miércoles, 22 de diciembre de 2010

El bosque de los ogros 8/25

—Tendrás hambre —se interesó la chica. Cualquiera habría identificado la forma de andar tan torpe y cansina de Lus como producto de debilidad.
—Vaya tipo, sale de su nido sin llevar nada encima. ¿Y cómo te pensabas alimentar? —le amonestó el muchacho.
Ambos aportaron de sus sacos para hacer de dos, tres porciones, y las compartieron con Lus.
—Come —dijo la joven mientras se llevaba carne curada a la boca.
—Eso de juzgar, ¿qué significa? ¿Me dejaréis volver a mis asuntos? —preguntó Lus alargando el brazo para recibir su ración.
El chico se atragantó y ella se quedó con el bocado a medio camino de la boca.
—¿Estás de guasa? Probablemente te condenen a muerte. Y si no lo hacen, desde luego nunca saldrás de aquí —le explicó el muchacho.
Ahora le tocó a Lus quedarse pasmado.
—Pero yo no os he hecho nada. Es mi abuelo, él tiene la culpa —balbuceó casi gimiendo. —Me echó del pueblo con todos esos salvajes fuera.
—¿Habéis sido atacados por los del norte? —intervino la chica con un matiz de angustia en la voz, cuyo eco captó su compañero.
—Hay un ejército de ellos —explicó Lus percibiendo más piedad en ella que en él.
—Y te han encomendado la tarea de buscar ayuda. A la capital, ¿no? A ver a tu rey y traerte contigo a más destructores —concluyó el habitante del bosque, echando una rápida mirada a su compañera, como si también hubiera notado en ella alguna señal de lástima. —Mira, me lo pones cada vez peor. No sólo atraviesas nuestro territorio por las bravas, sino que, además, quieres que vengan más bichos como tú. Desde luego todo son buenas razones para retenerte.
Lus contempló al muchacho con una mirada aterrada.
—Pero... —Lus elevó su cabeza alarmado.
—Te voy a decir algo. Nadie que haya pisado estas sendas bajo los árboles debería salir nunca del bosque. Eso pienso. Y como yo, casi todos los miembros del consejo. Nuestros caminos son secretos.
—Pero no me mataréis, ¿verdad?
—¿Si eso te hace feliz? Puede que te dejen vivir bajo la condición de ser encerrado de por vida.
El rostro de Lus se distendía y adoptaba un gesto más tranquilo, lo que el habitante del bosque tomó por una tácita aceptación.
—Pero, ¿de verdad prefieres vivir aquí, condenado a no volver a tu casa, sabiendo que los tuyos morirán? —preguntó retóricamente el chico para, suponiendo negativa la respuesta, añadir: —sin duda tratarías de escapar, digo yo. —Y añadió con regodeo —por eso es mejor ejecutarte.
—No, no me escaparé —se apresuró Lus a negar entre vaivenes de manos.
Fue entonces cuando la muchacha decidió entrar a saco desplegando algún tanto de temperamento: —¿Entonces qué pasa de tu misión? —gritó indignada. —Los tuyos están rodeados por los salvajes. Si estos entran en el pueblo, harán una sangría. No me irás a decir que renuncias sin más a pedir ayuda a tu rey —exhortó furiosa esperando algo del otro, quien, a base de callar, provocaba el desprecio de la joven—. Creo que no tienes dignidad.
—Vamos, no te vayas a enfadar por eso. No es asunto tuyo —su compañero le dio unas breves palmas en la muñeca —no es, en realidad, nadie que se merezca tu respeto.
La chica ahora se volvió a su acompañante con un brillo furibundo en la mirada: —No necesito que nadie me diga lo que he de respetar.
—Allá tú. Yo, desde luego, prefiero los salvajes a estos destructores —gruñó el muchacho del bosque apuntando con la barbilla a Lus.
—Van a matarlos. A mí no me hace feliz una carnicería. Puede que a ti te encante ver sufrir. No es mi caso —la chica miró a Lus quien se hundía en un marasmo de sensaciones contradictorias, tanto que no tenía fuerzas para enfrentarse con la muchacha.
—Probablemente los esclavicen, Baru —aunque usó el nombre de su compañero, ella seguía acosando con la mirada a Lus. —¿Sabes lo que es eso?
—Bueno, depende del amo —principió Baru con la frialdad de quien habla de algo ajeno. —Si es uno con algo de piedad, los convertirá, mientras sean útiles, en siervos de hogar o en trabajadores de campo.
—Pero eso es una parte —arguyó ella.
—Me da lo mismo lo que les pase a los destructores —el muchacho extendió la mano hacia el hombro de su compañera para que dejara de poner su atención en Lus y atraérsela hacia él. —Te recuerdo que hace años, estos tipos —señaló con el índice hacia el prisionero, quien seguía cabizbajo, rebelde a manifestarse, lo que enfadaba más aún a la chica, —quemaron el bosque al sur de su pueblo. Todo, ¿para qué? Para que pudieran poner a pastar a esas estúpidas vacas. Tuvimos que abandonar nuestros hogares para venir aquí, a este bosque. Que es mucho más peligroso, por los ogros.
