de esquinas ocultas en la umbría, o paramentos iluminados que saturaban sus ojos, no le estaba sirviendo sino para acrecentar el desasosiego.
No había nada vivo. Solo una sucesión de trazados geométricos, ajustados a una perspectiva matemática, todo ello en una atmósfera limpia de nieblas o nubes. Un mundo vectorial, purificado de toda experiencia, donde las relaciones entre los objetos se atenían a leyes tan perfectas como imposibles, un espacio de irrealidad inhóspito para un ser vivo. Colino empezó a sentir vértigo ante la distancia que lo separaba de tal sueño de perfección inaccesible. Únicamente había un elemento que rompía la sincronía general: la absurdamente enorme masa de la torre de la catedral. Un pegote injertado en el muñón de la antigua torre caída. Aquella erupción de dudoso gusto proyectada hacia lo alto era lo único que interrumpía la vista.
Tras una primera inspección somera de la monótona vista vespertina de la ciudad, dedicó Colino los siguientes minutos a taladrar el diseño general para descubrir detalles. Por la izquierda una sección entrevista de muro en llamativo color amarillo, enfrente una antena moderna en rojo y blanco que reproducía en miniatura a la Torre Eiffel, por fin algo vivo en la forma de una abuela inclinada hacia la calle sobre el antepecho del balcón, unas caras mirándole en el paramento de la torre catedralicia. ¡Unas caras mirándole a él! Sus entrañas se removieron de dentro afuera recorridas por el susto.
Volvió a fijarse, pero no había duda. Allí estaban: rígidas, expectantes, aterrorizadas. Estudiolas con más detenimiento y entonces descubrió en ellas los rostros de su propio departamento. No hacían nada, estaban allí, mirándolo. Flotaban en la cristalera de la ventana manteniéndose levitando sin peso en el espacio geométrico de los tejados. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo de concentración para cobrar conciencia de que eso no era posible. No se trataba de una visión proyectada por su mente, ojalá lo fuera. Toda aquella silenciosa reunión de personas era real, y estaba detrás de él. Porque lo que veía en el cristal no era más que un reflejo, distorsionado por las irregularidades del ventanal, de la propia oficina. Se dio la vuelta muy despacio y se los encontró: una pared muda formada por sus compañeros de trabajo. Inmóviles, con los ojos fijos en él. Colino retrocedió un paso hasta que su espalda chocó contra el cristal. Echó la mirada a un lado, a otro. No tenía escapatoria. Aquella gente lo estaba cercando.

6 comentarios:

  1. ASggff, agónico. Qué angustia de final de fragmento, parece una reunión de cadáveres. Buena esa geometría urbana, gótica e impenetrable, que acrecienta la angustia de este hombre de traje gris, Colino. ¿Son los héroes de la modernidad como él?
    Saludos.

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  2. Pues no sé qué contestarte, ni si sabría empezar a reflexionarlo. Pero los héroes de nuestro tiempo somos zarandeados de un lado para otro por fuerzas que aparentemente no comprendemos (quiero decir, comprendo), pero solo aparentemente. Nuestra heroicidad tiene algo de la de los héroes clásicos cuyos destinos estaban en manos de unos seres especiales, fuera de la contingencia del mundo, llamados dioses. En nuestro caso me da la impresión que habría unos seres tras la "mano invisible" del mercado, unos seres que no conozco pero cuyas decisiones, oscuras para mí, gobiernan mi pequeño mundo.

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  3. Has realizado una descripcion perfecta de todo lo inanimado que rodea a Colino, recien sobre el final aparece vida... me voy al proximo

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  4. A veces nos aplasta lo inanimado a pesar de que, curiosamente, lo hicimos nosotros.

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  5. Un fragmento extraordinario. Para enmarcar. Enhorabuena.

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