martes, 2 de abril de 2013

Diálogo imposible 1/4

Querido amigo.
Hace mucho tiempo que no nos llegan noticias tuyas. Lo último que supimos fue de tu enrolamiento en las partidas de un guerrillero por la zona de Salamanca. Aquí todo el mundo lo conoce, pero ya sabes que soy muy despistado. Además hay otros asuntos que reclaman mi atención. Por lo que me dicen, andáis por aquellos caminos causando algún estrago a las tropas francesas. Espero que no te hayan herido en ninguna acción y encuentres un hueco para que te ponga al corriente de las noticias de aquí, pues, aun distanciados yo y tú en las ideas, sé que sientes por Cádiz, y las deliberaciones que toman lugar bajo su amparo, la más alta consideración hasta el punto de atribuirle creo que equivocadamente, y aun sin pegar un solo tiro, tanto menoscabo sobre nuestros enemigos como puedan infligirle cuantas celadas y batallas les opongan guerrillas y tropas. Te paso a relatar, pues, el clima general de la ciudad donde, como sucede contigo y conmigo, hay disensiones entre nosotros los partidarios de la tradición, y vosotros los del liberalismo. De paso, te hablaré de cierta amiga que ambos conocemos muy bien.

Y nada mejor que sus fiestas para pulsar el estado de la ciudad.
A este convite que paso a relatarte llegué por casualidad. Pasaba por la casa de nuestra común amiga y oí ruido de platos y música. Debía de haber alguna cena especial a la que no fui llamado, lo que me extrañó sobremanera dada la confianza que con ella sabes que tanto tú como yo tenemos. Y si bien seguramente encuentre razones para que no se te hiciera llegar la invitación (al fin y al cabo, los peligros de la guerra con los invasores franceses hubiesen convertido tu viaje hasta aquí, a Cádiz, en una aventura peligrosa), en cambio, para mi caso, que resido a unas manzanas de ella, no puedo hallar justificación a su desplante. Pero, sin nada mejor en qué invertir la noche, y por revancha del que es despreciado, decidí colarme, lo que hice hasta dentro.

Allí mezclados vi charlando, como si se dieran un respiro, liberales y no liberales, y lo hacían con tan buen ánimo como si fuera el Paraíso Terrrenal. Se hablaban sin aspavientos, compartían bebida y mantel como buenos hermanos. Parece como si la paz hubiera vuelto a nuestros ánimos, de natural crispados.
Demasiado engañoso todo.

En esto entraron dos individuos de buen porte. Al uno, por la mucha gente que me estorbaba no le pude reconocer, pero al otro sí, vaya, pues se puso de cara a mí. Era el bibliotecario de las Cortes, el liberal Bartolomé José Gallardo. Ya sabes cómo es de apasionado (bueno, tú lo llamarías apasionado pues compartes sus ideas, yo, que soy de signo contrario, lo tengo por diablo contumaz). Pero quiero apartarme de juicios de valor. De todas formas, como bien me reconocerás, el bibliotecario Gallardo no desaprovecha ningún momento para soltar una arenga contra el orden sagrado de nuestros padres, que él llama despectivamente despotismo y Antiguo Régimen. Aquí encontró buena ocasión. Ambos, el hombre que no pude reconocer y el bibliotecario, se pusieron espalda contra espalda en medio del salón, como dos que no se sufren ni para verse. Y entonces empezó un diálogo entre ellos, un diálogo de enemigos enconados que, sin embargo, no abandonan afortunadamente las formas en ningún momento. Empezó el desconocido y siguió el liberal Gallardo, y así, alternándose el uno y el otro se brearon verbalmente sin inmutarse, con la frialdad de un abogado ante el juez. Rompió las hostilidades el individuo que no reconocí, que a juzgar por sus razones era sin duda uno de los míos, un partidario auténtico de nuestro Rey, de nuestra Tradición con mayúsculas. Y fue como sigue:

