miércoles, 22 de diciembre de 2010

El bosque de los ogros 13/25

Mun conocía la aguda percepción de la hermana de su madre. Atenta al entorno, no despreciaba ninguna voz, y menos que a ninguna a la del mundo vegetal. Los silenciosos habitantes verdes están en todas partes, oyen, sienten y se comunican entre sí. Forman una red que lleva cualquier noticia de un extremo al otro del bosque, y aún más allá. Cualquier alteración en el día a día, primero ha de pasar por ellos. Y la bruja los sabía escuchar.
Unos pasos sinuosos irrumpieron desde la abrupta zona que los dos jóvenes dejaron atrás en su loca carrera. No se trataba de la galopada de los ogros. Este era el ligero roce de unos pies sobre la vegetación, el murmullo de un cazador en busca de presas. La bruja agarró a Mun y al chico para impedir que se movieran. Lus quería salir corriendo pero las garras de la hechicera lo clavaron al suelo con una intensidad dolorosa.
Apareció un hombre de aspecto similar al de Mun: vestido con ese mismo ropaje mimético que apenas lo diferenciaba del terreno, el sempiterno arco, como articulado a los huesos cual si fuera un auténtico miembro más. Si el tipo no arrolló a Mun fue porque en el último momento una mata oportuna le obligó a dar un quiebro. Pasó tan cerca que parecía imposible haberlo hecho más, y, sin embargo, no dio la alarma. Siguió adelante sin detenerse hasta desaparecer por el otro lado en la carrasca, con el mismo sigilo que lo trajo. Cuando finalmente perdieron los ecos de su presencia, la bruja liberó de su abrazo a Lus.
‒Muchacho, qué temperamento. Me ha costado mucho más inmovilizarte que ocultarnos ‒la bruja no habría amarrado al suelo con la sola ayuda de sus músculos a Lus. A este nada ni nadie lo pararía si le entraba el miedo. Dábase por hecho que un conjuro hubo de obrar tal milagro.
‒¿Tú lo has hecho? ‒el muchacho abrió la boca resoplando. Si la pregunta se refería al poder que mantuvo quietas sus piernas o si al que les escondió del explorador no había manera de suponerlo.
‒Yo no. Lo hizo... ‒y extendió el brazo indicando a todo su alrededor‒. Ya ves. Estos bosques han sido, yo sólo he dado la forma para atarte al suelo ‒la mujer había decidido que al muchacho le impresionó más esto que el truco de la ocultación. ‒Aunque no lo entiendas, todo ha sido cuestión de sonido. Ya ves, tan intangible y poderoso ‒repuso con una sonrisa de orgullo. ‒No has de creer, como todo el mundo, que algo que se percibe con los oídos, es sutil y débil. Nada más lejos de la verdad. El sonido es una tensión. Solo hay que tirar hasta que quede anulada su flexibilidad para endurecerlo a nuestro entorno. No se deformará, por lo que nadie oirá.
‒Pero nos ha tenido que ver.
‒Pues parece que le hemos despistado ‒la bruja se negó a dar más detalles.
‒¿No podrías concederle ese don de la invisibilidad? ‒exhortó Mun.

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