sábado, 17 de julio de 2010

La esquina de la biblioteca 3/7

Se sentó en una mesa cerca del bibliotecario. Éste, nada más verlo saludó lacónico. Siempre lo hacía así, una sonrisa tranquila, casi imperceptible, que acompañaba con una convicción cercana, casi familiar. Del mismo modo sucedía con los libros del -1. No aparecían en el ordenador, mas ahí estaban, pacientes y dispuestos para quien supiera mirar.

Serían las seis cuando Migue llegó.
—¿Vamos a pasar la tarde con los chicos? —me dice el tío.
Yo tenía el primer examen dos días después. Y no mucho tiempo.
—Y después ¿qué haremos? —pregunté con pocas ganas.
—Pues podríamos echar unos dardos al "Pit".
Eso significaría perder la tarde.
—Tengo que estudiar.
La cara de Migue era de horror.
—¿Qué? Eso es una tontería. Ya lo harás este verano.
Migue tenía la idea de que las vacaciones eran para estudiar.
—¿Y tú eres amigo de Guille? —nos dimos los dos un buen susto pues no la habíamos oído pasar. Era la compañera del bibliotecario quien habló.
Yo, sin querer, levanté los ojos hacia el bibliotecario y él en ese momento me miraba. Nunca antes lo vi nervioso pero hubiera jurado que parecía preocupado. Sentí ganas de ayudarlo. A lo mejor, más tarde, en un descanso podría intentarlo. En cuanto a Migue, pues nada, aburrido, terminó por irse solo. No le quise seguir.
Un rato después hice un descanso. Tenía ganas de encontrar por mí mismo los libros del -1. Antes de nada les pregunté si querían aparecer en el ordenador y, luego, escribí en el teclado un título de ellos en la pantalla de búsqueda. Nada. Volví varias veces, probando a hacer la misma petición de otras maneras: con por favor en inglés, en francés, incluso lo pedí en alto por si aquellos libros ya estaban mayores y no oían bien, pero tampoco logré nada. Levanté la vista en busca de consejo. El bibliotecario ahora estaba rodeado de personas y seguramente hasta el final de la tarde seguiría igual. También estaba mamá, claro, pero... bueno, ella tenía sus cosas: cuidar a papá.
Todo cambió desde que lo empezó a hacer. Se volvió menos pesada, es más, dejó de preguntarme y muchas veces ni siquiera escuchaba. Una vez le dije una mentira, le dije que había pasado la tarde con Migue y los "mayores" y que no estudié nada, pero ella no me riñó, señal de que no me había oído. Lo que más enfada a mi madre es que me junte a la panda del "Cruillo". Ella los llama los "mayores" porque me sacan tres o cuatro años. A lo mejor es que me estaba haciendo yo también mayor y ella pensaba dejarme ir. A saber.
Y si no me escuchaba a mí, peor si le pedía que me contara algo. Entonces sólo contestaba que bien. Eso era todo, no decía más. Como me da vergüenza hablar de mí de no hacerlo ella de sí, dejé de hacerlo y mamá no me lo pedía. Llegué a creer que a lo mejor ella lo prefería. O que quizá yo resultaba molesto. Antes no había sido así, pues quería saberlo todo, como ahora.

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