El bosque de los ogros 1/25

Los cinco jóvenes formaban en el patio listos y dispuestos. Eran la mejor elección posible. Cada clan decidió cuál habría de ser su aportación al desesperado intento, y allí se encontraban ahora los muchachos, tensos ante la perspectiva de morir, esperanzados con la posibilidad de salir vivos, conscientes de saberse, ya solo por estar ahí, héroes.
‒¡Sabéis lo que esperamos de vosotros! ‒El líder de la milicia, Lucio-in-Laélides les exhortaba en tono desalmado.
Uno de los designados llevaba su misma sangre y apellido, y, aunque orgulloso por ello, no se encontraba con humor para resultar contemplativo. Lo tenía delante —una vida aún por hacerse—, con aquellos ojos grandes e inquisitivos, aún de niño, buscando, esperando obtener, en la mirada de su padre, el respaldo de hombría que le faltaba. Pero ahora Lucio no encontraba el valor para animarlo, pues le faltaba a él. De modo que, abrumado por el miedo a perder a su hijo en la empresa, prefería olvidarse, distanciarse y convertirse en el extraño que los arengaba con palabras tan vacías como ahora estaba su corazón.
—Nuestra esperanza está en vosotros. Si lleváis la noticia al general Mel-in-Fort tendremos una oportunidad. Si no, nadie nos salvará. Esos salvajes que nos sitian arrasarán la aldea y vuestras madres y hermanas, vuestras novias serán esclavizadas, vendidas y separadas de sus familias. Pasarán a ser propiedad de alguien que no las querrá, que las usará mientras pueda. Vuestros hermanos y padres correrán igual suerte o morirán, que quizá sea lo mejor ‒él no dudaba que moriría luchando. Jamás había cedido y esta vez no iba a ser distinto.
‒¿Dónde está Lus-lucio? ‒la voz rota del abuelo rompió los pensamientos de los reunidos. ¿Quién se preocupaba ahora de si estaba o no presente alguien, especialmente si era ese cobarde?