sábado, 17 de julio de 2010

La esquina de la biblioteca 5/7

Guille levantó la mirada. Se había quedado solo. Llevó la obra hasta su asiento, interesado por el destino de aquel solitario caballero.
—Mañana continuarás —sintió la mano en el hombro mientras oía la voz del bibliotecario.— Ya es hora de cerrar.
Unos fallos eléctricos dejaron sin suministro de energía al edificio. Se llamó a los técnicos, que, para curarse en salud, sugirieron desalojar. Faltaban aun tres horas para las nueve, que era cuando se encontraría con su madre junto al hospital, y tres horas eran muchas para pasarlas solo. De Migue nada sabía desde hacía dos días. Sin duda las largas jornadas de estudio, que ya tocaban a su fin, lo terminaron de asustar. Guille, sin su amigo, cruzó la puerta de salida con los libros colgando. Dudó qué hacer, si subir con sus padres a la habitación de la tercera planta o deambular por la calle hasta la hora convenida. Detrás escuchaba al personal despedirse de buen humor. No todos los días se echaba el cierre horas antes.
—Guille, ¿tienes un rato? —preguntó el bibliotecario. El chico se volvió sorprendido. —¿Te gustaría aprender cantos de pájaros?
El muchacho no sabía qué pensar. Pasar la tarde oyendo aves con aquel señor no parecía un proyecto divertido.
—Será en el parque. Hace bueno y podremos subir al barco turístico. Nos dará tiempo antes de que llegue tu madre.
Eso del crucero por el río sonaba mucho mejor. Sin pensarlo, Guille aceptó encantado.
El bibliotecario sabía los horarios del barco, de modo que hicieron tiempo paseando por entre los árboles y matas del jardín. Pasaron bajo las moreras y Guille se sorprendió de ver lo hábilmente que el bibliotecario paró un balón escapado a unos chicos y con qué precisión se lo devolvió de un chut.
—¿Sabes jugar?
—En el pueblo hacemos ligas con equipos de la comarca. Soy centrocampista. ¿A ti también te gusta?
—Pues claro —Guille casi se atraganta de la obviedad. Al bibliotecario no le pasó desapercibida la perplejidad del chico por la pregunta, así que, para compensarle, musitó un ronroneo de complicidad.
—Si vienes algún día jugarás conmigo, si quieres.
—¿Qué pueblo?
—Es uno pequeño, rodeado de trigales. Ahora seguro que está todo de color dorado y se trabajará mucho en la cosecha, como tú para los exámenes.
El barco ya estaba dispuesto en la dársena. Rápidamente, Guille se colocó en la proa apoyado en una barandilla. A su alrededor se formó un coro cosmopolita que iba y venía al ritmo del zarandeo sobre el líquido. Había gente hablando en todas las lenguas imaginables, pero él, lejos de aislarse, se sintió feliz rodeado de tanta actividad y fascinación por el entorno. Las márgenes habían sido recientemente acondicionadas con zonas verdes y de paseo, por lo que la vista desde la embarcación no carecía de novedades. Algunos viandantes se volvían, mientras caminaban, al percatarse de la nave. Incluso los había, normalmente los más jóvenes y desinhibidos, que saludaban con grandes gestos. Guille lo miraba todo como si no hubiera sabido disfrutar hasta hoy de lo más fácil: el sol, la gente, el agua, los árboles...
Tras el pequeño crucero se sentaron en un banco junto a las moreras. El sol, a su izquierda, se iba acercando al horizonte y las sombras, escondidas durante el día, volvían a salir sigilosas, reptando en los rincones. El bibliotecario sacó de su mochila un libro que el chico identificó en seguida.
—Me dijo Flor que éste te llamó la atención. Y no me extraña. —Lo abrió sin fijarse en la página. —Cuando lo descubrí acababa de empezar a trabajar. Lo leí más bien por las ilustraciones. No me gustan las historias de caballeros. Pero a medida que me acercaba al final...
—¿Cuando el guerrero no tiene otra salida que matar al monstruo? —le interrumpió Guille.
—Ajá. —Ahora fue el hombre el que se interrumpió. Miró al muchacho y le tendió el volumen. Guille no deseaba mirar. No quería reencontrarse con aquel solitario caballero que trataba de buscar su salida en un último y desesperado intento.
—¿Tienes miedo de saber lo que le sucederá?
—No quiero verlo ir contra el monstruo. ¿Tú sabes cómo es esa cosa? Tiene muchas cabezas, unos dientes enormes y le sale fuego por las bocas. No lo vencerá. —El chico evitaba poner los ojos otra vez en aquel libro.
El bibliotecario lo depositó en el banco, entre los dos.
—Mañana es tu última prueba trimestral. —Y continuó al tiempo que el muchacho afirmaba con la cabeza, —cuando la acabes, échale un vistazo. Si no lo haces puede que no haya más veces. Recuerda que es un libro de la esquina famosa. Por tanto tiene su rareza. ¿Y sabes cuál es? Pues ha elegido lector y creo que eres tú. Pero no te concede todo el tiempo que necesites sino lo que él considere. Y si te retrasas, la tinta desaparecerá. Ya ha empezado, de hecho, y no parará hasta que no quede nada para leer.
Guille cogió con dudas el tomo. Tardó un poco más en abrir y cuando lo hizo fue por el medio, no por el final. Observó el trazo, las líneas angulares, los contrastes de grosor. Los caracteres no eran fáciles de seguir, pues se disponían en un estilo gótico bastante ortodoxo. Pero más allá del desafío que suponía leer tan rara letra, el problema mayor lo planteaba el escaso contraste de las palabras. Parecían haber sufrido el efecto del paso de una goma. Aunque aquel texto no iba a lápiz sino a tinta. Tuvo que empeñar la vista para leer los escurridizos trazos que hablaban de un hombre en la plenitud de sus fuerzas que se dirigía hacia un destino oscuro. Había abandonado la seguridad de la ciudad fortificada en donde gozaba de la estima del rey y la reina...

2 comentarios:

  1. Esto tiene tintes de convertirse en un cuento con mucha, mucha miga.

    A ver qué pasa.

    "...con zonas verdes y de paseo(,) por lo que la vista..."

    Yo incluiría esa coma ahí.

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  2. Pues es verdad que falta la coma. Gracias.

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