—Yo no os he hecho nada –Lus interrumpió. —Dejad de decirme lo que tengo que hacer —por fin, se defendía, cansado de que le recordaran su misión. —¿Tú, muchacha, me vas a soltar? ¿Vas a enfrentarte a tu gente por un extranjero? No, seguro que no. Luego deja de torturarme con lo que debo o no hacer si tú misma dudas de tus deberes. Al prenderme, tú ya sabes lo que les sucederá a los míos: nadie llevará el mensaje de auxilio, y mi pueblo será arrasado. Luego no cargues sobre mí toda la vergüenza que sentirás por el destino de mi pueblo, si es que es de eso de lo que hablas —ella no se encogió ante la objeción de Lus, sino que, con aplomo, sostuvo una actitud de distante frialdad, ante lo cual, el muchacho capturado comprendió que estaba ante una persona acostumbrada al mando.
—Más respeto —rugió con desprecio Baru. —Estás hablando con alguien importante. Un tipo como tú solo piensa con la cabeza en el suelo porque eres un arrastrado. Ella, en cambio, está por encima. Al menos ha demostrado ponerse en el pellejo de los tuyos, y en cambio tú sales con que se meta en sus asuntos. Desde luego no te mereces ni que te miremos.
—No le atosigues —terció ella.
—Fíjate que estoy convencido —arrugó los ojos Baru —de que no piensa en su propia gente. Es más, seguro que si le dejáramos escapar no atravesaría los llanos de las brujas para ir a avisar al rey. ¿Has oído, cobarde? Los llanos de las brujas. Si te cogen te cocerán en un caldero —el muchacho del bosque se cayó de la risa por el rictus de horror en la cara del atribulado prisionero.
Éste levantó la mirada, esperando ver aparecer de pronto a una de esas legendarias mujeres. El horror que le inspiraba tal posibilidad lo estremeció.
—Ja, ja. Es un maldito cobarde. No moverá un dedo por los suyos. Sí, me has convencido —rio más aún Baru —abogaré ante el consejo por ti para convencerles de que te conmuten ejecución por cárcel perpetua.
—Mi abuelo me echó fuera de la muralla —murmuró apretando los dientes en lo más parecido a un estallido de rabia que los dos habitantes del bosque hubieron percibido en su trofeo humano. —El muy traidor no me quería.
—Tuvo que hacerlo —objetó la muchacha pero ya sin la rotundidad de antes. —Eres su única esperanza. ¿Cómo puedes ser tan injusto con tu abuelo? —la chica resopló adelantando la mano abierta hacia Lus para explicarse mejor.
—¿Qué te importan a ti los sentimientos de éste? —explotó indignado Baru.
Ella se puso a partir más menudo su tajada con forzada concentración, por lo que Baru continuó su perorata mirando a Lus: —lo que importa es que los salvajes pueden cargarse a los destructores y es mejor que sea así, pues son más dañinos —Baru lo veía claro. —Y una vez destruida la aldea, tú —dijo mirando a Lus— dejarás de pertenecer a un clan. Perderás tu apellido y tu casa. ¿Adónde ir, entonces? Mejor cautivo que sin nación, como un extranjero. Créeme, hasta te estaremos haciendo un favor si te encerramos para siempre.
Lus reflexionó sobre ello. Ahora, aunque extrañado por los suyos, se sentía de su aldea. De destruirla los salvajes, perdería su identidad. Ya no sería un alguien, sino un nadie; huérfano de algún lugar al que pertenecer, sin respeto, sin posibilidad de recibir trabajo o tierras del consejo, o una mujer del clan con la que engendrar hijos que le llenarían de orgullo ante la aldea. Quedaría desprotegido, abandonado. Un estado de ausencia de ser. Mientras existiera su gente, él sería gente; si no, un extraño de por vida.

2 comentarios:

  1. Parece que empieza la transformación, aunque sea por razones tan prácticas como la necesidad de protección y pertenencia.
    Y se empiezan a trazar nuevos escenarios, como el hogar de estas gentes y esa llanura de las brujas.
    Lus, si te pudiera decir algo sería aquello de: "corre, insensato".
    No he sabido ver fallos. Bueno, el uso de "chaval" en un contexto de antiguedad o mundo medieval a mí no me convence, porque me recuerda al mundo de hoy. Pero es una tontería de las mías.
    Saludos.

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  2. Mejor quitar chaval. Me recuerda, efectivamente, a una escena urbana. Gracias por la observación

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