miércoles, 22 de diciembre de 2010

El bosque de los ogros 3/25

Los ruidos de los pasadores y de las bisagras del portalón alertaron a la gente del poblado y algún murmullo levantaron en las filas del campamento enemigo de fuera.
‒¡No me dejéis! ‒Protestaba el joven‒. No me lo puedo creer, me vais a abandonar para que me maten. ‒Su tono de voz varió, volviéndose rabioso: ‒allá os pudráis. Yo no os salvaré, no os salvaré. Que os lleven al infierno.
Laélides ocultaba las lágrimas mientras cerraban la puerta dejando fuera a su nieto Lus. Este oyó horrorizado el ajuste del travesaño, el golpe de los troncos que atrancaban por dentro y a él le olvidaban fuera. Inmediatamente cobró conciencia de que no conseguiría nada quedándose parado desgañitándose por volver. Además, había empezado a oír ruidos desde el campo enemigo. El instinto de huir se despertó en él y ya no cabría escuchar otra voz. Se movió en silencio, como una sombra entre las sombras de aquella noche sin luna. Nadie adivinó para dónde había tirado, ni siquiera si lo había hecho.
El anciano Laélides seguía aferrado a la puerta, cansado, tan cansado que apenas tenía fuerzas para respirar. Él sabía que Lus no se dirigiría al río, como los otros cinco. Esa opción lo llevaba al campamento de los sitiadores. El chico fue siempre un cobarde excepcional, un auténtico superdotado del miedo y la huida, por tanto no pasaría por ahí. La alternativa era coger el camino hacia el bosque de los ogros. El lugar más peligroso después del país de sus enemigos. Entre un mal real y otro hipotético, sin duda Lus evitaría el primero.

2 comentarios:

  1. Laélides y Lus me encantan. Ya somos amigos. Buenas observaciones sobre el miedo, otro amigo que siempre está a nuestro lado. O al menos, a mi lado.
    Saludos.

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  2. El miedo es parte de mí, qué digo, a lo mejor soy yo mismo.

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