jueves, 1 de septiembre de 2011

Colino y las arañas 1/29

Tengo una telaraña encima de mí. Justo en el techo, a la precisa altura de la cabecera, allí donde los ojos hacen diana una vez me acuesto. No es una gran telaraña. Ocupa medio palmo de largo y pasaría desapercibida si no fuese por una eminencia en el enlucido, apenas una faja de sombra que acusa como un índice la obra del arácnido.
Todas las noches, esperando a mi mujer con la luz encendida, mantengo la mirada fija en los tenues hilos de la trampa. A su contemplación consagro los últimos momentos de cada día, y también los primeros. Un rito que, por repetido, no pierde en intensidad ni se diluye en la rutina.
 Distraído en aquel entramado de barras de seda, termino siempre por pensar sobre los detalles del día. Fragmentos de conversaciones irrelevantes, coincidencias y sucesos inconexos, gestos, cualquier elemento que recuerde de las últimas horas lo paso por aquella a manera de examen.
 Pero no me lanzo a ello por deseo de mejorarme ―me da risa la sola idea de practicar el examen de conciencia―. No me importa nada ser mejor, en todo caso parecerlo.

2 comentarios:

  1. Menudo arranque, dafd. Formidable. Preciso, rico. Con una reflexión formidable sobre la vida.
    A ver

    (PD: primera vez que detecto esto... No sé. Es raro)
    Saludos

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  2. Bueno, luego se me va torciendo. Es más convencional.
    Pero no sé cómo sacas tiempo para pasarte por aquí, chico. Te lo agradezco. Ahora que estarás ahí, ahí, a puntito (el 3/10) de abrir las puertas de la jaula para que salga a volar tu novela Antigua Vamurta.

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