Yo os voy a enseñar lo que hay detrás de las palabras de los nuevos filósofos, los liberales. Y lo haré mediante el humor y la ironía. No podía ser de otro modo, dada la inconsecuencia de estos filósofos en, por una parte, arrumbar todo principio de autoridad, pero, al mismo tiempo, profesar votos de obediencia a las nuevas ideas liberales. El yerro que reprueban en sus enemigos, resulta ser el vicio en que ellos mismos tropiezan. Pero no os preocupéis, que yo aclararé esta y otras muchas sinrazones de esa gente, empezando por sus palabras. Os pondré en camino de entender el lenguaje nuevo de tales doctores.
Ellos quieren que detestemos de nuestros padres, y quememos todos los libros sin exceptuar los que malamente, según estos señores -los liberales-, hemos llamado hasta ahora libros santos. ¿Que por qué hay que desecharlos? Sencillo: estos sabelotodo de nuestro tiempo, estos monos, ecos de otros monos nacidos en Francia, nos quieren enseñar que tales libros no contienen sino cuentos fabulosos para mantener la credulidad de los hombres débiles. Creamos, pues, por dar gusto a nuestros nuevos maestros, que no hay Dios.

Entonces se hizo el silencio. Nada largo pues, inmediatamente, comenzó Gallardo a hablar. En vano atendí a sus gestos por si detectaba alguna huella de ofuscación. Nada noté. A esa temperancia de ánimo acompañó la inmovilidad de su postura: no se volvieron para enfrentar sus ojos, ni siquiera insinuaron un leve giro en sus cuellos. Tal la distancia con que acostumbran a tratarse.

Estos antiliberales, estos hombres que quieren volvernos a las cavernas, nos llaman eufemísticamente filósofos. Pero nosotros nos llamamos liberales. Ellos hacen mofa de nuestras razones, nosotros les desafiaremos con iguales armas.
Que no hay Dios, ponen en nuestra boca. Quisiera yo creer que todas esas algaradas que nuestros teólogos levantan no son sino simulacros de la guerra que preparan contra los impíos de allende las fronteras: pues sería de risa tener enfrente a los enemigos del Señor, y venirnos a convertir a nosotros que nos preciamos de católicos. Si es para juego, ya parece que va siendo pesado.

Por cierto que nuestra común amiga, que normalmente suele mezclarse entre sus invitados con perfecto comedimiento sin delatar predilección por ninguno, vino a colocarse junto al demonio liberal Gallardo. No sé si fue el azar el que la quiso acercar a ese diabólico individuo, o es que sus inclinaciones ideológicas se retratan mejor en las del loco juicio de los filósofos, del que sabes soy íntegro detractor, y del que te sé partidario acérrimo.


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Fuente: ningún diálogo en cursiva o subrayado de esta anotación y las que siguen me pertenece. Están tomados de las obras que se referirán en Diálogo imposible 4/4.

4 comentarios:

  1. BArtolomé José Gallardo fue un personaje apasionante, como todos los que se reunieron en aquel Cádiz pequeño y grande a la vez. Excelente pulso narrativo.

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  2. La verdad es que lo voy conociendo poco a poco. Si en principio pensé que se trataba de un bibliógrafo, un estudioso, su figura se me va agigantando cuanto más sé de él. El personaje que quiere y quiere avanzar, pero el país no está para hacerlo al mismo ritmo.

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  3. Caramba, pues como no tenía conocimiento previo de este Gallardo lo tomé por un personaje literario creado por ti. Bueno, las bases están sentadas. Me gusta este observador, acaso por despechado. Lo envuleves todo con misterio: los dos amigos, la dama con posibles que imagino además bella, las posibles relaciones entre los tres... Y este gallardo liberal que bien parece un pretendiente, además.
    Que tiempos. Por una vez que se hace una Constitución avanzada y Don Fernando la tumba. ¿Cómo era aquello? "Y yo el primero por la senda de...".
    Saludos,

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  4. jaja. "Y yo el primero...". Fernando iba a ir el primero y fue más rápido en salir de esa misma senda y hacer salir a los que le sobraban.
    Todas las épocas tienen sus peculiaridades, de acuerdo. Pero es que cuando vuelvo los ojos a esta de principios del XIX, la reconozco como algo doméstico, como si ya tuviera un aroma muy parecido a las épocas que íbamos a vivir el resto de ese siglo y el siguiente. Ese dichoso antagonismo. Ese dichoso no ceder por ninguna parte, de ver siempre el mal en el otro.

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