sábado, 17 de julio de 2010

La esquina de la biblioteca 7/7

—Me estás mirando —jadeó el muchacho. En ese momento no había nadie en aquel grupo de mesas por lo que ningún oído advirtió que hablaba con un libro.
Éste no contestó, limitándose a observar con gesto adusto.
—¿Desde cuándo me vigilas? —el muchacho volvió a acercarse al volumen con desconfianza. El rostro formado por los clavos de la cubierta denotaba conocimiento pero, haciendo una inspección más pormenorizada de él, se percató de que faltaba algo en aquella cara, no había boca.
—Puede que no hables pero algo has tenido que ver en que las letras desaparezcan —un sutil movimiento de los ojos lo confirmó. Había una pregunta que no se atrevía a hacer. Se mordió los labios apurado por la curiosidad y finalmente se resolvió: —¿Porqué no me das tiempo a acabar el cuento?
Por supuesto no hubo respuestas, sin embargo el volumen se torció sobre sí mismo hasta incorporarse. Desapareció la hosquedad de aquel semblante ennegrecido y sólo quedaron trazas de circunspección. Se sostuvieron ambos la mirada frente a frente. El joven temió descubrir algo que no buscaba y el viejo libro demudó la expresión trocándose contención por dolor. A continuación desapareció poco a poco toda huella de rasgo humano de la cubierta. Solo cuando el libro volvió a ser ese objeto desprovisto de ojos, mas no de alma, que había sido hasta ahora, Guille volvió con mano insegura a abrirlo. Directamente se dirigió a las páginas finales. La tinta había recuperado plenamente su color y no quedaba ningún obstáculo más a la lectura.
«El caballero contempló impávido al monstruo. La criatura no dejaba ni por un momento de avanzar hacia él, guiada, a lo que parecía, por un ansia que rayaba en la obsesión de matar. El solitario hombre, acorralado en el valle, picó espuelas y arremetió contra su enemigo...»
Al día siguiente Guille no se despidió de su madre en la puerta del hospital. Pidió subir con ella a la habitación pues hacía varios días que no lo veía. El padre estaba más delgado y triste pero cuando tocó la cabeza de su hijo las sombras bajo los ojos desaparecieron. Y una sonrisa llena de cariño en su consumida cara animó a Guille a abrazarse a su pecho.

5 comentarios:

  1. Pero bueno, dafd ¿cómo es que no me habías comentado que tenías un blog? Lo he encontrado de chiripa.

    En cuanto tenga un minuto me leo este cuento y te digo mi opinión.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Muy buena historia, dafd.

    El misterio de la esquina, el número -1 y todo lo demás es muy bueno, engancha. Y está impecablemente escrito.

    Nos vemos.

    ResponderEliminar
  3. Gracias por dejarme el comentario. Es como la sal para la comida.

    ResponderEliminar
  4. Joé, tío, qué historia tan preciosa. Un final que, como siempre, pensé que iría por otros derroteros, lo cual me ha agradado enormemente.
    Un final que te hace despertar y darte cuenta que se estaba contando algo mucho más profundo de lo que pudo parecer en un principio.

    Enhorabuena, dafd. No dudes en presentar el relato en algún concurso. Sin duda, es magnífico.

    ResponderEliminar
  5. Gracias por la lectura y los comentarios. Celebro tus palabras de afecto y ánimo.
    La verdad es que sí tuve la osadía de presentarlo. Pero bueno, aquí está muy bien. Lo habéis leído, y eso es lo que recompensa.

    ResponderEliminar